Esta crítica se ha escrito tras ver los dos primeros capítulos de ‘Genius: Aretha’ y no contiene spoilers.
Aún recuerdo cuando cayó en mi mano el primer disco de Aretha Franklin, el Soul ´69, en vinilo, claro, allá por los años 80. Era un disco plagado de pequeñas joyas, pero cuyas dos primeras canciones, en la cara uno, son Ramblin’ y Today I sing the blues, dos alusiones directas al jazz y blues que yo no me esperaba, sinceramente, teniendo en cuenta que ya Lady Aretha era la reina del soul. Comencé a rebuscar en su discografía, hacia atrás y hacia adelante, y descubrí que aquella mujer tenía la voz negra más prodigiosa de los últimos sesenta años. Gospel, blues, jazz, swing, rhythm and blues, funky, disco (sí, disco)… Dieciocho Grammys y otras cuarenta y cuatro nominaciones alumbran su carrera musical; sin embargo, el éxito que experimentó estuvo trufado por una vida personal desdichada en el amor, con una familia complicada y absorbente, dos hijos prematuros y una constante lucha, que no cejó nunca, para ser reconocida como la mejor.
Tras dedicar sus temporadas anteriores a Einstein y Picasso, la tercera entrega de Genius (serie de National Geographic que podemos ver en Disney+) aborda la vida de la voz del soul. Una vida tan controvertida como atractiva. Suzan-Lori Parks (ganadora del Pulitzer en 2001) es la creadora y dirige la miniserie junto al realizador Anthony Hemingway (Purge, Empire, Goliat, American Horror Story, Treme). Al otro lado de la cámara, Cynthia Erivo da vida a la Aretha adulta, Shaian Jordan interpreta a la Aretha niña, Courtney B. Vance en el papel de C.L. Franklin, su padre, sus hermanas Erma y Carolyn, de la mano de Patrice Covington y Rebecca Naomi Jones, su primer marido Ted White a cargo de Malcom Barret y David Cross como el productor de la Atlantic Records, Jerry Wexler son los principales intérpretes de los dos primeros capítulos.
La narración evita auparse a una fórmula meramente cronológica y apuesta por dos líneas temporales que definen por igual el duro ascenso al éxito, de una parte, y las cicatrices que la infancia dejaron en la cantante y que fueron sustanciales en las decisiones que tomó más adelante. Criada en una familia amplia y mediatizada por la figura de su padre, un pastor díscolo de aquellos de «a Dios rogando y con el mazo dando», la pequeña Aretha se crió en un ambiente donde la música estaba presente a todas horas: Dinah Washington, Clara Ward o Mahalia Jackson eran íntimos de la familia Franklin. Esa influencia y la voz prodigiosa de la pequeña impulsó a su padre a incluirla en los circuitos de góspel del Sur de Estados Unidos. Misas, conciertos y fiestas desembocaron en dos embarazos no deseados a los 12 y 14 años. Paralelamente, la narración nos lleva al momento en el que una Aretha adulta se plantea dejar Columbia, donde se sentía encasillada, y dar el salto a Atlantic para seguir la estela de estrellas emergentes como Sam Cooke y Otis Redding.
El conflicto en los dos primeros episodios está servido. En su infancia, el absoluto control, y ciertamente despiadado, que C.L. Franklin ejerce sobre su hija. El abuso físico y emocional, un crecimiento precoz y unos valores vulnerados por la ausencia de su madre (abandonó a su marido a causa de las infidelidades) y la hipocresía de su progenitor (predicaba la fe por las mañanas mientras por las noches transitaba de cama en cama), son los lastres emocionales que acarreará la cantante cuando crezca. En su etapa adulta, el matrimonio, también precoz, pronto estuvo salpicado de problemas. Celos, escasez de dinero, abuso y la alternativa profesional de Ted White (proxenetismo), sumado a la rivalidad con sus hermanas y las disputas con su padre son las tramas principales. El objetivo de este tipo de narración es la exposición y justificación de los actos de la cantante: la rémora que arrastra desde su juventud y que, marcada por el racismo y machismo, marcará el devenir de toda su vida.
Las interpretaciones resuelven con veracidad la papeleta. Cynthia Erivo está magistral cuando canta: logra recordarnos a la reina del soul, sin embargo, no logra cautivar en el drama. Todo lo contrario que Courtney B. Vance que raya a gran nivel en un papel tan desagradable como complejo; al igual que la pequeña Shaian transmite seguridad y veracidad, también en un rol complicado. El resto del elenco cumple sin mayores alardes. La religión, la familia y la sexualidad se alternan y conjugan a través de los recuerdos para relucir posteriormente en su música. Aretha Franklin halló una voz propia tanto fuera como dentro del escenario, y le sirvió para encontrar su lugar tanto en la vida como en la música. Ahí es cuando se convierte en un genio. Cuando la miniserie aborda este tipo de narración, Genius: Aretha funciona, y pierdes la sensación de escuchar simplemente una antología de Re.
Especialmente deliciosa la parte final del segundo capítulo, cuando Cynthia Erivo interpreta el clásico de Otis Redding, Try a little tenderness. Imperdible.
‘Genius: Aretha’ se emite los viernes en Disney+.