Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘Dinero fácil’ y no contiene spoilers.
El mundo de las startup es la competitividad llevada al paroxismo, sin duda, y el mundo del tráfico de drogas, también. En ambos se dan circunstancias parecidas: competencia exacerbada, jóvenes ansiosos por crecer y destacar, reglas cambiantes en pos del contexto, inversores impacientes y, sobre todo, ganar dinero. La miniserie de Netflix Dinero fácil (Snabba Cash en inglés) es una parábola sobre dos universos con ese objetivo: enriquecerse mucho en poco tiempo. Conformada por seis episodios, se trata de una ficción basada en la novela de Jens Lapidus, que ya tuvo una trilogía en el cine en el 2010 de la mano de Daniel Espinosa y protagonizada por Joel Kinnaman.
Dinero fácil aborda estos dos mundos con un vínculo encarnado en la figura de Leya (Evin Ahmad), una mujer viuda con un hijo a su cargo que trabaja a ratos en el restaurante de su padre a la vez que intenta sacar adelante su startup, Target Coach. Su cuñado, Ravy (Dada Fungula) dirige un pequeño grupo de narcos que intenta ser grande a costa de otras bandas rivales, secundado por Salim (Alexander Abdallah) y Nala (Ayann Ahmed). El inicio de la historia nos lleva a Salim ejecutando a un miembro de una banda rival lo que genera problemas con el Gran Capo de la ciudad, Marko; paralelamente Leya, después de una maniobra desleal de su principal inversor en la que puede perder su empresa, necesita recapitalizar. Solo su cuñado, con el dinero procedente del tráfico de drogas, puede y accede a ayudarla.
Salim es un asesino cuya aspiración es ser cantante. Es el clásico ejemplo de un buen tipo abocado al mal camino, pero sus cimientos se resquebrajan. Quiere dejar ese mundo, pero no lo consigue; sin embargo, cuando conoce a Leya, su objetivo parece más cercano. Leya no sabe a qué se dedica y, gracias a la relación que Salim establece con su hijo, comienzan a verse. Ravy ha de rendir cuentas a Marko por romper las reglas entre bandas y corre el riesgo de verse sin producto para vender. Leya reflota su empresa, pero aparece otro inversor, Storm, que viene con más dinero. La tercera trama de la historia se centra en Tin (Ali Alarik), un chico sueco que empieza a trabajar para Ravy como ratero y mensajero.
Sin ánimo de desentrañar el resto, Dinero fácil nos muestra cómo ambos universos no están tan alejados: despiadados y cruentos. Con diferentes modus operandi: la puñalada en un lujoso despacho puede ser tan letal como un tiro en la nuca en un callejón inmundo de la periferia de la capital sueca. La competencia por captar clientes y cómo se ejecutan esos procesos: absorber una empresa y extinguirla o aniquilar a un traficante que controla una plaza cercana a la tuya. Lealtades condicionadas por el grosor de un talonario o por los cargadores de una Glock. Ambos difieren en las formas, afortunadamente, pero a la postre, y como decía el clásico cómic del tío Gilito: los negocios son los negocios.
La historia no aporta nada que no conozcamos, porque la podemos situar en cualquier ciudad de cualquier país. Más allá de la ambientación en Suecia o de la disparidad idiomática (inglés, sueco y kurdo), la narración nos muestra un descenso a los infiernos de Leya, Salim y Tim, con consecuencias harto diferentes para cada uno; la moraleja, que existe, revela que la desesperación nos hace partícipes de aquello que moralmente reprobamos y que no dudaremos en hacer lo que sea en función de las circunstancias, porque “eso”, como excusa capital del ser humano, nos ha obligado. Dicho de otro modo, o te amoldas o pereces. Y después ya nos justificaremos…
La puesta en escena es muy potente, ya sea en las lujosas oficinas tecnológicas o en las trastiendas de los narcos; las escenas de combate son muy logradas, con coreografías creíbles y lógicas (me chirría esos maleantes que han echado los dientes en los Navy Seals); el uso de la cámara en mano inquieta y tensiona, pero por momentos abusan de tal técnica y resulta cansado y ciertamente agobiante. La duración es otro de los puntos a favor: los seis capítulos de cuarenta minutos no se hacen pesados a pesar de que hay cierta tendencia a situaciones recurrentes donde la trama se estanca un poco. Por último, un descubrimiento: Evin Ahmad, la actriz sueca de origen kurdo, está inmensa. Aunque hemos tenido la oportunidad de verla en The rain y en The restaurant, es aquí donde gracias al protagonismo de Leya descubrimos a una actriz descomunal; hace suyo, sin aristas, un personaje complicado, con una deriva emocional que transita de un lado a otro varias veces por capítulo, expuesta en cada escena que interpreta y con una intensidad encomiable.
‘Dinero fácil’ está disponible en Netflix.