Esta crítica se ha escrito tras ver ‘Libertad’ y no contiene spoilers.
En la forma de la serie que estrena hoy Movistar+ y en su versión recortada para salas de cine, Libertad empieza de la misma manera: en el Londres de un recién amanecido siglo XIX, un viajero inglés regala a sus escuchantes historias de la odisea que vivió en España, la patria de sus antepasados; de la novela que sostiene entre sus manos, amenizada con ilustraciones que se proyectan en la pared, y de la mujer que la protagoniza, Lucía la Llanera. Ahí se resume la posición de partida de Enrique Urbizu, que dirige y avala el proyecto: una mirada extranjera, crítica y mitológica sobre un país tan noble como atrasado.
Serie y película, no obstante, difieren en su segunda secuencia. Desde el ritual para burgueses presos del pasmo, la versión televisiva de Libertad se desvía hacia el asalto sufrido por el carruaje de John, el narrador, a manos de unos bandoleros que conoceremos más tarde en una escena muda que precede a la presentación de la Llanera. En cambio, la película trasvasa toda la atención de los atentos británicos, que condensa también la curiosidad proyectada del público en la sala, hacia Lucía, la protagonista, con un juego de ventanas dentro de ventanas que abre la veda para un torrente de símbolos que buscarán apropiarse del sentido del título.
Así conoce el espectador, convertido para el resto del relato en un mirón distante, al centro en torno al cual orbita el mundo azaroso de Libertad: la Llanera encarnada por Bebe, amnistiada tras 17 años de espera junto al cadalso, 17 años en los que ha dado a luz a un hijo ya hombre, Juan, y ha cantado a incontables reos los últimos melismas que oirían en sus vidas. Si bien la introducción del montaje que ofrece Movistar+ retiene el impacto de las imágenes de Urbizu, se engolfa en plantar una semilla que promete recoger en otro punto de los cinco episodios que abarca. La del corte para cines es poesía mucho más certera.
Lo que se propone Urbizu con cualquiera de las dos caras de la tragedia de la Llanera es reconstruir una España alérgica al progreso y, como el Bernard Rieux de Camus, ir abriendo a diestro y siniestro los bubones que nacen de esos sarpullidos para intentar encontrarles una explicación. Se puede anticipar, por el contexto y por las referencias —presididas desde el recuerdo por Curro Jiménez—, que el vasco no acaba hallando orden ni concierto en las desventuras de ninguno de los bandoleros. Aunque no hay casi nada del heavy metal de Gigantes, también de Movistar+, en los horizontes indomables de Libertad, el guion, de Michel Gaztambide y Miguel Barros, en manos de Urbizu parece desesperanzado: la trama encaja mejor en cuanto asumimos que los personajes son peleles a merced de la arbitrariedad del medievo. Las cosas pasan porque sí, sin buscarlas ni merecerlas.
Pese a ello, el periplo de estas almas perdidas de secano conserva cierto romanticisimo, adquirido, quizá, de un realizador siempre preocupado por la dimensión humana del wéstern, género todoterreno que lo emparienta histórica y cinematográficamente con los pistoleros ibéricos. (Ya en 2002, Urbizu describía La vida mancha como «un wéstern de emociones».) Es un mérito sólido de Libertad que no se apaguen los destellos que titilan, por ejemplo, en los ojos del personaje de un profundo Ginés García Millán —que sale mucho mejor parado en el corte televisivo—, inserto en una cadena de decepciones que salpica incluso a los modelos de progreso inglés, el industrial, y francés, el político. Ni el más sofisticado de los sistemas arraiga en una tierra de raíces podridas. La España de Urbizu solo habla los lenguajes del plomo, la roca y la jara.
‘Libertad’ se puede ver bajo demanda en Movistar+ y en cines.