(Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito después de ver los dos primeros episodios de ‘Los Bridgerton’ y no contiene spoilers.
Las historias de la Regencia suelen tener en común un aire que casi las hace pasar por cuentos de Disney, como un brillo y una perfección en cada una de las líneas que pudiera parecer cursi. Pero cualquiera que haya leído Orgullo y prejuicio (por mencionar un título) es consciente de la ironía que se encierra en esa visión del mundo donde ellas valen tanto como su dote y ellos son perseguidos por un ejército de madres intentando colocar hijas como último gesto antes de perderlas. Todo eso lo sabía Julia Quinn cuando escribió la obra en la que está basada Los Bridgerton y, del mismo modo, la productora Shonda Rhimes ha sabido leerlo y reinterpretarlo con una lucidez meridiana.
Lo que la serie de Netflix muestra es una sociedad corrosiva en la que las mujeres de mejor alcurnia hacen girar su existencia alrededor de la temporada de bailes y fiestas de presentación: la joven promesa paseada como una vaca de concurso, esperando a que le pongan una buena nota y con ella pueda colocarse en una buena familia. Si esa transacción sale bien, todo el apellido aumentará su estatus y, con él, la posición social en su definición más amplia y perversa.
Y Los Bridgerton entiende todo esto y hace de ello una historia repleta de ironía donde podemos divertirnos con caballeros libertinos que evidentemente acabarán enamorándose y una hermosa mujer inteligente que sabe jugar sus cartas. Hay brillo, lentejuelas y un montón de vestidos preciosos que casan perfectamente con coreografías estudiadas; todo ello, rematado con una pátina de artificialidad y con desnudos que delatan que ni la propia serie se toma muy en serio a sí misma.
(Fuente: Netflix)
La narración se ordena en tres planos. El primero es una voz en off que no viene de otra persona sino de Julia Andrews que, con el tiempo, ha conseguido convertirse en la representante de lo que la aristocracia clásica debería ser. En segundo lugar, la propia escena, llena de pequeñas perlas de risa y emoción. Y en tercer lugar, el constante cacareo de todas esas señoras que engordaron una vez se casaron y hacen de la carrera para el éxito social de sus jóvenes el mejor espectáculo. La mezcla entre ellas hace que todo momento esté pintado de un relativismo que nos impide darle más solemnidad de la que tiene.
Toda escena es un teatrillo rítmico que hace las delicias de cualquier aficionado al periodo en el que está representado, pero, además, la experiencia nos dice que las adaptaciones televisivas son un maravilloso camino con el que despertar la curiosidad por la Regencia y la época victoriana. Esta versión es cómoda y desacomplejada y hace que uno se vuelque en esa ambientación abrazando lo bello y divertido, y deshaciéndose en buena parte de la crítica que podría despertarnos su manera de funcionar.
El arranque de Los Bridgerton es todo lo que le podíamos pedir y lo que nos habían prometido. Se bebe sola y sus episodios de más de 50 minutos son un deleite que espero seáis capaces de racionar. Yo no estoy pudiendo. Me he enamorado irreversiblemente de ellos; de su apariencia y del coro que los ocho hermanos Bridgerton forman, donde la burla y el jolgorio son constantes.
Shonda nos ha regalado el brebaje perfecto para acabar del año entre luces y amoríos.
‘Los Bridgerton’ está disponible en Netflix.