(Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito después de ver los tres primeros episodios de ‘Delicadas y crueles’ y no contiene spoilers.
Si el mundo de la danza gastase el mismo nivel de susceptibilidad que el del periodismo, hacía tiempo que los bailarines y bailarinas de medio mundo se habrían levantado en armas contra la ficción estadounidense. Pero como supongo que andan muy liados con sus ensayos, sus movimientos perfeccionados hasta el extremo y un millón de cosas más que se me escapan, porque la danza nunca fue lo mío, y han dejado correr el maléfico retrato que una y otra vez se ofrece de ellos en la pequeña pantalla.
La última en unirse a esta lista de series cargadas de sacrificios, personajes sin corazón y lacrimógenos fracasos es Delicadas y Crueles, una producción de Netflix basada en el libro que en su versión original lleva el título de Tiny Pretty Things. “Pequeñas cosas bonitas” habría sido una traducción más fiel, y más cuqui, pero mucho menos aproximada a los personajes que nos encontramos en esta historia que reúne los clichés propios del género, pero que puede terminar siendo un (pseudo) placer (muy) culpable.
Creada por Michael MacLennan (guionista de Queer as Folk), la serie transcurre en la Escuela de Danza Archer, un lugar en el que los jóvenes se dejan las uñas por conseguir ser bailarines de éxito. Allí es empujada desde una altura de cuatro pisos la prometedora Cassie Shore. Y para sustituirla llega al centro Neveah Stroyer, una joven de origen humilde dispuesta a aprovechar esta inesperada oportunidad, sin saber que se adentra en un territorio lleno de enemigos y trampas.
(Fuente: Netflix)
Como no podría ser de otra manera, en Delicadas y Crueles no faltan las madres exigentes hasta la extenuación, los profesores que rozan el maltrato psicológico y los compañeros que no son tales, porque ven a los demás como un rival. Al combo de lugares comunes hay que añadirle una policía novata extramotivada dispuesta a esclarecer qué sucedió con Cassie, una investigación que la dirección del centro se empeña en cerrar sin remordimientos. Y como colofón, tal vez para no olvidar la marca de la casa, no faltan los jóvenes ansiosos por mostrar sus pectorales ni sus ardientes deseos de convertir en amante lo que ayer era un enemigo.
La ejecución de esta ensalada de clichés no es desastrosa, y más si tenemos en cuenta que los personajes principales no son intérpretes sino bailarines, pero estarían mucho mejor si el guion no fuese un manual de tópicos de superación y sufrimiento vocacional y alguien se hubiese tomado la molestia de dirigirlos con cierta gracia. Los expertos en la materia disfrutarán con las escenas de baile, porque en el fondo es lo que mejor sabe hacer la producción. Sin embargo, aquellos que busquen un sabroso whodunit que llevarse a la boca, se encontrarán con una sucesión de tópicos, mucha carne y algún sobresalto sorprendente más propio de una escritura desordenada que de la hormonada adolescencia.
(Fuente: Netflix)
Dicho todo esto, debo confesar que, después de tres episodios, no he podido dejar de sentirme intrigada sobre el devenir de la niña mimada que todo lo quiere, el futuro que le aguarda a la heroica protagonista o cuánta maldad alberga en su interior el coreógrafo principal, que no deja de recibir misteriosos mensajes en su teléfono. Es un desastre, pero un desastre que no puedes dejar de mirar, más por la curiosidad de saber hasta dónde va a llegar el despropósito que por la esperanza de que en algún momento mejore.
‘Delicadas y crueles’ está disponible al completo en Netflix.