Esta crítica se ha escrito tras ver ‘Los niños de la estación del Zoo’ completa y no contiene spoilers.
Cantaba David Bowie en 1974 eso de: «Rebel rebel, you’ve torn your dress; Rebel rebel, your face is a mess; Rebel rebel, how could they know?; Hot tramp, I love you so!» (Rebelde rebelde, te has destrozado el vestido; Rebelde rebelde, tu cara es un desastre; Rebelde rebelde, ¿cómo iban a saberlo? ¡Zorra caliente, te quiero tanto!). La estrofa resume la época que la adolescente Christiane F. vivió en el Berlín de los años 70, una vida rodeada de drogas, yonquis y prostitución que acabaron plasmadas en las memorias Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, que fueron publicadas en 1978 -en español se tradujeron como: Yo Christiane F. Hijos de la droga– y adaptadas al cine en 1981. Ahora, bajo un nombre más acorde, Amazon Prime Video estrena la revisión de esas memorias en Los niños de la estación del zoo.
Compuesta de ocho episodios, la miniserie producida por Amazon Studios y Constantin Television muestra la realidad social de una época muy jodida en una ciudad tan dividida, literalmente, como Berlín. A través de la visión de cada uno de los seis integrantes del grupo, la ficción genera un mapa mental de la problemática con la que convivía el pueblo obrero alemán: la falta de oportunidades y el refugio de muchos males en las drogas, sexo, violencia o alcohol. Y resulta impactante cómo muestra, con la mayor naturalidad del mundo, situaciones como la depravación de algunos adultos (clero incluido), la violencia de género, el suicidio adolescente o el abuso de menores.
Es complicado no comparar esta serie con otras dos obras audiovisuales que comparten la temática de consumo de estupefacientes y familias desestructuradas: Euphoria y Trainspotting. La serie que protagoniza Zendaya es un espejo en el que se mira la obra alemana devolviendo un ejercicio visual que intenta parecerse a la ficción de HBO, aunque, sin llegar al excelente uso de la fotografía de la Sam Levinson, Los niños de la estación del zoo goza de instantes plagados de buen ritmo visual y musical, además de algunos encuadres que gustarán mucho a los más cartesianos. En el caso de la obra de Danny Boyle, de ella toma prestada la idea de las ya clásicas escenas oníricas que evocan la sensación de un chute de heroína.
No obstante, si he de destacar algo de Los niños de la estación del zoo es el uso que se hace de la música para ayudar a construir la historia. Muchos de los momentos musicales transcurren en el sancta sanctorum de la escena industrial berlinesa, la discoteca SOUND, por lo que se entiende la importancia que tiene para su desarrollo. Sin embargo, son las canciones que forman parte de la música incidental -tan bien seleccionadas por Michael Kandebach y Robot Koch- las que elevan el discurso narrativo. Entre ellas podemos escuchar temas de Bowie (evidentemente), Bloc Party, Wolf Alice, Cigarettes After Sex, Tame Impala, Florence and The Machine o una versión del Chandelier de SIA, a cargo de Damien Rice, en una escena esencial. Sin duda, un acierto.
También existen los motivos que pueden hacer que el espectador deje de interesarse por lo que cuenta la serie (más allá de que le moleste ver jeringuillas y pinchazos). La historia gira en torno a Christiane (Jana McKinnon) y sus vivencias, ella es la protagonista absoluta de la serie y el resto de niños o sus padres no dejan de ser satélites a sus sucesos. Personajes como Stella, Benno o Babsi gozan de cierto protagonismo, aunque no el suficiente, como para indagar en sus vidas y las razones de sus problemas, quedándose en meras pinceladas cuando lo interesante habría sido apostar por sus tramas y no estirar el chicle con las recaídas de Christiane.
Por otro lado, pese a que el casting está correcto y sus interpretaciones son loables, la serie adolece del mismo problema que Sensación de Vivir o Al salir de clase: supuestamente estamos ante críos en torno a los 13 y 17 años, por lo que cuesta creerse a los veinteañeros que los interpretan como criaturas inocentes que se van rompiendo, como el cristal de la intro, con cada chute o cada felación por conseguir droga. Además, el paso del tiempo en el metraje es más bien difuso. Mientras que en la trama televisiva tan solo parecen pasar unos meses, las memorias de Christiane Vera Felscherinow abarcan varios años, hasta que los periodistas de la revista Stern Kai Hermann y Horst Rieck la entrevistaron tras su declaración en un juicio por pederastia, un encuentro que acabaría con la publicación del libro que se adapta en la serie.
Los niños de la estación del zoo es una serie que, compactada en 4 horas, bien pudiera haber tenido un mejor resultado. Sin embargo, es una moneda al aire; por momentos gusta mucho y en otros resulta lenta. En definitiva, como dice el personaje de Stella: «Las estaciones de tren son tristes. Nadie quiere permanecer en ellas». Y menos en una como la estación del zoo berlinés de los años 70.
‘Los niños de la estación del zoo’ está disponible en Amazon Prime Video.