Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘Reyes de la noche’ y no contiene spoilers.
Mi pasión por la radio viene de lejos. Mi madre me contó en numerosas ocasiones que de muy pequeño, cuando me dejaba en el parque pues aún no había comenzado a andar, la mejor manera de entretenerme era dejar colgado un transistor con la radio encendida. Y ahí me quedaba yo, modo maceta, todo el día. Supongo que aquello dejó un poso tan marcado que aún hoy, casi a todas horas y siempre que puedo, escucho la radio. En el caso que nos atañe, y después de que mi querido Álvaro Onieva me propusiera hincarle el diente a esta serie, los ecos de mi juventud reverberaron con fuerza; en mis dorados, y agitados, años de universidad yo era oyente irreductible de clásicos como Gomaespuma, Carlos Pumares o el gran José María García. No les digo más.
A finales de los ochenta, la radio deportiva nocturna tenía un dueño y señor, el ya citado García, con su Supergarcía, de Antena 3 Radio. Si te gustaba el deporte, y si no casi que también, escucharlo era de obligado cumplimiento. Las doce de la noche era la hora fetiche, el mundo se detenía y las ondas esperaban expectantes la crónica, siempre irreverente y afilada de José María García. La llegada de La Morena a La Ser propició un embate hasta ese momento desconocido. Rodeados de equipos que eran la crème de la crème por aquel entonces, las refriegas fueron profesionales y personales. En 1992, la cosa da un giro brutal con la compra de Antena 3 Radio por parte de Prisa, es entonces cuando García se marcha a la COPE. La guerra se acentuó.
Movistar+ presenta una ficción que nos lleva a la guerra por las ondas más cruenta de cuantas hayamos tenido oportunidad de ver. Creada por Adolfo Valor y Cristóbal Garrido, y dirigida por Carlos Theron y el propio Valor, la propuesta, tan acertada como original, nos traslada a esos años ochenta de la mano de dos periodistas deportivos que son santo y seña de sus dos cadenas en la franja nocturna. De un lado, Paco “El Cóndor”, interpretado por Javier Gutiérrez (me pregunto yo qué papel habrá que este actor no borde), y por otro, Miki Esparbé cuyo papel es de Jota Montes (sorpresa mayúscula la del actor catalán). Como bien pueden imaginar, Gutiérrez es el remedo de García y Esparbé el de La Morena. Hasta aquí, perfecto; es algo que todo el que se haya asomado a la publicidad de la serie lo sabe; sin embargo, de ahora en adelante, y más allá de las coincidencias que hay con la historia real de los dos periodistas, la serie toma un derrotero delicioso, donde la comedia solapa al drama y viceversa.
Para situarnos, Paco dirige el programa con más relevancia de la noche deportiva a finales de la década de los ochenta, y Jota es su mano derecha. El final de la temporada no hace sino acentuar el absoluto liderazgo del equipo de Paco; los números avalan su caché, pero la competencia acecha, en este caso una cadena dirigida por la Iglesia, y la oferta es apabullante. Paco negocia a dos bandas, pero el jefe de Paco, Cerdán (un Alberto San Juan que nadie entiende porqué no trabaja más) le niega la mayor. Paco, chulo e irreverente donde los haya, se larga con todo su equipo, salvo uno. Jota, seducido por Cerdán, tiene la oportunidad de oro sobre la mesa: dirigir su propio programa y ser la competencia de su ex jefe. Eso, y la presencia en la cadena de Marga (Itsaso Arana), con quien mantiene, entre idas y venidas, un romance, y directora de un programa de madrugada muy del estilo Hablar por hablar. La historia está tejida.
Sin ánimo de spoiler alguno, la narración transita fundamentalmente entre Javier Gutiérrez y Miki Esparbé, y donde la guerra, de todos los colores, por cierto, para conseguir exclusivas y aumentar la audiencia, es el elemento fundamental. La manera de hacer periodismo de Paco es agresiva, dura, sin cuartel, donde los contactos, sobornos y chantajes están a la orden del día; por otra parte, Jota apuesta por un periodismo más limpio y noble, apoyándose en las buenas maneras y la praxis ejemplar. Pero claro, la audiencia es la audiencia y la publicidad es la publicidad. Los números para Paco siguen siendo espectaculares, lo que significa cochambrosos para Jota. En un contexto cainita (algo muy patrio, por otra parte), donde el fracaso del otro nos satisface más que la fortuna propia, las historias de Paco y Jota se entrecruzan constantemente.
El acierto, entonces, es cuando las historias personales de los protagonistas zigzaguean con las profesionales, lo que deriva en una definición poderosa de los roles de ambos. Traiciones, romances, enfermedades, enchufes y una ambición que juega malvadamente para ambos, son las marcas de la casa. Pero, como decía en un principio, la comedia y el drama van de la mano en Reyes de la noche, ora tú, ora yo. Los sucesos, que no gags, cómicos son divertidos y acerados, con profundidad y calado; no muestran el chiste porque toca, o como un recurso fácil. Y eso es de agradecer. Los diálogos son ágiles y rápidos y con alusiones constantes a ese vocabulario nocturno, plagado de insultos, donde la originalidad, y mala baba, predominaba por encima de todo. Por último, pero muy importante, es el acierto de 30 minutos de duración por capítulo.
Para los más viejos del lugar, todo esto les resultará familiar y evocará, sin duda, una sonrisa nostálgica. Para los más nuevos, y como muestra es maravillosa, para entender lo que significó aquella época en la radio, les sugiero que vean la primera escena del primer episodio. Nada lo podría definir mejor.
‘Reyes de la noche’ se emite los viernes en Movistar+.