Ben Platt protagoniza ‘The Politician’. (Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘The Politician’ y contiene spoilers.
Puede parecer frívola en un primer vistazo, pero lo cierto es que The Politician es cualquier cosa menos insustancial. Solo una serie bien cargada de discurso social podría poner en el centro de su trama a un adolescente rico con una crisis de identidad de la que no es consciente de su magnitud y con graves delirios de grandeza. Porque lo que le pasa a Payton Hobart, ese muchacho que no sueña con ser Presidente de Estados Unidos sino que, directamente, cree a pies juntillas que llegará a serlo, es la representación de eso que mueve a la sociedad norteamericana: el transtorno delirante como forma de vida.
Aquella megalomanía de sentirse bigger than life, de vivir en el ombligo del mundo y creerse en el cuento de que América (como ellos llaman a Estados Unidos) es la tierra de las oportunidades siempre ha tenido una enorme separación de la realidad que desde allí no suelen ver, pero que a los europeos nos hace levantar las cejas. Por eso es tan atinado que The Politician traslade su mordaz crítica a un instituto y lo escenifique de la forma más artificiosa posible (hay quien cita a Wes Anderson, pero realmente no puede ser más Ryan Murphy posible en cuanto a estética).
Por supuesto, no nos creemos que esos actores encajen en la edad que representan (Ben Platt tiene 26 años, pero es que Laura Dreyfuss cuenta 31) y es imposible que nadie se tomase tan en serio unas elecciones de instituto; todo eso juega en favor de la sátira. La serie establece un juego de espejos entre una campaña política nacional de un país como EEUU -con sus fake news, oportunismos, acusaciones, escándalos y pantomimas para ganar votos- y una campaña para elegir a un representante de instituto, poniendo en relieve así que todas esas argucias siempre están al servicio de los intereses individualistas de quienes tratan de medrar en política y no (o rara vez) en una verdadera vocación de servir al ciudadano. Y que sean pijos no es un capricho para ponerle vestidazos a Gwyneth Paltrow (¿cuánto costarán ese vestido-capa blanco?) sino una forma de reírse del canto a la meritrocracia yanqui.
El cenit de esta crítica social que propone The Politician llega con el quinto episodio, titulado El votante, donde quita el foco de los políticos y sus tergiversados mensajes y lo pone sobre el receptor. Solo conociendo a ese votante medio -y moviéndose tan hábilmente entre la caricatura y la representación del problema- se entiende por qué la política se ha convertido en espectáculo, mentiras y propaganda; no sirve de nada proponer un debate elevado si la capacidad crítica de quien toma la decisión es prácticamente nula.
Jessica Lange tiene un pequeño, pero muy agradecido papel en ‘The Politician’. (Fuente: Netflix)
El problema que tiene la primera temporada de The Politician es que tras ese episodio se acaba lo que parecía ser el motor de la trama, las elecciones, los personajes quedan varados sin que sepamos muy bien qué nos quieren contar en adelante. Se presenta entonces un episodio doble con sus más y sus menos que apunta hacia la otra cuestión de la que quiere hablar la serie: la identidad. Lo artificial contra lo genuino, el camino marcado contra el propio, la ruptura con los padres, las escuelas y las convenciones sociales en una generación que sufre por la validación externa. Conocerse a uno mismo es lo que hacen de formas muy distintas Payton (renunciando a todo), Infinity (rompiendo con su abuela desquiciada), Astrid (con su fuga y denuncia), McAfee (dándose de bruces en un trabajo de mierda) o Alice (plantando a su novio perfecto en el altar).
Y todos llegan al mismo punto. Nueva York, nuevas elecciones. Con errores vividos, alianzas rotas y reconstruidas, pero con un objetivo común. La segunda temporada nos dirá si han aprendido algo del instituto o no.
La importancia de ‘The Politician’ en la carrera de Ryan Murphy
Después de conseguir el éxito con ficciones, digámoslo así, un tanto excéntricas y que muchos denostaron como obras que no tomarse muy en serio (aunque no eran tan simplonas como parecera), como pudieron ser Glee o American Horror Story, Ryan Murphy trató de reivindicarse. Él mismo lo dijo en varias entrevistas. Quería que le tomasen en serio y odiaba que intentasen arrinconarle bajo la etiqueta de creador “camp”.
Y así llegaron obras más dramáticas como American Crime Story y Feud, donde la crítica se puso unánimemente a sus pies y con las que, por fin, conseguía ese reconocimiento de la industria que Murphy buscaba. Y una vez logrado, llega The Politician, que se sitúa a medio camino. The Politician es menos ligera de lo que parece, pero no tiene miedo a que sus reflexiones se hagan a través de personajes desquiciados y tramas pasadísimas de vueltas. No tiene que ser sobria para agradar a sus detractores. Ryan Murphy está tan arriba que no necesita ponerse máscaras para que le inviten al baile. Él es el baile.