(Fuente: Disney+)
Esta crítica se ha escrito tras ver la segunda temporada completa de ‘The Mandalorian’ y contiene spoilers.
En el prólogo de una reedición de la novela de Alan Dean Foster basada en el universo de Star Wars, El ojo de la mente, George Lucas anotó lo siguiente: “Después de que Star Wars se estrenase, se hizo evidente que mi historia –por muchas películas que me llevara contarla– era solo una de las miles de historias que podían contarse sobre los personajes que habitan esta galaxia. Pero esas no eran historias que yo estuviera destinado a contar; al contrario, saldrían de la imaginación de otros escritores. Que hoy tantos y tan talentosos creadores estén contribuyendo a la saga con nuevas historias es un legado inesperado pero asombroso”. Veintitantos años después, la segunda temporada de The Mandalorian responde a esa declaración.
No es un secreto que la franquicia Star Wars tiene problemas con su legado. Tampoco que The Mandalorian lleva un año y pico haciendo lo posible por solucionarlos. Su segunda temporada, que terminó ayer su recorrido en Disney+ con el estreno de un sorprendente octavo episodio, se ha mostrado desde el principio comprometida con una de las tareas más desagradables en esto de las franquicias transmedia: contentar a los perros viejos del fandom.
Hablamos en la última entrega de Universo Star Wars, el podcast de Fuera de Series dedicado al cosmos del amigo Lucas, de que un gigante cultural como este no puede vivir al margen del fan. Ese es un Rubicón que la marca Star Wars cruzó hace mucho tiempo. No aporta demasiado acusar a The Mandalorian de incurrir en el llamado fan service –las reverencias a los seguidores más acérrimos que pueden parecer injustificadas en el marco de la trama– cuando eso es todo lo que la franquicia ha estado haciendo desde el especial de Navidad emitido en televisión en 1978, solo un año después de su creación. Todo lo que viniera después de la primera película no podía sino degenerar en una suerte de reinterpretación del éxito de esta.
Por eso creo que las quejas por la aparición estelar de un rejuvenecido Luke Skywalker al final del último episodio tienen poco recorrido. El regreso del personaje de Mark Hamill no tiene más de fan service que cualquier otra secuencia de la serie o entrega de la franquicia. Además, el mero vilipendio del cameo, que, por supuesto, es una estratagema para gustar por la vía fácil, podía eclipsar algunos defectos bastante más graves del resto de la temporada.
Damos demasiada importancia a los finales y poca a los principios. Por eso acabamos dejando que el timorato y complaciente episodio IX, El ascenso de Skywalker, arrastrara en el recuerdo también a los episodios VII y VIII, mucho mejores que aquel y bastante más dispuestos a impugnar el precedente galáctico que The Mandalorian. Y por eso nos obnubila la zalamera traca final de esta segunda temporada de la serie de Disney+, mientras se nos olvida que el camino hasta ella estuvo bien servido de badenes y parameras vacías de significado que ahora compensa el rostro hipnotizante del caballero Skywalker.
La narración fragmentada de la temporada anterior, ajustada al molde de las aventuras autoconclusivas, se ha comido prácticamente toda la primera mitad de esta entrega, que, en cambio, parecía ambicionar una trama más horizontal. Esto no es culpar a la serie por lo que no es, sino obligarla a rendir cuentas desde la posición de lectura que ella misma nos ha sugerido. Que los momentos más memorables ocurran dentro de historias engarzadas en arcos largos y no en las cápsulas episódicas invita a pensar que las segundas están ahí solo para que las temporadas alcancen los ocho capítulos.
La segunda entrega de The Mandalorian podría haber sido la mejor serie de 2020, no cabe duda; y copará muchos de los rankings que empiezan a florecer por estas fechas. Pero, en realidad, la temporada ha fracasado en su objetivo. Se propuso trascender la serialidad de islotes narrativos para ofrecer una épica más profunda y lo que ha entregado es mucho relleno, tres o cuatro guiños tiernos y un excelente tramo final que aúpa a Pedro Pascal entre los grandes intérpretes de la saga. Dejar que dos de esos ingredientes escurran el bulto por el tercero es infantilizar un universo que ya hace tiempo que probó sus ansias de madurar. La franquicia merece de nosotros algo más que simple lástima.