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Crítica: ‘Tiger King’, tigres, asesinatos, candidaturas políticas y cintas de vídeo

(Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras haber visto la serie completa y no contiene spoilers.

Las series de true crime han pasado a jugar en otras ligas. Cuando esto de las plataformas emergió, descubrimos que en los documentales por capítulos de crímenes había un filón. Así llegaron a nuestras vidas The Jinx, Amanda Knox o Making a Murderer. Es una forma de analizar pormenorizamente crímenes que destacan por alguna de sus características. Con Tiger King, Netflix da el salto al vacío a la psicodelia más extrema.

Y es que un buen documental de crímenes habla también de otras cosas. Así, El caso contra Adnan Syed reflejaba el comportamiento contra algunas comunidades inmigrantes en Estados Unidos, o Lorena nos sacaba los colores al recordar la lectura machista que hicimos del caso de Lorena Bobbit. Es una forma de acercar temas sociológicos. Pero no únicamente.

Hace unos meses saltaba a la palestra A los gatos, ni tocarlos, esa vuelta de tuerca en la que el humor (en un entorno negrísimo) entraba en juego. Aquí ya nos pasó algo parecido con Muerte en León; pese a que la historia que narra es un drama incontestable, algunos de sus aspectos superan la estupefacción para resultar cómicos, como una madre declarando con total normalidad que matar a Isabel Carrasco era lo necesario, o un grupo de desconocidos mirando Google Maps durante semanas para seguir la pista a Luka Magnotta.

El argumento de ‘Tiger King’

(Fuente: Netflix)

Algo parecido sucede con Tiger King y, además, los propios protagonistas son conscientes de lo cómico de la situación. Saben que son la caricatura de paleto estadounidense y que su vida es un espectáculo. De hecho, viven de que lo sea, cada uno en su estilo. El rey en cuestión es un coleccionista de animales peligrosos (especialmente tigres y otros felinos) que comercia con ellos. Además es gay, amante de las armas, ha sido candidato político y tuvo su propio canal de televisión donde amenazaba de muerte a su archienemiga, la dueña de un santuario de felinos de la que se dice que mató a su segundo, y multimillonario, marido.

Sé que la descripción es larga, pero incluso así he tenido que resumirla para no desvelar más detalles. Todo lo que se diga de ella se queda corto; es el cuadro plástico lo que más impresiona: gente sin dientes por los efectos de la droga hablando de millones de dólares entre casas donde hace falta la intervención de Sanidad para cerrarlo todo. De verdad, hay imágenes de habitaciones que harían santiguarse a cualquier padre que se queja del desorden de su hijo. Cuando crees que ya has visto toda la miseria que podías digerir, aparece algo nuevo.

Y eso mismo ocurre con la trama. Da igual cuándo creas que ya lo han contado todo y que sobrarán episodios; todavía quedarán cosas por contar. Tomárselo con humor es la única forma de que todo lo que ves no te supere. Toda la vida hemos visto retratos de los Estados Unidos paletos. En Los Simpson, en Me llamo Earl e incluso en muchos episodios de CSI, se nos ha mostrado una sociedad profundamente ágrafa que carece de los modales mínimos y del confort básico. No es únicamente una cuestión de falta de recursos, es algo más que los hace miserables y encerrados en ese lugar.

Mezclar tráfico de felinos con poligamia, comportamiento sectario, excesivo amor por la violencia, amputaciones de miembros o consumo habitual de drogas varias da como resultado un montón de bombas de relojería. Es imposible que lo que estás viendo acabe, ya no bien, sino de una forma sencilla. Desde el primer momento sabemos que alguna de las entrevistas están hechas desde la prisión, pero hay algo dentro de una que indica que eso no es todo.

Pero es que además se puede ver. Todo. Hay testimonios en vídeo de cada situación. Porque es una serie protagonizada por narcisistas que siempre pensaron que eran, y serían, grandes personalidades de las que era necesario tener registro. No hay ni una sola simulación, todo es tal como fue en el momento, todos los protagonistas están dispuestos a hablar, a lanzarse barro y a regodearse pensando en que acabarán en la cárcel. De verdad que lo que se diga se queda corto.

Un final abierto

Tal y como avanzaba la historia no termina ordenadamente. De alguna forma se cierra uno de los cabos, pero sigue habiendo infinitas bombas de relojería a su alrededor. Con Tiger King te mueves en una montaña rusa entre pensar que es imposible que los episodios que te quedan tengan suficiente contenido y convencerte de que es imposible explicarlo todo en lo poco que queda.

(Fuente: Netflix)

Y es que quedan muchas vueltas que se podrían dar y preguntas para las que no tenemos respuesta. Es tan desastroso lo que se está viendo que difícilmente llegará un momento en que, al menos los que queden en pie, sean felices y coman perdices.

Y un regreso esperable

Ya hemos visto en otros true crime que el regreso es posible. A menudo se habla de crímenes no resueltos o no cerrados en los que pueden aparecer nuevas pistas o suceder más cosas. Además, en este caso la historia se ha convertido en un fenómeno que deja helado, y con necesidad de hablar, al que lo ve. Es un caramelo que Netflix podría no dejar pasar.

La semana pasada leía que podría estar preparándose un nuevo episodio que se vería próximamente en la plataforma. Es difícil explicarse sin destripar más de lo necesario, pero creedme cuando digo que hay muchas cosas por aclarar y, además, que el caso no solo no está cerrado, sino que penalmente no ha hecho más que comenzar. Y es que no es todo. El protagonista principal de todo este circo continúa dando entrevistas desde prisión. La serie, lejos de callar a aquellos que quedan extremadamente mal, ha servido para que se hagan conocidos y su ego engorde más.

‘Tiger King’ está disponible en Netflix.

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