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Crítica: ‘Primal’, otra catedral de la animación de Genndy Tartakovsky

A esta primera temporada le falta otra mitad, que llegará en 2020. (Fuente: Adult Swim)

Esta crítica se ha escrito tras ver la primera mitad de la primera temporada de ‘Primal’ y no contiene spoilers.

La nostalgia es un mal común, una taxidermia infeliz y terrible bañada en recuerdos dulces, en olores frescos, y en la falsa promesa de darle la vuelta al tiempo para desandarlo en sentido opuesto. La autorreferencia, o la nostalgia por la obra propia, aqueja a los menos, pero con aún más graves consecuencias. Genndy Tartakovsky es probablemente la gran figura de la animación occidental contemporánea y no por ello, recién cumplido el medio siglo de edad, se abandona a la nostalgia. Ni a la autorreferencia. Toda su obra ha constituido una embestida hacia delante, irregular pero continuada, y Primal es un siguiente capítulo en consonancia.

El soviético, nacido en la Rusia de Brézhnev en 1970, destacó como creador de una imaginación ingobernable en la última década del milenio con El laboratorio de Dexter. Desde entonces, su firma, plástica y enormemente estilizada, ha viajado de estadios adultos, con Samurai Jack como estandarte, al asalto de la animación infantil y en tres dimensiones en la saga de películas Hotel Transylvania. Con Primal, un proyecto de Adult Swim (la compañía propiedad de Cartoon Network que en Estados Unidos cobija, por ejemplo, a Rick y Morty) que aquí puede verse en HBO España, el autor fija un rumbo de regreso a los dibujos planos, pero con una grafía completamente renovada.

Tartakovsky rehúsa enfundarse los mismos guantes sudorosos y ajados con los que ha combatido ya mil veces, y se zambulle en una relación muda entre un troglodita y un dinosaurio en una Prehistoria brutal y asesina. La comunicación que se abre camino entre las angosturas anímicas del mozo y el bicho (que, gracias al cielo, no dicen una palabra en los cinco capítulos que componen esta primera parte) consigue reducir la buddy movie a su expresión más salvaje, a la naturaleza misma; amortizando el carácter único de la premisa de Primal, primero, y rompiendo con la doble retórica imagen-sonido que atraviesa gran parte del trabajo del ruso, después.

El silencio se revaloriza en las píldoras de 20 minutos que componen la serie, pues no bebe tanto del talle quedo del cine japonés que inspiraba Samurai Jack como de la imposibilidad real de enviar o recibir mensajes. Los códigos que quedan a disposición de la poco probable pareja son así los más primitivos, crueles y absolutos. La abstracción de Primal, cuando se deshace del habla, prescinde también de instrumentos civilizatorios. En su historia, así como en su andamiaje narrativo, solo existen los lenguajes del plano y de la sangre.

Genndy Tartakovsky es un director sin apostillas de ninguna clase que, particularizándolo, lo rebajasen (como “director de animación”, que es algo mucho más concreto y menos universal que director a secas). Y lo es desde el primer minuto de cada microhistoria que conforma la serie. Los episodios incluyen, siempre a su comienzo, una lección magistral de montaje, de ritmo, de perspectiva en alguno de los elementos fundamentales de la narración: la dinámica, el espacio, la violencia o la épica. Uno por uno, esos ingredientes comparecen para dar forma a un ecosistema que no es insidioso ni irracional. Lo que rige el mundo de Primal es una animalidad bella, mística y apabullante.

Un último episodio que rompe el equilibrio

Por qué esta primera entrega de la serie (partida en dos mitades y cuya segunda remesa de capítulos debería llegar a lo largo de este año) se aleja de todo eso en el quinto episodio es algo que se me escapa. Más allá de la convivencia en el tiempo de un humano y un tiranosaurio, el realismo que rige el primer tramo de la historia es un barniz impagable para el tono adulto de Primal. Su giro fantasioso en los últimos cien metros desemboca en un final potente, sí, pero no uno con más fuerza dramática que otras secuencias tempranas.

Que el resultado de la refriega final (recordemos, lo más parecido a un debate que los personajes de Primal pueden tener, y por tanto, igual de esclarecedor) no dependa de esa suerte de mercado autorregulado sangriento sino del albur de una variable extrínseca rompe el equilibrio. Un equilibrio delicado y caprichoso, pero crucial en el tratado que la serie propone en un principio. No obstante, un final torcido, por definición, no puede arruinaros más que el último de los otros tantos jugosos bocados que esta presa guarda. A por ella.

La primera mitad de la primera temporada de ‘Primal’ puede verse bajo demanda en HBO España.

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