Esta crítica se ha escrito tras ver la segunda temporada completa de ‘Mythic Quest’ y no contiene spoilers.
Mythic Quest podría acabarse aquí y no pasaría nada. La serie de Apple TV+ ha alcanzado la conclusión de su temporada 2 con una pirueta tan sólida que sería un broche final perfecto, en caso de que la compañía no la renovase por una tercera entrega. Pese al arrollador éxito crítico de sus comedias —con Ted Lasso pasa algo parecido—, la plataforma de la manzana no se toma tan a la ligera lo de alargar el recorrido de las series como otras. Mientras tanto, nos consuela que, de terminarse aquí, Mythic Quest habría tenido una buena vida.
Después de ofrecer sendas válvulas de escape con dos episodios especiales —Quarantine y Everlight, que sirvieron de puente entre una temporada y otra—, la nueva tanda de capítulos de esta pseudo-sitcom sobre los trabajadores de un estudio de desarrollo de videojuegos se presentaba con formalidades ya conocidas. Han regresado las pugnas por liderar el estudio en lo creativo entre Ian (al que da vida Rob McElhenney, aún showrunner de la serie junto con Charlie Day y Megan Ganz) y Poppy, la desesperación de David ante su suerte funesta, la perfidia gélida de Brad… Todo resultaba familiar y, sin embargo, nada ha quedado igual nueve episodios después.
Como ocurrió en la entrega anterior, a mitad de temporada un episodio estelar ambientado en el pasado aparece de ninguna parte y destroza todas las inercias que el espectador pudiera estar detectando en una fórmula como la de Mythic Quest, que tan fácilmente se gasta. Trasfondo (o en el inglés original, Backstory, mucho más acertado) es el título de un sexto corte con las agallas, el gusto y la emoción de aquel amor imposible entre dos programadores que protagonizaron Cristin Milioti y Jake Johnson en el primer año de la serie. Si aquel episodio botella contaba la historia pretérita del edificio que ahora ocupan los currantes de Mythic Quest, este se vuelca sobre el que ha resultado ser el personaje más valioso del elenco: C. W. Longbottom.
Un excelso F. Murray Abraham sigue dando vida al anciano C. W., novelista de ciencia ficción caído en desgracia que escribe guiones para el videojuego. El viejo actor de Salieri en Amadeus lleva con gallardía el blasón de lo que esta segunda temporada de la serie de Apple TV+ ha pretendido hacer: cerrar heridas, pero no ignorándolas o esperando a que el tiempo las cauterice con torpeza, sino volviendo a abrirlas para una necesaria y conclusiva desinfección. La combinación del episodio encapsulado y el que lo sucede —sexto y séptimo— componen una relación detallada de los daños que C. W. ha causado, excelentemente filmada por el propio McElhenney, y su necesitada reparación en el presente, también de una profundidad sentimental que, por mucha comedia que contenga, nunca le ha sido ajena a Mythic Quest.
La redención del escritor preludia lo que se desencadena en las dos piezas siguientes, que cierran la temporada en un alto no tan difícil de superar, pero sí imposible de repetir. Siguiendo en cierto modo el ejemplo vital del mentor al que solían ignorar —también constante e incómoda metáfora del abandono de los ancianos durante la pandemia de la COVID-19—, cada personaje encuentra al acabar la temporada un cierre digno para su arco. Aunque no son finales tajantes, los cambios que experimentan sus figuras son, como debe ser, irreversibles. No implican decir adiós a nadie, pero sí hasta luego a personas que, vista la temporada completa, no son las mismas que retomaron la serie en mayo; y hay pocas ocasiones mejores para dejar ir la creación de uno. Por si acaso: hasta siempre, Mythic Quest.
‘Mythic Quest’ está disponible en Apple TV+.