Rian es uno de los gelflings destinados a salvar el cristal. (Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver los tres primeros episodios de ‘Cristal Oscuro: La era de la resistencia’ y no contiene spoilers.
El comienzo de una película (y extendámoslo a series contemporáneas) sienta las bases para el resto del relato. En los primeros compases, el espectador encuentra las claves para decodificar el resto de la experiencia y comenzar a hacerse una idea de por dónde irán los tiros. Esta postura formalista se invoca sola cuando arranca una obra de fantasía tan purista como Cristal Oscuro: La era de la resistencia, que muestra el viaje de tres jóvenes gelflings para destapar la verdad sobre los malvados skeksis, los pérfidos guardianes de ese cristal mágico que se rompía en la película original. De la trama es mejor no revelar más detalles, porque el viaje se disfruta más a ciegas.
Si hablamos de la heredera de aquella entrañable cinta de Jim Henson de los 80, es de esperar que la cuestión del género fantástico sea carta de naturaleza. Y desde el primer minuto, además. Cuando el reproductor de Netflix (plataforma que ha resucitado el universo de la película, una pionera de la animación con títeres y objeto de culto) empieza a correr, una voz solemne pero suave susurra lo que es casi un cuento: la historia de Thra, el mundo mágico en el que se ambienta la serie.
Mientras tanto, una cámara voladora barre un vasto universo hasta zambullirse en el planeta y recorrer con mimo cada centímetro de sus llanuras. Resuena con el inicio de la película de Henson, pero es diferente, mucho más profundo y con otra sensibilidad.
Los géneros no son compartimentos estancos, sino clasificaciones abstractas y performativas. Son lo que los espectadores, pero también los productores, distribuidores, críticos y periodistas, digamos que son. Un género es lo que practiquemos como tal, vaya. Por tanto, la apelación a los códigos del reino de la fantasía es una cuestión determinante para la serie en muchos sentidos: fija su lugar en la parrilla de Netflix, encauza la historia y su estilo y le asegura un público objetivo.
La fantasía tiene un lenguaje
Ese público, y ahí está la clave, se reconocerá en Cristal Oscuro. Entenderá su lenguaje porque está hilvanado con tal cariño, nostalgia y dedicación, que un corazón ya tocado por la magia no podrá evitar caer en el embrujo otra vez. Ese público, aficionado y erudito, reconocerá ese comienzo como un tropo consolidado en la fantasía moderna. Es evidente que esta precuela, al contrario que la película original (que también tenía una presentación parecida, pero era más un estado del narrador que una filigrana épica), es post El Señor de los Anillos.
Como la narración mítica de Galadriel al principio de la adaptación de los libros de Tolkien, una presentación como la de esta serie no solo sienta las bases del mundo que recorreremos junto a los protagonistas, sino que establece un tono: el de leyenda, de heroica odisea convertida en historia popular a medida que el tiempo ha ido horadando su relato.
Los skeksis, aunque marionetas, pueden llegar a ser tenebrosos. (Fuente: Netflix)
Es un lenguaje muy sencillo, que dice: “Esto es una obra de fantasía”. No solo eso, es una epopeya. Y la habilidad con la que Cristal Oscuro: La era de la resistencia coloca a cada espectador-tipo en un lugar cómodo para disfrutar de la travesía induce la azucarada idea de que las aventuras por llegar dejarán, igualmente, historias para el recuerdo. Es pura épica en vena.
No es algo sacado de la manga: incluso Juego de tronos –esa serie de fantasía que vino a romper la fantasía– hacía algo parecido de una manera más posmoderna en sus créditos iniciales, con una narración muda que dejaba a la música contar una difuminada historia de su mundo mientras la cámara sobrevolaba las maquetas de los distintos reinos. Y no era algo banal; no imaginaríais la importancia que los fans conferían a esta pequeña secuencia. Su variación de cara a la temporada final, por ejemplo, parecía encerrar promesas de drásticos cambios que ellos asumían de cara al visionado de los episodios en sí.
El poder de la industria
Esa conexión con el espectador también se potencia en la producción animada de Netflix. Todo ese ambiente de cuento para compartir pan de lembas a la luz de la hoguera se ve increíblemente (no exagero, es tan arrebatadora que sorprende) apoyado por la calidad artesanal de la serie. La fotografía, medida con cuidado y ojo fino, insufla una vida irreal, plástica pero no artificiosa, en las soberbias marionetas de The Jim Henson Company.
El diseño de las criaturas vuelve a firmarlo Brian Froud. (Fuente: Netflix)
Porque la estrella de Cristal Oscuro (original y precuela) es y será Brian Froud. El verdadero genio, encargado del diseño de las criaturas y sus vestimentas, es capaz de abocetar un universo entero, orgánico y amable, que el indómito poder industrial del estudio transforma en algo tangible. La otra maravilla en el ruedo es Louis Leterrier, director francés con un chorro de cintas de acción en su haber, que aparece con una contención zen en Cristal Oscuro capaz de generar incluso algún momento juegodetroniano.
Desde El Señor de los Anillos, la fantasía de pantalla ya no le va a la zaga a la de los libros. El audiovisual del género dejó hace mucho tiempo de ser una fiesta de disfraces con más ilusión que presupuesto y se convirtió en una monstruosa maquinaria engrasada que genera producciones serias y pulidas. La belleza de los planos de Leterrier, la emoción que consigue el guion y el enigma del que unta cada uno de los horizontes, escenarios y criaturas suman una receta perfecta. Todo está vivo, aunque sean marionetas. Pero no parece vivo. Ese es el truco: si lo pareciera, no lo estaría.
‘Cristal Oscuro: La era de la resistencia’ se estrena completa bajo demanda en Netflix el 30 de agosto.
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