Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada final de ‘Lucifer’ completa y no contiene spoilers.
Algunos afortunados ya conocemos el final de Lucifer, la serie que renació de entre las cenizas tras su cancelación y que volvió a Netflix para crecer con más fuerza. Suena muy épico, pero en 2018 la marca era mucho menos conocida y contaba con menos seguidores. En el gigante rojo ha podido convertirse en algo más completo e intrincado y si pusiéramos título hoy a la serie, igual no llevaría solamente el nombre de Morningstar. Tras las últimas escenas de la última temporada de Lucifer nos queda mucho más claro: la historia que hemos visto es la de mucha más gente y más interesante de lo que de entrada era.
Esta última temporada, de hecho, presenta varios temas interesantes que, pese a girar entorno a la figura del protagonista, necesitan de otros personajes. Si en la quinta podíamos ver cómo Lucifer se alzaba con el título de próximo Dios, será en esta última donde deba despejar varias preguntas, entre ellas, si ser como su padre es su verdadera vocación. Así, se establece algo bastante pintoresco como es el darle una finalidad distinta de la de su creación a seres atemporales. Es una cuestión que no se hace solamente con él, pues muchos de los personajes que hemos visto deberán plantearse algo similar: ¿qué es lo que hace que su vida tenga sentido y a qué quieren dedicar realmente su tiempo? Y, sobre todo, ¿con quién hacerlo? Es un aprendizaje largo, pero al final lo importante no es a qué llegues, sino cómo y con quién. De esta forma, Lucifer termina con una lección mucho más profunda y sentimental de lo que habríamos pedido a la serie que empezó con sexo, alcohol y entretenimiento ligero.
Otro de los valores de los últimos diez episodios es que sabemos que tras ellos no habrá nada. La temporada es una gran despedida en la que todo tiene cabida y en la que todavía hay tiempo para introducir un componente nuevo que sacuda y condicione la relación entre Lucifer y Decker. Ha habido llanto por mi parte, lo reconozco, porque toda la segunda mitad es muy emocional. Además, cuenta con un tono de adiós entre bonito y melancólico que tiene al espectador en un puño, sabiendo que acabe bien o mal (sea lo que sea eso) va a ser de lagrimones. Cierra la carpeta voluntariamente en un momento de esplendor y pudiendo dedicarle la atención que merece.
Encima, Lucifer tiene más cosas a decir. Con la pandemia parece que nos hayamos olvidado, pero no hace tanto tiempo que Estados Unidos se tambaleaba con un movimiento llamado Black Lives Matter y aunque ya otros títulos lo han tenido presente (pienso en Prodigal Son, por ejemplo), en la serie del demonio la conversación se convierte en algo mayúsculo porque deja claro que el problema es estructural y que solo con la implicación de toda la comunidad con poder el cambio es posible. No contaré más, pero prestad atención a esta subtrama. Le pilla en mal momento porque parece que todo lo que haya que hablar en esta temporada sea sobre la despedida, pero ojalá más títulos señalaran la importancia sistémica de la discriminación racial.
El desenlace de esta serie está a la altura de lo que se ha convertido a lo largo de los años, da su tiempo a todos los personajes y deja muy claro la necesidad de cada uno de ellos para haber llegado hasta aquí. Es bonita, tierna y emocionante. Lucifer ha superado los bares de copas con bailarines cortos de ropa para rellenar su vida y ahora tiene mucho más. Más estabilidad y lazos con el mundo mortal que dan una lógica a su vida y que le permiten conocerse. Y a nosotros nos queda una cosa bonita, preparada con un gran lazo y cerrada con toda la calma del mundo.
‘Lucifer’ está disponible en Netflix.