(Fuente: TNT)
Esta crítica se ha escrito tras ver los tres primeros episodios de ‘Snowpiercer’ y no contiene spoilers.
Bong Joon-ho es una gran carta de presentación. Y Snowpiercer (la serie heredera de su película homónima, producida por TNT y disponible desde hoy en Netflix España) la juega, pero no parece entenderla. El surcoreano, rey del celuloide desde su asalto a los cielos de Hollywood con Parásitos, figura como productor ejecutivo en los créditos de esta nueva producción, pero no dirige ni escribe ningún episodio. Sería presuntuoso señalar esta ausencia como la causa directa de que esta serie-albacea palidezca ante la película. Lo que sí parece, sin embargo, es un elocuente síntoma de su languidez.
Snowpiercer recoge, como el filme, la historia que Jacques Lob y Jean-Marc Rochette idearon en los 80 para el cómic Le Transperceneige. También como el filme, utiliza el escenario del tebeo (el Rompenieves, un tren organizado por clases estancas que circunnavega una Tierra congelada) para inventar su propia trama, siempre en clave de revolución: los pasajeros de la cola, misérrimos, golpeados y alimentados de una repugnante gelatina azabache, quieren romper las cadenas y abrirse camino hacia los primeros vagones, en los que una élite de supervivientes acapara los recursos.
Pero donde la película era certera, sanguinaria, imparable y animal, la serie se embarra y se entretiene. Su relato está lejos de ser el del rebelde interpretado por Chris Evans, decidido a regar con vísceras su paso hasta el primero de los mil y un vagones del Rompenieves y hacer pagar el hostigamiento de su gente. La de TNT es la historia de Layton (Daveed Diggs), un habitante de la cola llevado por las autoridades hasta los vagones ricos para que resuelva un asesinato, pues era detective en el mundo anterior.
Los renegados del vehículo no son más dichosos ni tienen menos ganas de rebelarse que en la cinta, pero su peso en la historia es desplazado por las fricciones surgidas en el seno de las clases acomodadas (en las que conviven aristócratas y técnicos del tren, a efectos, ayudantes de Dios). Con sus primeros lances, la serie retuerce el cuello para mirar dentro de su ombligo, negando la palabra a las nociones inspiradas que levitaban extramuros de la obra de Joon-ho. Frente al ensayo sobre el pergeño de nuevos sistemas de vida, la serie ofrece un misterio que resulta constantemente familiar, como habitado por el espectro de una historia mejor. La textura abrasiva de la imagen digital tampoco hace ningún favor a sus imágenes morosas y en bancarrota.
Los esfuerzos por recorrer los intestinos del tramo rico del vehículo revelan, quizá sin quererlo, una desarticulación del espíritu revolucionario a través de la quiebra posmoderna de la espacialidad. Las angosturas de los corredores del Transperceneige, que algunos recordarán de la película, más evocadores de un tobogán o una rampa de lanzamiento, enfatizaban la linealidad del tren y la necesidad de avanzar a toda costa en una única dirección.
Estas coordenadas son brutalmente deslocalizadas por la serie, cuya referencia espacial se acerca más al centro comercial. Las habitaciones no son oblongas, sino amplias en un sentido casi extradimensional, y los pasillos esconden recovecos que engañan al ojo. Un espectador desorientado, por momentos, encontrará difícil señalar en qué dirección avanza el tren o desde dónde partió el viaje. El Rompenieves de la serie impide recordar hacia dónde hay que moverse para derrocar al poder o por qué empezó siquiera la revolución. Está por ver si el fruto de la narración resignifica estas primeras decisiones, pero su revisión de la película del coreano ya está marcada como ensimismada y acomodaticia.
La primera temporada de ‘Snowpiercer’ está disponible completa bajo demanda en Netflix España.