Quim Gutiérrez protagoniza ‘El vecino’. (Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha hecho tras ver los tres primeros episodios de ‘El vecino’ y no contiene spoilers.
Existe una tendencia en determinados círculos del mundo de la comedia a huir del chiste. Si hay un juego de palabras o una gracieta en el diálogo, quítalo. Que el humor nazca de la situación. Es lo que buscaba, por ejemplo, El fin de la comedia o, en menor medida, Justo antes de Cristo, y es también la línea que sigue El vecino. Que funcione del todo, no lo tengo claro.
La serie de Netflix pone en el centro a Quim Gutiérrez, “un veinteañero”, según la sinopsis, que consigue poderes por casualidad (vía un Jorge Sanz que nos recuerda a El inquilino). Y es un gañán que a ver qué hace con eso. No es una premisa especialmente innovadora -de hecho, los superhéroes cafres están de moda-, pero el toque cañí de la serie le da un elemento diferenciador interesante y simpático.
El barrio, la crítica social hacia las casas de apuestas o las redes sociales, la picaresca española encarnada en todo aquel que se cruzan, la banda sonora (con Gente de mierda, entre otros temazos) o lo mundano que es todo juegan a favor de El vecino y le separan de la sensación de estar ante otra ficción de alguien al que le tocan los poderes como si fuese una lotería. Conceptualmente nos gana.
Su problema es que el enfoque naturalista y esa huida del chiste de la que hablaba al principio van en contra del principal objetivo de una comedia: hacernos reír. Todo es agradable (Quim Gutiérrez es ideal para este papel; para cuál no), pero falta que las piezas encajen mejor, que los personajes dejen de ir de acá para allá entre escena y escena, y que de verdad nos saquen una carcajada. Para eso hemos venido al vecindario.
La primera temporada de ‘El vecino’ está disponible en Netflix.