Este artículo se ha escrito tras ver la miniserie completa y no contiene spoilers.
Los años noventa en Rusia fueron un caos en toda regla. Con la llegada de la perestroika a mediados de los ochenta y la liberalización de los precios en 1992, la sociedad rusa experimentó uno de los cambios más radicales que haya vivido una sociedad; la economía de mercado dejó de ser una fantasía detrás del telón de acero, las marcas inundaron las calles de la mastodóntica URSS y los bienes de consumo, denostados y demonizados durante décadas desde el Kremlin, se convirtieron en el opio del pueblo. Un mundo nuevo penetraba por las estepas arrasando todo a su paso: lo que no habían conseguido Hitler ni Napoleón, lo hicieron McDonald, Ferrari y Armani. La veda se había abierto y había toda una economía que reformar, transformar y “redimir”. Los oligarcas comunistas desaparecían o se convertían, aquello del mismo perro con distinto collar. El salvaje Este.
Moscow Noir (su título original es Dirigenten), que llega a España de la mano de Filmin, nos traslada al Moscú de finales de los noventa. Una pléyade de bancos extranjeros ha aterrizado en la capital rusa con objeto de hacer negocios; del otro lado, una pléyade de políticos, militares y prohombres rusos sacan tajada de la situación. Si pestañeas, pierdes. Tom Blixen, (Adam Pålsson) se dirige al trabajo donde pretende cerrar un acuerdo que conecte los activos exsoviéticos en Rusia con el capital occidental a través del banco sueco Pionner para el que trabaja. El acuerdo no se fragua y su jefa, Rebecka (Linda Ziliacus) le pone en la picota porque sus últimos tres negocios han fracasado. Esa misma mañana, su viejo amigo y mentor Freddy (Christopher Wagelin) aparece en la oficina casualmente, pero en realidad necesita a Tom.
Al poco, Olga (Karolina Gruszka), la mujer de Freddy, invita a Tom a su casa y entre ambos le confiesan que están a punto de arruinarse. Solo pueden asirse a un paquete accionarial de Neftnik, una petrolera con origen en la era soviética. Es una buena oportunidad para la familia, pero también para Tom y su posible redención en Pionner. Antes de lanzarse, Tom decide investigar Neftnik, pero las pesquisas le llevan a un campo yermo donde una multitud de maquinaria obsoleta permanece varada en medio de la nada. Quizás las acciones no valen nada, decide, pero aún así, insiste y comienza a desbrozar qué hay detrás de la petrolera.
Es entonces cuando entra en juego la mafia, nuevos multimillonarios, varios estamentos políticos, un fiscal, la policía y hasta una posible participación chechena. Tom se adentra en un mundo que sabe que existe, como cualquier persona en la Rusia de aquella época, pero que nadie desea tocar con sus propias manos. La muerte de Freddy y la posibilidad de que Olga y su hija perezcan también obliga a Tom a urdir un plan que tiene pocos visos de tener éxito.
(Fuente: Filmin)
A pesar de que la miniserie de ocho capítulos parte de una premisa muy interesante y que debió ser moneda de cambio en aquellos tiempos (negocios de hoy para mañana, titularidades opacas, extorsiones y corrupción por doquier), lo que aporta verosimilitud y una buena base histórica, la ficción a su alrededor es muy infantil. En primer lugar, peca de un maniqueísmo exasperante; al margen de que establezca dos bandos claramente diferenciados, lo que es aceptable, es el tratamiento de ambos bandos y sus protagonistas. Los papeles de Tom y del fiscal Skurov (Georg Nikoloff), héroes a la sazón en la historia, están trufados de tópicos, sin apenas aristas y con escasa profundidad. De igual modo les sucede a sus antagonistas, donde Romanov (James Tratas) o Kruglov (Gediminias Storpirstis), entre otros, resultan romos y anodinos.
Por otro lado, la duración. Tienes la sensación de un guion acomodado a la duración de la serie. La repetición de situaciones es constante y la narración no avanza; las vicisitudes que sufren Olga y su hija, en su objetivo por sobrevivir, se repiten una y otra vez cambiando de ubicación, pero sin aditivos que nutran el drama. Ocurre igual con el trasiego de Tom: su continuo devenir por las calles de la ciudad restan agilidad y sumen a la historia en una suerte de tiovivo, con una sucesión de escenas calcadas, sin resolución siquiera temporal.
Y, por último, el ovillo. La pretensión inicial de tejer un puzle en el que trama y espectador vayan de la mano para resolverlo, fenece entre el segundo y tercer episodio. El laberinto que se forma se convierte en un embrollo donde personajes importantes pierden su rol (sin saber muy bien cómo ni porqué) y donde otros aparecen como por ensalmo aportando detalles cruciales. Si a esto le sumamos, un final más que previsible, nos encontramos con una miniserie repleta de buenas intenciones, pero con una resolución fallida.
‘Moscow Noir’ está disponible en Filmin.
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