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Crítica: ‘La historia de Lisey’, una adaptación tan ambiciosa como fallida

(Fuente: Apple TV+)

Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘La historia de Lisey’ y no contiene spoilers.

Las dos últimas adaptaciones de King a la pantalla, The Outsider y The Stand, me dejaron un sabor agridulce. La primera porque es demasiado King: una puesta en escena soberbia, una trama escabrosa, personajes atribulados, pero un final descafeinado. Con la segunda, la cosa fue a peor: un apocalipsis que no aterra no es digno de llamarse como tal; eso sin contar las múltiples tropelías narrativas que alumbran los personajes y sus conflictos. Conclusión: adaptaciones fallidas. La historia de Lisey tiene su origen, naturalmente, en otro libro de Stephen King del mismo nombre. Reconozco que la curiosidad me picaba cuando Apple TV+ anunció su estreno y la abordé, creo, sin ningún prejuicio. La novela del escritor norteamericano es compleja y rebuscada, y la más personal, sin duda. Una exploración del fenómeno de la creatividad, de sus procesos y de la relación de estos con el amor y su lenguaje. Tarea ingente, desde luego.

Apple TV+ apostó fuerte. Con guion del propio King, la labor de dirección se encomendó al brillante Pablo Larraín (si alguna vez tienen la oportunidad de ver Ema o El Club no la desaprovechen, créanme), al iraní Darius Khondji la dirección de fotografía (uno de los aciertos de la miniserie) y para el elenco, Julianne Moore, Clive Owen, Joan Allen, Jennifer Jason Leigh y Dane DeHaan, entre otros. Con semejantes mimbres, como dice el refrán, el cesto debería ser bueno, pero, y aquí reconozco que me cuesta argumentar con claridad, el resultado no es tal. Después de ver la miniserie, masticarla con cariño y repasar algunos capítulos, uno tiene la sensación de que la historia se pierde en sí misma; como si la aguja de un tocadiscos acariciara el vinilo sin penetrar en el surco y, por tanto, la música se antojara confusa, distorsionada, perdida.

Lisey (Julianne Moore) lleva padeciendo dos años de duelo por su marido Scott (Clive Owen), escritor famoso en el pasado y cuyos libros más aplaudidos son objeto de culto, literalmente, por una pléyade de seguidores que van desde los más académicos hasta los fanáticos compulsivos. El matrimonio formado por Lisey y Scott vivió una relación apasionada, romántica y casi sincrética. Esta unión se cimentaba en los recuerdos, convertidos en secretos, de una infancia durísima del propio Scott, marcada por un padre desequilibrado (Michael Pitt) y un hermano con el que los juegos de infancia se sustentaban en la dualidad del bien y del mal; Scott, en su fantasía como creador, viaja a un mundo mágico conocido como Boo’ya Moon y en donde la hermana catatónica de Lisey, Amanda (Joan Allen) también se ha instalado. Paralelamente, un editor, Dashmiel (Ron Cephas), obsesionado con el trabajo de Scott, induce a un fan del escritor, Jim (Dane DeHaan) en una búsqueda obsesiva de la obra inédita de Scott. Lisey, en su descenso al recuerdo, solo cuenta con su otra hermana, Darla (Jennier Jason Leigh), como única ancla para no perder la razón.

Los aspectos más intrigantes y conmovedores de la miniserie son los tratamientos de la enfermedad mental y el trastorno de estrés postraumático por la ausencia del amor y cómo la memoria reconstruye el pasado desde el presente, lo que representa una contaminación inconsciente, y vulnerada, del propio recuerdo. Esta fragmentación, apasionante desde todo punto de vista, no causa el impacto pretendido en la narración. Queda roma. La utilización del ámbito fantástico, con el reino mágico y la creación de un lenguaje exclusivo (las dálivas, por ejemplo), cuyo objetivo primigenio es alimentar el horror emocional de Lisey, confunde al espectador. No te induce a penetrar en la cabeza de ambos, en sus temores, anhelos y, menos aún, en el amor que se profesan.

A pesar de la fotografía de Khondji (la iluminación sombría de la foresta de Pensilvania es ciertamente aterradora) y del estilo preciosista de Larraín (un dechado en la puesta en escena usando gamas de colores que siempre aciertan), la narrativa se queda austera; no por escasa, sino porque es demasiado densa, en ocasiones abrupta y salta de un lado a otro sin tiempo para la asimilación y reacción. El montaje tampoco ayuda: el abuso de las analepsis y prolepsis distorsiona la narración (en varias ocasiones paré el episodio y repasé algunas escenas porque no era capaz de mantener el hilo con coherencia), la reiteración de las piezas a cargo de María Callas pierden el efecto deseado (y mira que me gusta escuchar a esa mujer), y la sensación de que la historia no penetra donde debería, aparca, por momentos, las ganas de continuar con ella. Por otro lado, como elementos destacables, queda sin duda la recreación de la atmósfera opresiva y claustrofóbica y las interpretaciones de Moore y Jason Leigh.

La historia de Lisey podría haber sido una gran adaptación si hubiéramos conocido la historia de Lisey gracias a la miniserie. Quizás entonces hubiéramos penetrado en lo que el propio King pretendió cuando escribió la novela. Solo me resta esperar que la próxima adaptación del escritor norteamericano tenga mejor fortuna.

‘La historia de Lisey’ está disponible en Apple TV+.

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