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Crítica: ‘Riverdale’ se entrega al más es más en su segunda temporada

Archie y Reggie, unidos por la preocupación por la situación en ‘Riverdale’. (Fuente: Movistar+)

“La evidencia es como te la cuento, por qué dudas de que más es más”. Estos versos de Fangoria parecen ser la inspiración para la segunda temporada de Riverdale, una serie que, después de resolver el misterio de quién mató a Jason Blossom en la primera entrega, tenía que demostrar que el pueblo es el mayor reducto de criminalidad en la televisión estadounidense desde los tiempos de Se ha escrito un crimen y Cabot Cove.

Un asesino en serie (o algo parecido), patrullas de vigilancia ciudadana, cruising, un nuevo villano con hechuras de malo de telenovela y una nueva banda que trafica con una droga sintética con nombre de juego infantil. Eso es lo que Roberto Aguirre-Sacasa y compañía han introducido sólo en los tres primeros episodios de la temporada, y el acelerador está pisado tan a fondo, que Riverdale va a dejar en breve los giros inesperados y locos de The Vampire Diaries a la altura del betún.

Porque si arrancas la temporada con Fred Andrews en el hospital, después de que un desconocido le dispare en Pop’s, y con la señorita Grundy siendo asesinada en su casa, no puedes ir más que hacia arriba a toda velocidad.

Y a eso se han entregado. El asesino enmascarado de Riverdale actúa a veces como el asesino del Zodiaco (disparando a Midge y Moose cuando están en el coche y enviando la carta a Alice Cooper para que la publique en el diario local) y otras, como el terrorista social de la primera temporada de Bron/Broen: le preocupa el estado de depravación del pueblo y decide actuar al estilo Travis Bickle, cargándose a todo el que se le ponga por delante.

Sus acciones afectan más a Archie, que entra en una de sus obsesiones absurdas por ser él quien se encargue de mantener a salvo a todo Riverdale. Quizás ha estado viendo demasiado Arrow. Traumatizado por haber sido testigo de primera mano del ataque a su padre, y asustado, tiene la reacción exagerada de montar una patrulla de vigilancia ciudadana para hacer el trabajo que, según él, el sheriff Keller no quiere desempeñar. Y se inspira en la versión de Riverdale de los X-Men, o de los Vengadores: el Círculo Rojo (no confundir con la serie de Antena 3 del mismo equipo que Motivos personales).

Hiram Lodge, el JR Ewing de la serie. (Fuente: Movistar+)

La ingenuidad de Archie lo convierte en presa fácil de las manipulaciones de Hiram Lodge (Mark Consuelos), el padre de Verónica, y la gran incorporación de la segunda temporada. Es el villano calculador, y muy de culebrón, que el patriarca Blossom no supo ser, y teniendo en cuenta que sólo está calentando en el principio de la temporada, será interesante ver cómo revoluciona el lugar.

Por lo pronto, ya ha conseguido que Archie se crea Steven Seagal, y va extendiendo sus tentáculos financieros por el pueblo. Menos mal que en Riverdale no hay petróleo, o viñedos, porque tendríamos una soap de los 80 en toda regla: Los Lodge.

Mientras tanto, el lado malo del pueblo tiene una caracterización que sigue el mismo esquema de cargar las tintas. El instituto del sur al que va Jughead parece el escenario de una secuela de Mad Max, y sirve para abrir un poco más el universo de Riverdale. Es el reverso bizarro del centro en el que estudian Verónica, Betty y Archie: hay pintadas por los pasillos, detectores de metales en las puertas y las bandas campan a sus anchas. E introduce la jingle-jangle, la droga preferida de los adolescentes, que se toma como si fueran polvos pica-pica.

La oscuridad se ha adueñado de la serie hasta en el cruising que Kevin Keller practica en los bosques, y eso se ha trasladado también a su estética. En ese aspecto, sus episodios son un verdadero festín, desde la noche retro para salvar Pop’s a la maravillosamente gótica y recargada “casita” de Cherry Blossom y su madre, o la bruma perenne que cubre el instituto. Riverdale no ha perdido su factor de caramelito visual.

Kevin y Betty, crónica de un distanciamiento anunciado. (Fuente: Movistar+)

La potenciación de su lado de melodrama desatado y de su look parece apuntar a un mayor grado de autoconsciencia de la serie. Su búsqueda de convertir en algo más actual, más sexy y más “peligroso” a los inocentes cómics de Archie la lleva a tomar decisiones en la que, a veces, parece estar guiñando el ojo a los espectadores, en plan “todos sabemos que esto es ridículo, pero es demasiado entretenido”.

Forzar la lucha de clases en Riverdale (y meter a un asesino en serie) es el truco para impulsar la primera mitad de la temporada. ¿Tiene sentido? Poco, pero aquí se hace todo a lo grande, o no se hace. Como danta también Fangoria, “y quiero una explosión, superproducción, confeti, traca y megatrón”.

Notas al margen

  • Los títulos de los episodios siguen siendo referencias en su mayoría cinematográficas, pero se ha cambiado el noir por el terror. A kiss before dying, el primer episodio, es un libro de Ira Levin llevado al cine en 1991; Nighthawks es un famoso cuadro de Edward Hopper; The watcher in the woods, una película de terror de 1980 con Bette Davis, y el título del cuarto capítulo, The town that dreaded sundown, es un slasher de 1976.
  • Jingle-jangle, la droga de moda en Riverdale, es una expresión que quiere decir “sin preocupaciones”. La menciona Bob Dylan en Mr. Tambourine Man, y hay también una vieja canción de Kay Kyser, Jingle Jangle Jingle, que conocen bien los jugadores de Fallout New Vegas.
  • Riverdale ha estado en el punto de mira de la industria por un leve accidente de tráfico que KJ Apa (Archie) sufrió al volver a casa, tras una jornada de trabajo de 16 horas. Las condiciones laborales en el set (sobre todo, la duración de los días) generaron cierta controversia.

La segunda temporada de ‘Riverdale’ se emite los jueves en Movistar Series Xtra.

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