(Fuente: AMC)
Esta crítica se ha escrito tras ver los dos primeros episodios de la cuarta temporada de ‘Preacher’ y no contiene spoilers.
Preacher siempre ha jugado con la repetición. La estrategia cacofónica es una de las claves que hacen que su trío protagonista funcione tan bien; y el otro trío (la verdadera terna mágica de Preacher), formado por Sam Catlin, Evan Goldberg y Seth Rogen, lo sabe. Los productores de la adaptación del prestigioso cómic conocen a fondo a Jesse, Tulip y Cassidy, su dream team, y son conscientes de que colocarlos en la misma dinámica que ha vertebrado las otras tres temporadas resultará igual de fructífero. Por ahí van los tiros en estos dos primeros cortes de la despedida de Preacher: replicar la fórmula mágica.
Hablemos claro: Preacher es heredera de la road movie. Sus personajes están en constante movimiento, pero no por una cuestión paisajística, sino porque el desplazamiento los define. El predicador y sus acompañantes son figuras incompletas, constantemente en busca de algo (perdón, redención, paz) que es evidente que no van a encontrar. Por eso todas las temporadas abren y cierran con un movimiento; en concreto, uno hacia otro lugar estanco y podrido a su manera, que será foco de otros tantos problemas y, sobre todo, una nueva prisión emocional. Primero fue el pueblo de Annville, luego Nueva Orleans, después Angelville y, para esta entrega, Masada.
Aunque se repite el patrón del viaje en la temporada, sí que hay un cambio: que esta es la última parada del trayecto. La serie acaba aquí, como ya anunció Seth Rogen, y no todo se arregla cogiendo carretera y manta, así que es momento de descartarse. Sin embargo, Preacher está muy anclada en su tradición. Queda claro en el segundo episodio, cuando Jesse está a punto de tomar un vuelo a Australia y, como por embrujo, se ve atado al lugar central por una pequeña trama que aflora con disimulo. Ese gusto por lo conocido no es un mal camino (porque, hablando de Preacher, lo conocido es excelente), pero el conservadurismo puede no ser la mejor apuesta para cerrar una serie.
En la seguridad que le da arar dentro del surco, la producción ha aterrizado con un doble estreno en AMC (que conlleva dos episodios publicados seguidos en HBO España) algo comedido. Al menos, demasiado comedido para lo que acostumbra a delirar una serie que coloca a Hitler resucitado como empleado de un Subway. Aunque el destino del viaje es ahora la fortaleza de Herr Starr en Judea, lo que vemos es un poco lo mismo de siempre. El imposible trío protagonista, amigos casi por orden del guion (porque está claro que ellos no se soportan), permuta sus papeles en esa relación confusa y complejísima que ya conocemos. Una vez más, Jesse, Tulip y Cass se dividen en caminos que convergerán seguramente hacia el final de la temporada.
En cualquier caso, la trayectoria de la serie le merece más de un voto de confianza. El humor, la violencia extrema y el esperpento parecen seguir siendo los ingredientes de una cuarta y última temporada que ha jugado más a sentar bases para un desarrollo sólido que a entrar con todo desde el primer minuto. Las premoniciones que inauguran la temporada anuncian, además de un apego mantenido al cómic, que aún queda mucho por recorrer. Que detrás de estos dos episodios no-tan-alucinantes (y, aun así, inconcebibles en cualquier otra serie para personas decentes) hay un plan maestro es algo a lo que merece la pena aferrarse. Preacher es el máximo exponente del absurdo antirreligioso en la televisión americana por algo.
‘Preacher’ está disponible bajo demanda en HBO España, con nuevos episodios todos los lunes.
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