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Crítica: ‘Stranger Things’ ofrece más de lo mismo en su segunda temporada

Dustin, Will, Lucas y Mike, la pandilla protagonista de ‘Stranger Things’. (Cortesía Netflix)

La nostalgia por el cine de los 80 no es una moda pasajera. Lo que podía parecer una curiosidad con películas como Super 8 es una realidad que ha dejado un éxito de taquilla en cines como la adaptación de It y ha resultado muy rentable para Netflix gracias a uno de sus fenómenos más improbables, Stranger Things.

Creada por dos guionistas desconocidos como Matt y Ross Duffer, protagonizada por un grupo de niños que tampoco eran famosos y, eso sí, con la presencia de Winona Ryder y Matthew Modine en el reparto, su apuesta por los homenajes al cine fantástico y de terror de la década pasó de ser una curiosidad a un éxito que ha tenido nominaciones a los Globos de Oro, a los Emmy y hasta el premio SAG al mejor reparto de drama. Y todo esto, con sólo ocho episodios lanzados en pleno verano de 2016 y con muy poca promoción.

Las dimensiones del fenómeno, que ha convertido a Millie Bobby Brown (Eleven) en una de las nuevas obsesiones de las revistas de tendencias y a todo el reparto infantil en los niños más codiciados por los estudios de Hollywood, ponía unas expectativas muy altas en su segunda temporada. Quizás hasta demasiado elevadas, teniendo en cuenta que Stranger Things no quería más que ser un ejercicio nostálgico que entretuviera a sus espectadores.

Los hermanos Duffer, sin embargo, parecen haberse enfrentado a esos nuevos nueve capítulos sin dejarse llevar por esa presión. La segunda temporada de su serie no intenta ser más espectacular, o demostrar que puede ser más molona que cualquier otra serie de género actual. Se mantiene fiel a sus propios códigos y da a sus fans más de lo mismo. Lo que no tiene por qué ser algo malo, sobre todo cuando no todas las novedades introducidas en ella funcionan.

Max es uno de los nuevos personajes que llegan a Hawkins. (Cortesía Netflix)

Stranger Things retoma su trama a finales de octubre de 1984, casi un año después de los eventos de la primera temporada. Will Byers ha vuelto a su vida cotidiana y a los juegos con sus amigos, obsesionados ahora con las máquinas de arcade, y todo en Hawkins parece haber vuelto a la normalidad. Evidentemente, no es así.

Will tiene visiones del Mundo del Revés que lo dejan paralizado, a Nancy le pesa cada vez más guardar el secreto de lo que ocurrió realmente con Barb y Hopper intenta mantener a salvo a Eleven, porque lo que no es ningún secreto es que ella consiguió escapar del Mundo del Revés. El sheriff quiere que, dentro de lo que cabe, pueda ser una niña normal mientras, al mismo tiempo, procura mantener su existencia oculta del laboratorio que la “creó”, y eso crea unas tensiones entre ambos que no son sencillas de resolver.

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Eleven, de todos modos, tarda en entrar en acción, como ocurre con toda la trama en general. Stranger Things tiene que volver a meternos en ese Hawkins de 1984, con las elecciones presidenciales que reelegirán a Reagan en el horizonte, con Cazafantasmas como el gran éxito de taquilla del momento y con nuevos personajes que llegan al pueblo para cambiar algunas dinámicas.

Los más destacados son Max y Billy, dos chicos que enseguida llaman la atención cuando aparecen en el instituto. Max es la única chica que va en monopatín, es mejor que Dustin en las máquinas de juegos y suscita ciertos celos en Mike, que cree que Eleven está ahí fuera, en algún lugar. Por su parte, Billy, su (supuesto) hermano, es el típico malote de las películas de instituto ochenteras: va con vaqueros ajustados, escucha heavy metal a todo volumen en su coche deportivo, fuma y se comporta como si se creyera el tío más cool del pueblo. Es, quizás, lo peor de la segunda temporada por lo cliché y unidimensional de su retrato. Y porque ya lo hemos visto demasiadas veces.

El Mundo del Revés da más miedo en la segunda temporada. (Cortesía Netflix)

Puede resultar frustrante que, después de todo lo que pasó en la primera entrega, todos tarden en darse cuenta de que están en más peligro que antes, sobre todo con una segunda entrega tan corta. Will está paralizado por el miedo y no se atreve a contarle a nadie lo que le pasa, lo que es comprensible, y el nuevo jefe del laboratorio (interpretado por Paul Reiser) intenta controlar la situación chantajeando de diferentes maneras a los personajes para que no divulguen todo lo que saben.

Por supuesto, es una estrategia que va a salir mal. Desde el principio vemos que los monstruos, esta vez, son mucho más peligrosos que el Demogorgon y su influencia llega más lejos. Ese peligro no sólo está en las aterradoras visiones de Will, sino en que todos los habitantes de Hawkins se empeñen en que lo peor ya ha pasado, en que todo ha vuelto a ser como antes. Nancy tiene razón cuando afirma que eso ya no es posible.

Quienes disfrutaran con la primera temporada de Stranger Things, lo harán de nuevo con la segunda. Los guiños se mantienen (hasta los hay a Desmadre a la americana) y la evolución de algunos personajes deja grandes momentos, como ocurre con una Eleven que empieza a darse cuenta de quién es en realidad.

Los niños mantienen su relación de pandilla de aventura spielbergiana (con unos Mike, sobre todo, y Dustin a los que a veces dan ganas de gritarles que dejen de comportarse como chavales sabelotodo, mandones e irritantes), Nancy ha dado un paso adelante y los Byers siguen centrando buena parte de la trama. Hopper, al menos, sigue demostrando ser un tipo un poco más listo de lo que parecía al principio, y la construcción del clímax final esta bastante bien llevada.

Es más de lo mismo, con un poco más de épica, pero sin querer abarcar más de lo que la serie puede dar. Pero si el recurso a la nostalgia ochentera os cansa, Stranger Things no va a conquistaros con su segunda temporada, porque es una parte de su ADN a la que no va a renunciar, aunque haya algunas tramas que, por su culpa, se vean previsibles en el peor sentido de la palabra.

Las notas de Fuera de Series:

En Fuera de Series puntuamos nuestros análisis en una triple escala de 1 a 5, inspirada en la que usa Little White Lies, en función de lo deseosos que estábamos de ver la serie (“Antes”), lo que nos ha parecido viéndola (“Durante”) y las ganas de ver más y de comentarla con más gente tras hacerlo (“Después”)

Antes: 3

La obsesión por ‘Stranger Things’ desde el verano del año pasado no había aumentado mis ganas de ver su segunda temporada. Tenía algunas reservas sobre cómo iban los hermanos Duffer a mantener su apuesta sin caer en el homenaje vacío.

Durante: 3,5

El entretenimiento que da la serie es innegable, y Noah Schnapp, que interpreta a Will, se revela como el arma secreta de la serie. Algunos de los nuevos añadidos caen justo en el lado del guiño forzado al cine de los 80, como Billy, pero en general, se muestran bien las consecuencias de todo lo que pasó en la primera temporada.

Después: 3,5

No sé hasta cuándo se podrá mantener el truco (los hermanos Duffer aseguran que están trabajando ya en dos temporadas más, que cerrarían la historia), pero lo cierto es que ‘Stranger Things’ engancha y hace pasar un buen rato. El fenómeno creado a su alrededor la ha sobredimensionado, por descontado.

La segunda temporada de ‘Stranger Things’ estará disponible en Netflix el viernes.

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