(Fuente: Ganga Producciones)
Esta crítica se ha escrito tras ver la primera temporada completa de ‘HIT’ y no contiene spoilers.
Ya tengo una edad en la que las series de adolescentes me dan un poco de pereza, no sé si porque cada vez estoy más lejos de esa edad, o porque nunca quise tenerla. El caso es que cuando TVE estrenó HIT preferí ponerme con otras producciones porque “a estas alturas qué me va a enseñar a mi una serie de adolescentes española”. Nunca haber estado tan equivocada me produjo una satisfacción tan grande.
Afortunadamente, entre mis prescriptoras de cabecera tengo a una joven de 15 años a la que le gustan mucho las series y carga con menos prejuicios que yo. “¿Has visto HIT?” me preguntó un día mientras comíamos. Le respondí poniendo la excusa de la pereza y me la devolvió con un tajante “pues deberías, está muy bien”. No fue inmediato, pero le obedecí. Empecé y me sentí incómoda y horrorizada por el carácter de mierda de su protagonista. Y tres capítulos después quería convertirlo en ministro de educación, adoptar a las bestias pardas que estaba tratando de educar y tomar café con la directora del Anne Frank todos los jueves en su casa, que me queda cerca.
(Fuente: Ganga Producciones)
El problema de los prejuicios es que suelen venir cargados de errores y mi primer error fue pensar que HIT era lo que parecía, una serie sobre adolescentes. No lo es. Es una producción sobre la educación, sobre los problemas a los que se enfrentan los jóvenes de hoy en día de verdad, no en lujosas urbanizaciones, sobre las dificultades de profesores e instituciones educativas para sacar adelante su trabajo, sobre las adicciones, los miedos y los retos que padres e hijos deben afrontar en este mundo en el que vivimos con sus modas, sus fobias y sus redes sociales. Porque si algo es HIT es real.
Creada por Joaquín Oristrell que, además de consultar con asociaciones de padres y de profesores, se basó para escribir la serie en experiencias que habían vivido padres y profesores que conoce, HIT es una producción creíble y cercana en la que cientos de jóvenes pueden verse reconocidos. Una historia que narra una docena de historias a la vez, sin miedo a resultar incómoda o a tratar temas que pueden parecer tabú para una producción de una cadena pública, que se ha rodado con cámaras de mano para darle un toque más realista y que pone en el punto de mira un tema que en España no parece mucho más que una línea en el programa electoral y una excusa para la confrontación, el sistema educativo.
Tal y como ha reconocido Oristrell, Hugo Ibarra Toledo, el protagonista que da nombre a la serie con sus iniciales, es un House de la educación. Un tipo que ha dejado de lado su vocación, ser profesor, para dar charlas sobre la enseñanza en auditorios repletos, con consejos que escandalizarían a más de un diputado de esos que gritan “libertad” en el Congreso. Pero una amiga, Esther, acude a pedirle ayuda, porque el colegio en el que es directora se ha convertido en una zona de conflicto y ya no sabe que hacer. Nada más llegar al centro, HIT aísla la infección y crea un tratamiento para nueve alumnos entre los que, como es de suponer, está lo mejor de cada casa. Pero el educador no tendrá que vérselas únicamente con ellos, sino que también deberá lidiar con sus padres, que en muchos casos permanecen ciegos ante la enfermedad (el odio, la rabia, la falta de autoestima) que sufren sus hijos.
(Fuente: Ganga Producciones)
A lo largo de sus diez episodios, el tratamiento de este personaje que le sienta como un guante al Daniel Grao va teniendo efecto en los jóvenes, a veces buenos, a veces regulares, a veces malos. Pero HIT no es buenista ni idealista, y sin pensárselo demasiado es capaz de llevar a cualquier personaje, incluso al propio protagonista, a un pozo sin fondo y luego levantarlo. La evolución de los jóvenes es evidente, pero no gracias a los efectos mágicos de guion propios de las series de coles, sino al particular método de este profesor que juró dejar de serlo, pero es tan adicto a la enseñanza como al alcohol.
Para que esta propuesta tan novedosa y tan bien liderada luzca y funcione también hace falta que acompañe el resto del elenco porque si no se quedaría en una charla TED sin fin y para eso ya está el arranque. HIT merece la pena, y una segunda temporada, porque junto a su protagonista ha encontrado un grupo de jóvenes que parecen nacidos para sus papeles. Criaturas cercanas a su edad, que se convierten como pocas veces hemos visto en televisión en esos adolescentes caprichosos, egoístas o traumatizados propios de estas historias. Son nueve y los nueve están perfectos en sus imperfecciones, en sus groserías, en los errores que no dejan de cometer una y otra vez y que les han llevado a tratar de ser sanados por HIT. Alguien a quien, al principio, ven como un tipo que solo quiere sacar provecho de sus desgracias para luego comentarlas en la tele o publicarlas en un libro.
(Fuente: Ganga Producciones)
El magnífico trabajo de casting de Deborah Borque a la hora de remover cielo, tierra y TikTok, con castings en los que encontraba a su personaje en quien no se había presentado e intérpretes que acabaron dando a su rol su procedencia o sus aficiones, no termina ahí. Tanto los profesores como los padres de las criaturas están estupendos y perfectamente podrían ser los padres y profesores que te encuentras en cualquier colegio de España. En cualquier colegio que no sea Las Encinas, claro. Pero especialmente reseñable es el trabajo de Olaya Caldera, que después de muchos años de secundaria ha dado con el director y el papel dispuesto a apostar por una mujer que pasa de los 40 y es imperfectamente perfecta.
Podría estar horas y horas explicándoos por qué deberíais poneros esa serie que ayer muchos despedimos con una lagrimita, pero prefiero que os suméis a esa marea de gente que ha visto la serie en directo y en diferido, a los profesores que han llevado algunas de sus secuencias a las aulas, a los padres que, por fin, se han sentado con su hijo a hablar después de ver un capítulo, y vosotros también la veáis.
No quiero pensar que el desenlace de ayer es una despedida. Porque, como dice Marga en la secuencia final si no quieres despedirte, no te vayas, y yo no quiero despedirme. Porque no quiero creer que TVE vaya a desaprovechar la oportunidad de poner una pica tan trascendente en la ficción nacional, ahora que a Telecinco las series le suenan a chino y Antena 3 ha hecho una plataforma a la que derivar esas cosas. Porque no quiero creer que después de haber retomado un rodaje tras la pandemia, haber encontrado un protagonista fantástico con un carácter tan querible como odiable, después de haber puesto sobre la mesa el alcohol, las drogas, la violencia intrafamiliar, los problemas psicológicos o los traumas por la muerte de un ser querido vaya a echar el cierre e intentarlo, o no, con otra cosa.
No me lo quiero creer porque sería absurdo. Así que lo dicho, no me despido porque espero que no se vaya.