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Crítica: ‘Los Miserables’, el clásico revisitado una vez más

Lily Collins, en el centro, como Fantine. (Fuente: Movistar+)

Esta crítica se ha escrito tras ver la miniserie completa y contiene spoilers.

Pocas novelas se han adaptado más en la historia del cine y la televisión que Los Miserables de Víctor Hugo. Más allá de su inmenso valor literario, el gran éxito de esta obra reside en su atemporalidad: todas sus tramas perviven con la misma solvencia e interés que cuando el autor francés las escribió. Porque, a la postre, son historias que abundan en la mezquindad, injusticia, decencia, venganza, redención, el vivo retrato del ser humano que obra de una u otra manera ante la adversidad, el azar, una decisión equivocada o unas circunstancias malinterpretadas, y que marcan su vida inexorablemente desembocando en el alivio transformador que alberga la bondad o en el descenso a los infiernos que entraña la maldad. Una historia de buenos, muy buenos, y malos, muy malos, sin duda, pero que entronca con la esencia de todos nosotros.

Andrew Davies (su lista en IMDB no cabría en este artículo) es el responsable de esta adaptación auspiciada por la BBC. Como dijo en una entrevista poco antes de acometer el proyecto: “Odiaba el musical, quería rescatar ese gran libro de ese patético viraje”. Esto, quizás, suene a afrenta con cita detrás de la iglesia, padrinos y arma a elegir, pero, a mi juicio, no lo es tanto.

Los seis capítulos de esta revisión del clásico adaptan, con mucho acierto, los cinco volúmenes del libro ciñéndose, en la medida de lo posible, a esa estructura (no olvidemos que el libro ronda las dos mil páginas); además, opta por un acercamiento más literario, suprimiendo pocas tramas y aspectos más triviales de los personajes, con objeto de resaltar la fidelidad al texto. Davies apuesta por la amplitud y, por encima de todo, por ser directo. Tom Shankland (La ciudad y la ciudad, The Leftovers, Ripper Street, y la aterradora The children) es el director de los seis episodios.

Javert, como inspector de policía. (Fuente: Movistar+)

Situémonos: Waterloo, junio de 1815. El campo de batalla muestra la última derrota de Napoleón. Miles de muertos alimentan la tierra y los saqueadores que hacen su agosto desvalijando a los cadáveres. Uno de estos, Thénardier (Adeel Akhtar), salta de muerto en muerto buscando botín, pero cuando registra a uno, resulta que aún respira. Es el coronel Pontmercy que cree, engañado por Thenardier, que le ha salvado la vida. Este es uno de los detonantes que marcará la historia.

Poco tiempo después, en uno de los barcos prisión del puerto de Tolón, Jean Valjean (Dominic West) sufre las penalidades de los trabajos forzados, que resiste gracias a su extraordinaria fuerza. El preso 24601, como se le conoce, llama la atención de Javert (David Oyelowo) durante un “accidente” en la cantera donde trabajan los presos. Desde entonces, y para siempre, sus vidas quedarán unidas sin remisión.

A partir de ahí, y con varias elipsis temporales, la historia principal va desbrozándose en función de los personajes que aparecen y desaparecen. Así, Valjean construye su propia redención (oscura en ocasiones, luminosa en otras), desde su liberación hasta adoptar una nueva identidad como prohombre; Thénardier, junto con Madam Thénardier (Olivia Colman), convierte la mezquindad en su forma de vida regentando una fonda de baja estofa y esclavizando niños a cambio de dinero.

Por su parte, Pontmercy, acusado de bonapartista, acaba sus días sin poder cuidar de su hijo Marius (Josh O’Connor), cuya educación queda a cargo de su abuelo materno Gillenormand (David Bradley), y Javert, tras años como carcelero, emprende una exitosa carrera siendo ascendido a inspector en la nueva policía monárquica. Un hecho ajeno a todos les cambiará la vida para siempre: una joven llamada Fantine (Lilly Collins) se queda embarazada, y abandonada, de un joven noble. Sin recursos, comienza a trabajar en el taller de Valjean, pero por error éste la despide; obligada por las circunstancias a prostituirse, deja a su hija Cosette (Ellie Bamber) al cuidado de la familia Thénardier. Y todo cambia cuando Fantine muere.

La señora Thénardier. (Fuente: Movistar+)

Los Miserables tiene que verse como lo que es: un drama romántico capital, donde las relaciones amorosas son fruto de la época en la que se escribió (estableciendo que el romanticismo, como género y movimiento cultural, tuvo su apogeo en la década de los 50 del siglo XIX), los conflictos sociales fruto de las revoluciones comunales de 1830 y 48 (y como en la obra, tuvieron lugar sobre todo en París) y donde los protagonistas son fiel reflejo de la miseria y necesidad que la sociedad francesa vivió después de casi 20 años de guerras ininterrumpidas bajo el mandato de Napoleón.

Pero Davies y Shankland apuestan, como lo hace el texto original, por trasladar al espectador un espectro emotivo que le ancla a las virtudes y defectos del ser humano a través de la propia historia, y viceversa. No se trata solamente de una crítica novelada de las injusticias, sino de unos personajes, sumamente humanos, que son dejados al albur. Y que ellos decidan.

Como cabe esperar de una proyecto de la BBC, su diseño de producción es exquisito; basta con ver la escena de Waterloo, los barcos prisión de Tolón o las refriegas en las calles de París, entre otras muchas. Del elenco, poco hay que decir: West y Oyelowo están excelentes, dándose mutuamente el relevo entre perseguido y perseguidor; Akhtar le da un giro de tuerca a su personaje, paradigma de la mezquindad, resultando aún más detestable. Y de Colman, pues eso, haga lo que haga, y cómo lo haga, es lo de menos llegado a su nivel: fantástica. Y por último, pero igual de importante, ojo a la banda sonora, que ha sido compuesta por John Murphy (Lock and Stock, Kick-Ass, 28 días después). Imperdible.

‘Los Miserables’ está disponible en Movistar+.

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