(Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver todos los episodios de ‘Black Summer’ y no contiene spoilers.
Una mirada perdida y una fotografía familiar de un tiempo pasado que ya hace mucho que se esfumó. Con la contundencia de esos dos sumandos presenta Black Summer (Netflix) una recién desatada crisis zombi y el impacto que tiene en las vidas cotidianas. La serie, spin-off de una producción de The Asylum para SYFY, Z Nation, vuelve la vista sobre ese “verano negro” que en aquella se consideraba el punto de partida de un apocalipsis ya asentado.
Esta heredera espiritual llegó el 12 de abril a la plataforma, no sin antes sufrir algunos cambios en la alineación que han tenido su reflejo en el resultado final. Aunque Karl Schaefer se mantiene como creador, a Craig Engler (firmante de Z Nation junto al primero) lo sustituye John Hyams. Además, mientras que la primera apostaba por la irreverencia e incluso el humor, Black Summer se aferra a la crudeza de esos primeros días de la infección.
La nueva odisea zombi de Netflix apuesta muy fuerte, y acaba llevándose toda la mesa. Con ocho episodios que fluctúan entre los 20 y los 45 minutos según lo requiera la historia (algo muy de agradecer), Black Summer es capaz de condensar al máximo la experiencia y, aun así, mantener la solemnidad y la incómoda pureza de los silencios, los planos-cuadro y las cadencias lentas.
Los supervivientes pasarán malos ratos en ‘Black Summer’. (Fuente: Netflix)
Una vez arranca, cuesta imaginar que uno vaya a encontrarse un episodio mejor que el primero. Después de lo mencionado más arriba, la serie de Schaefer y Hyams falsea un plano secuencia de unos diez minutos que recoge con efectividad la sensación de prisa, de angustia, en un único movimiento imparable. Pero esta es solo una de las maneras en las que Black Summer explora la estética del travelling: más allá de la agitación, una cámara como esa dictamina qué vemos y qué no. La ventana a la ficción pasa a ser un personaje más, igual de confundido que el resto; un narrador externo que registra lo que ve pero no lo entiende.
Gracias a estas decisiones, relucen especialmente detalles como ver a los personajes entrar en una casa buscando refugio, encontrarse dentro un secuestro en marcha y dejarla para probar suerte en la siguiente. Esas personas, los rehenes, entran y salen de nuestra historia como si no importaran, porque en el fin del mundo ya no hay tiempo para dramas paralelos. Así subraya Black Summer la fragmentación de su relato, que en este magnífico primer episodio se nutre de una visión estereoscópica (un mismo evento construido desde muchos puntos de vista) para hablar de un destino trágico inevitable.
Con esa rotura de la continuidad (sea congruente o no; yo ni me he molestado en comprobarlo), la serie exige al espectador un esfuerzo de reconstrucción de la historia “verdadera” que planta una semilla muy clara: esto va a ser un camino accidentado. A esa premisa se añaden los códigos clásicos del género de terror y supervivencia (atmósferas opresivas, planos asfixiantes…), que alcanzan su cumbre en el poderosísimo sexto episodio. Atraco, escrito y dirigido por Abram Cox, utiliza magistralmente la luz y el espacio para articular un baile de sombras en el que la palabra, poco a poco, se va desvaneciendo para dejar paso a la enajenación.
La familia será uno de los primeros privilegios perdidos en el apocalipsis. (Fuente: Netflix)
Mientras acompañamos al grupo protagonista en busca de un punto de evacuación, el relato mantiene las distancias. Nunca llegamos a saber los verdaderos orígenes y motivaciones de los personajes, más allá de lo que conocen los unos de los otros. La desconfianza nace pronto entre ellos; y, por encima de ella, la necesidad de permanecer unidos para sobrevivir. Una muestra clara de esto es la interesantísima figura de Sun, una joven que habla coreano, a la que nadie entiende y a la que no se traduce o subtitula en ningún momento. A través de mecanismos como este, las relaciones humanas en la serie acaban componiéndose de silencios, dobles sentidos y palabras que, como las de Sun, caen en saco roto.
La barrera idiomática entre la joven asiática y sus compañeros de viaje es solo el detonante de dilemas morales mucho más serios. Los angloparlantes no se entienden entre ellos mucho más que con Sun, y acaban surgiendo preguntas como qué somos capaces de hacer en situaciones límite o cuál es la verdadera naturaleza humana si nos entregamos al instinto. Esta agudeza coloca a Black Summer en una posición privilegiada de producto atrevido y, a la vez, impecable obra de género.
‘Black Summer’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.