Roseanne ha vuelto a la ABC 30 años después de su estreno rompiendo todos los récords de audiencia recientes y asegurando la renovación por una nueva temporada. Más de 18 millones de hogares encendieron la televisión esa noche para ver en directo el regreso de los Conner.
Se pueden hacer muchas lecturas de por qué el público estadounidense sigue interesado en el retrato de esta familia de clase baja, en formato multicámara y en el mismo escenario de hace tres décadas; muchas cosas han cambiado desde aquel otoño de 1988, pero en el fondo parece que no tantas.
También podemos analizar lo que su éxito de audiencia representa para la industria y para la televisión en abierto; o lo que implica que los revivals parezcan ser apuesta segura para que se abran (o cierren) puertas a nuevos formatos y narrativas. Todas estas líneas de análisis nos pueden llevar a conclusiones interesantes, pero hoy queremos centrarnos en el debate político que ha surgido alrededor de la serie.
Por qué la vuelta de ‘Roseanne’ es tan importante
La sitcom ha regresado a la televisión estadounidense con su protagonista como defensora de Donald Trumpfueradeseries.com
Series en la era Trump
Desde que Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, su sombra ha sobrevolado por toda la ficción televisiva posterior. Varias series han hecho algún comentario político al respecto. La séptima temporada de American Horror Story y la primera de The Good Fight usaron como punto de partida pesadillesco la noche de las elecciones presidenciales de 2016, Will and Grace convirtió el “Make America Great Again” en la broma protagonista del primer episodio de su vuelta. Black-ish, Día a día, One Mississippi, Broad City y Nola Darling son otras de las series que han estableciendo su universo como el mismo de la realidad política actual.
Sarah Gilbert, Laurie Metcalf y Roseanne Barr (Fuente: ABC)
Roseanne es también una de las series de la era Trump, pero su caso es particular por dos razones. La primera, es que a diferencia de todas las ficciones anteriores, su protagonista votó por el presidente electo. La segunda, que la actriz que la interpreta también lo hizo.
Las Roseannes de la vida real y la ficción fueron altavoces de temas muy importantes en los años 90. Eran mujeres que se alejaban del estándar de belleza que se veía en televisión, que levantaron sus voces contra el abuso doméstico y laboral; eran mujeres feministas y firmes defensoras de los derechos LGTB. En 2016, un año antes de que Louis C.K. se viera obligado a disculparse por las acusaciones recibidas por acoso sexual, Roseanne Barr ya había llamado la atención sobre sus acciones, pero sus declaraciones políticas durante los últimos años han sido protagonistas de una serie de polémicas, que van del antisemitismo a la transfobia, lo que ha producido reacciones airadas entre los espectadores de 2018 que se sienten confundidos y/o traicionados.
Hay una lectura positiva en lo que muchos rechazan
Aunque Sarah Gilbert (Darlene en la ficción y productora ejecutiva de la serie) ha explicado que el tema Trump no se volverá a tocar en lo que queda de temporada, es imposible ignorar el debate político que ha surgido alrededor de la serie. Pero, a pesar de que muchos se han apresurado a negarse a verla o han incitado a su boicot, lo cierto es que el hecho de que la nueva Roseanne, y el apoyo que ha recibido la serie por parte de Trump, atraiga a ese gran grupo de espectadores que se sienten alienados por el discurso liberal de muchas otras series puede servir como puente para acercar posturas polarizadas y generar conversaciones sobre temas de los que no están acostumbrados a hablar.
Tanto I Love You, America como el programa de Netflix Queer Eye, o el segundo episodio de esta décima temporada de Roseanne, sirven para comprobar que lo que muchas veces parecen opiniones irrefutables son prejuicios causados por desconocimiento. Hay temas de los que nunca se habla porque no se conocen, pero todos podemos aprender a entender otras realidades si nos dan la oportunidad. O eso me gusta pensar.
Roseanne puede acercar posturas que parecen irreconciliables, tender puentes e iniciar conversaciones de las que puede resultar una sociedad más tolerante y menos incendiaria. No es este el principal objetivo de un producto de ficción, pero si tiene el poder de hacerlo, ¿por qué ignorarlo?
Al margen de lo político, ¿qué tal ha vuelto la serie?
Roseanne consigue con creces su objetivo principal: hacer sentir al espectador que simplemente ha vuelto entrar en casa de los Conner después de haberlos dejado hace varios años. Las dinámicas entre los personajes y el estilo de humor son los mismos, contarnos qué ha sido de ellos en todos estos años se hace de forma fluida y basta con una línea de diálogo. Lo único que ha cambiado es que ha pasado el tiempo.
Como lo hacía antes, sigue haciendo visible ese espacio del que nadie habla y que va del ideal del sueño americano a lo que es la realidad para la mayoría de sus habitantes. Sin perder el humor, sigue tocando la llaga del día a día de los que no disfrutan de privilegios, de aquellos que años después descubrieron que no pudieron realizar sus sueños.
Como muchos, aquí y allá, Darlene se ha visto obligada a volver a casa de sus padres porque ha perdido su trabajo. Haciendo humor con lo imposible, como ya es marca de la casa, Roseanne y Dan, que ya son abuelos, tienen que repartirse entre los dos los medicamentos porque el seguro que tienen no cubre lo que necesitan ambos. Sí, Roseanne votó a Trump porque prometió trabajos y que todo iba a cambiar, pero la realidad de la familia demuestra que no están mejor que antes. La serie no es pro Trump; como ha hecho siempre, simplemente muestra una realidad alejada del glamour de las grandes ciudades, de los diplomas de Harvard y los trabajos aspiracionales.
En veinte minutos, el primer episodio cumple con la presentación del nuevo estatus de todos los miembros de la familia y resuelve con gracia los conflictos del cierre de la novena temporada. También incorpora con éxito guiños para los seguidores de la serie. El episodio empieza con Roseanne preguntándole a Dan, conectado a su respirador nocturno para la apnea, si está muerto; también hay una escena en el sótano en la que comentan el libro que Roseanne escribió y nunca llegó a publicar y hay otra en la que se conocen las dos Beckys (Sarah Chalke interpretó al personaje de Becky cuando Lecy Goranson dejó la serie para ir a la universidad).
La trama central del segundo episodio es la de las reacciones de la familia a la expresión de género de Mark, el hijo pequeño de Darlene, que prefiere vestirse con ropas y colores asignadas tradicionalmente a lo femenino. Dan y Roseanne no lo entienden al principio y tienen problemas para adaptarse y aceptarlo. Su principal preocupación no es otra que la del personaje de Angela Bassett en el 2×08 de Master of None: la reacción de la sociedad. Que un personaje que ha votado a Trump pueda hablar de estos temas con naturalidad demuestra que Roseanne tiene potencial para hacer algo relevante y ambicioso que vaya más allá de aprovechar el factor nostalgia.
Notas al margen
- La idea del revival de Roseanne cobró vida después de un sketch que hizo Sarah Gilbert en su programa The Talk junto a John Goodman. Una vez se empezaron a plantear la posibilidad de un regreso, sólo hicieron falta tres meses hasta que actores y cadena firmaran el regreso oficial de la serie.
- En el podcast Remote Controlled, Roseanne Barr explicó que una vez los actores se pusieron de acuerdo en volver a la serie, Netflix estuvo interesada en hacerse con los derechos, pero prefirieron permanecer en ABC, no sólo porque fuera su casa original, sino porque es una cadena en abierto y no querían negarle al público que representan la posibilidad de ver la serie.