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Crítica: La rama española de ‘Criminal’ no pasa de la anécdota teatral

Eduard Fernández es la gran estrella de ‘Criminal: España’. (Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras ver todos los episodios de ‘Criminal: España’ y los primeros de sus homólogas de Reino Unido, Francia y Alemania, y no contiene spoilers.

Netflix recoge el testigo del esperanto. A eso recuerda, al menos, su primera producción transeuropea, Criminal, un policíaco que concentra en una misma sala de interrogatorios historias de cuatro países: España, el Reino Unido, Francia y Alemania. El Rin para todos, que decía Victor Hugo.

Jim Field Smith y George Kay han sido los showrunners encargados de dar unidad a un proyecto de doce episodios, tres de cada país, con ese nexo de unión que es la sala de una comisaría de policía; además de ocuparse de los capítulos británicos. Su propuesta, por las limitaciones del espacio, resulta bastante teatral.

Es algo de lo que los creadores no reniegan: al contrario, enarbolan la teatralidad de su serie como algo que ha permitido a los intérpretes sacar a relucir esa actuación pura que, supuestamente, la industria del cine y la tele a menudo no les permite exhibir (detrás de lo cual parece esconderse la consideración del teatro como una forma creativa más “artística” y elevada que el audiovisual). En fin, el resultado tampoco es precisamente grandioso.

Sí es cierto que esos presupuestos dramáticos dan lugar a decisiones interesantes como el reparto del espacio en tres regiones diferenciadas: la sala donde se interpela a los cacos, la habitación aneja desde donde observan subrepiticiamente los polis y el pasillo de la comisaria. Como en un decorado teatral, las diferentes zonas del escenario permiten según qué estados emocionales y vetan otros. Se invita así al espectador a un curioso baile con los personajes y los actores, que se unen y se distancian en función de la habitación en la que se encuentran. Como dice Smith (más o menos), un policía solo es honesto junto a la máquina de café.

El punto de partida es bueno. A partir de ahí, y esto es lo interesante, cada país ha sabido y podido codificarlo a su manera y con resultados variables. La propuesta española, en concreto, se hunde sin el apoyo de un guion verdaderamente memorable que barnice el tinglado escénico. Con las firmas de Manuel Martín Cuenca y Alejandro Hernández y ejecutados en la dirección por Mariano Barroso, los libretos de los tres episodios patrios prometen una exploración de las relaciones de poder entre el interrogador y el sospechoso que. en realidad. no existe hasta el último de ellos.

La ausencia de un verdadero duelo entre personajes en los dos primeros cortes de Criminal: España los convierte en sencillas anécdotas morbosas (y desoladoras, por lo desaprovechado de unas Carmen Machi e Inma Cuesta siempre chispeantes). Por suerte, queda un tercer episodio (escrito, esta vez con acierto, por Hernández) que destaca por tres cosas: a) Plantea de verdad interrogantes sobre el sistema policial y la legitimidad de sus protocolos. b) Gira alrededor de un Eduard Fernández monstruoso y scorsésico que arrastra consigo a todos los demás. c) Es capaz de resucitar de entre los muertos a un Mariano Barroso de aprobado hasta el momento, que se engalana también.

Carmen Machi no está todo lo deslumbrante que podría. (Fuente: Netflix)

Con Criminal, en realidad, es casi más interesante cómo funciona la maquinaria que la propia serie que se manufactura. La atención se aleja de los episodios en sí (cada terna con un estilo propio, no tanto nacional como personal) para dejar como factor verdaderamente reseñable la cuestión de lo transeuropeo, sobre todo a la hora de valorar los episodios de cada país como partes iguales de un mismo todo (algo que no parece interesarle a la propia Netflix, que los ha colocado en el catálogo como series distintas, favoreciendo que se preste, por prejuicios, más atención a unas que a otras).

Criminal es, aunque no cautivadora, interesante. Hace pensar, por ejemplo, en la enorme deconstrucción que exige al espectador, que debe entender como partes de un mismo proyecto capítulos que no tienen, en realidad, nada que ver entre sí. Los códigos sociales, el lenguaje corporal… Son elementos variables en función del país, y ya ni hablemos del efecto de los subtítulos y el doblaje. Si tomamos perspectiva, todo ese mejunje provoca una extrañeza convertida en fascinación (a mí me ha ocurrido, vaya) que hace la mitad del trabajo a los episodios extranjeros. No seamos malos con los patrios.

Todas las versiones de ‘Criminal’ están disponibles completas bajo demanda en Netflix.

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