Esta crítica se ha escrito tras ver los tres primeros episodios de ‘Irresponsable’ y no contiene spoilers.
«Julien parece el hombre en el que me habría convertido de no ser por el teatro», confiesa Sébastien Chassagne, el actor protagonista de Irresponsable, una comedia francesa que acaba de estrenar Filmin. Ataviado con el sobrenombre —tan adulador, tan exigente— del Woody Allen francés, Chassagne es el pilar de carga de esta colección de estampas de inmadurez centradas en un adolescente tardío de 31 años que, en su momento más bajo, descubre que tiene un hijo de 15. De las neurosis propias del humorista y director de Manhattan o Annie Hall queda un leve rastro en la odiosa y completa interpretación del francés, el ingrediente estrella de la última apuesta de la plataforma española.
El proyecto corre a cargo de Frédéric Rosset, quien coescribe junto a su hermana Camille unos guiones endiablados que se lucen más en la superficie que en lo profundo y, aun así, están provistos de una empatía desbordada. En los ligerísimos capítulos de 20 minutos que componen esta primera temporada de la serie, de 2016, se busca el golpe de efecto de lo más-patético-todavía con una perseverancia que valió, tanto al característico protagonista como a los padres de su personaje, los galardones a Mejor Serie y Mejor Actor en los premios de la Asociación de Críticos Franceses.
El punto de partida es tan identificable como para facilitar una entrada suavísima en el universo de Irresponsable: Julien acaba de perder su trabajo y su piso y se ve obligado a regresar a casa de su madre en el pueblo, y no es que le parezca demasiado mal. Con una progenitora que se afana en encontrar más formas de expresarse que la abnegación de los cuidados, Julien —manipulador, mentiroso, holgazán y petardo— se desliza cómodamente de vuelta hacia una sonrojante pubertad.
Sin embargo, tras una entrevista de trabajo de la que sale escaldado por porreta, se encuentra con un viejo amor del instituto que le confiesa que, si se marchó del pueblo y cortó toda relación con él, fue porque se quedó embarazada y sus padres la forzaron a tener a su hijo en otra ciudad que permitiera el anonimato. De vuelta en la realidad, Julien se decide a reconquistar al niño, que ya es adolescente y le da tanto a la hierba como él.
Además del gusto por lo vegetal, Julien y Jacques, el zagal, tienen en común la mirada hormonal y atontilada que proyectan sobre el mundo, y en esa categoría caen los instrumentos más interesantes con que Irresponsable se maneja. El primer rastro en la puesta en escena de esta igualación por abajo de púber y adulto es, claro, el reguero de pósteres de Metallica y otras obsesiones adolescentes que adornan la habitación en la que se apoltrona, pero hay otros más llamativos, como que el protagonista vista siempre de incombinables colores primarios, acaso un personaje de tebeo en un escenario habitado por seres humanos reales, completos, matizados.
Irresponsable no necesita apartarse de su brusquedad ni del rédito que obtiene de lo incómodo para esquivar agujeros con la holgura con que lo hace. Evita, entre otros giros previsibles, los tropos de una comedia romántica ideal mil y una veces truncada en la serie, a medida que el propio protagonista fracasa en cada oportunidad de avance hacia lo que sería la solución convencional a su problema. El atoramiento de Julien es placentero porque el tipo no encuentra salidas sencillas para situaciones complejas —y se estira otras dos temporadas, de próximo estreno en Filmin—. No hay nada para el verano como el confort de saber que uno no puede hacerlo todo tan mal.
‘Irresponsable’ está disponible en Filmin.