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Crítica: Nada está en su sitio en ‘Bruja Escarlata y Vision’ (y por eso cautiva)

(Fuente: Disney+)

Esta crítica se ha escrito tras ver los dos primeros episodios de ‘Bruja Escarlata y Visión’ y no contiene spoilers.

En un instante del primer episodio de Bruja Escarlata y Visión, dos mujeres blancas intiman con las chorreantes páginas de una revista para amas de casa. Una parece poderosa, resuelta y charlatana; la otra se empequeñece ante una llamada de teléfono inesperada y la idea de haber infringido una absurda convención romántica. Bruja Escarlata, la superheroína redimida del universo cinematográfico de Marvel, que ha matado y visto morir con gratuidad, es la segunda de esas mujeres. El esposo al que intenta satisfacer, un oficinista de acento relamido, es Visión, aquel androide guerrero afiliado a los Vengadores. Se desintegró ante nuestros ojos hace un par de años; sin embargo, aquí está, asediado por las cuitas de la clase media. Nada está en su sitio en esa incómoda estampa de la serie de Disney+, pero eso no significa que no cautive.

Como primera piedra de la nueva barriada televisiva de la Casa de las Ideas –muerto el universo construido al alimón con Netflix–, Disney ha escogido un bloque áspero y desigual. El ladrillo en cuestión, que reúne de nuevo a estos personajes de las películas de Marvel, no termina de ser sorprendente; en ocasiones, más bien resulta alienante. A lo largo de los dos primeros episodios –los estrenados hoy; el resto se publicarán en la plataforma a ritmo de uno por semana–, avasalla al espectador la intriga por cómo habrán conseguido unos guionistas encorajinados colarle este gol por la escuadra al formulismo familiar del que gusta Kevin Feige, el capitoste de la marca. Lejos de odiseos galácticos, Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen) y Visión (Paul Bettany) son aquí un matrimonio preocupado por no desentonar en Westview, el suburbio al que se acaban de mudar.

La hechicera y el robot no existen tampoco ya en el presente en el que se enmarcaba el UCM, sino en un pasado de cristal que vuelve la vista sobre las sitcoms norteamericanas de mitad del siglo pasado. Los dos capítulos estrenados se hacen eco de sus imágenes en blanco y negro, de proporciones achatadas y genética teatral, pero también de las peripecias propias de un género que configuró a la virtual clase media estadounidense de la época, la de los caserones en el extrarradio y los electrodomésticos interminables. Impresionar al jefe de Visión con una cena correcta o arrimar el hombro en una feria benéfica, todo ello sin que se filtre una gota de diferencia que pudiera espantar a los vecinos, parecen ser los supervillanos más amenazantes de esta burbuja temporal.

Precisamente, Bruja Escarlata y Visión empieza por convertir los poderes sobrehumanos, ese coeficiente imprescindible de las historias de superhéroes, en algo excepcional, en el sentido negativo. No un billete dorado que permite la convivencia con otras criaturas igual de magníficas, sino un rasgo indeseable que esconder de los cuchicheos. La condición superhumana es en la serie una cicatriz fea que disimular bajo la ropa para parecer normal. Las verdaderas atavías de estos superhéroes no son las mallas coloridas, sino el uniforme de oficinista white collar o, más importante aún, la vestimenta que se supone propia de una mujer casada en ese contexto. Camuflaje.

Con esta vuelta de tuerca, quizá la más dramática de la serie que precederá a otras como Falcon y el Soldado de Invierno, What If…? o Loki, Disney+ corre el riesgo de que su perfilada ofensiva estética se vea desbancada por el probable desnorte de los consumidores más hechos a la previsibilidad del negociado cinematográfico que al salvajismo conceptual de algunos tebeos. Una de esas historietas, La Visión, escrita por Tom King para los lápices de Gabriel Hernández Walta, se erige como una referencia fundamental para la premisa de la serie, en tanto que a través de ella se abre la primera grieta en la pulcra fachada de la serie.

Quebrado el muro de la referencialidad, se cuelan en la serie mementos del UCM en la forma de anuncios de televisión de época, que publicitan tostadoras de Stark Industries o un peluco de diseño de Hydra. Otras intrusiones, las que más juego darán en los siguientes capítulos, resultan insospechadamente siniestras, pues aparecen como significantes sin significado conocido. A medida que avanza el metraje llegan presencias inexplicables y recursos nacidos de la textura misma de la imagen televisiva que, muy plácidamente, empujan la sitcom por el acantilado de la psicopatía narrativa de David Lynch o Damon Lindelof.

El regusto de las dos primeras medias horas de Bruja Escarlata y Visión es ambiguo, como la propia serie. Ora refresca –si el espectador se deja mecer por la extrañeza de sus vaivenes–, ora se torna indescifrable –si uno se obsesiona con encontrar un sentido a cada una de las piezas del puzle–. Y el futuro se antoja aún más extraño: las similitudes con los cómics Dinastía de M y Vengadores desunidos no anticipan nada bueno para la pareja protagonista, dado el giro con que se remata el segundo capítulo; y todavía nos queda descubrir para qué contrató Feige a Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez, compositores de los hits pegajosos de Frozen. Por el momento, el gimmick de colocar a dos paladines de la rareza en el contexto más común se rentabiliza solo, pero nadie puede dudar que la serie enfila otro destino. Uno tiznado con la incomodidad de lo improbable.

‘Bruja Escarlata y Visión’ se emite los viernes en Disney+.

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