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Crítica: ‘Valeria’ continúa con los colorinchis y su ensimismamiento en la temporada 2

(Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras ver cuatro episodios de la temporada 2 de ‘Valeria’ y no contiene spoilers

Regresa Valeria y lo hace enarbolando todas las características que la habían definido, para bien o para mal. La comedia romántica de Netflix, basada en las novelas de Elísabet Benavent, vuelve continuando la historia de emancipación y empoderamiento de Valeria, la agobiada escritora amateur que decide pegar un salto en su vida y lanzarse a publicar su primer libro. En esta nueva entrega asistiremos al empeño de Valeria y sus amigas por resistir los embates de las consecuencias de sus particulares vuelcos vitales acontecidos en la primera entrega.

Para los seguidores más casuales de Valeria, esta vuelta supone el reencuentro con todos y cada uno de los estilemas de los que se ha hecho hasta ahora: multitud de localizaciones artsy sacadas directamente de Instagram, un extendido uso de música pop ligera y una gran cantidad de escenas fogosas por las que más de una familia debería mandar a sus hijos a la cama. Este cóctel puede ofrecer para las personas más deseosas de abandonar la realidad que nos ocupa un producto entretenido con el que evadirse una calurosa tarde de agosto. Sin embargo, también puede empalagar a los más recelosos de un compromiso con el mundo real.

Y es que el dibujado mundo de Valeria sigue notándose falto de conexión con el mundo real, aunque como relato no tenga obligatoriamente por qué hacerlo. El mundo de Valeria solo existe en Valeria, pero es imposible no trasladar la ventana ética que abren dada cuenta de que no deja de hacer alarde de Madrid a cada minuto de metraje. El Madrid de Valeria es el Madrid de la clase media-alta, y tampoco para de dejarlo claro: aunque se intente matizar con una moraleja final, una de las mayores aspiraciones de la escritora, como comprobamos en el primer capítulo, es poder ir en taxi en vez de un bus como metáfora del éxito profesional.

Esto, unido a un vislumbrado de la realización personal únicamente posible a través de las profesiones liberales, le sigue dando a la serie una pátina de ensimismamiento y romantización de «las artes» que, acompañada del dispositivo estético antes descrito, convierten a Valeria en un ensueño infantiloide que deja fuera a mucho público. A ver cuándo entienden los creadores que recordar sistemáticamente que solo se puede triunfar cuando publicas un libro (posibilitado solamente a partir del trabajo gratis de tus amigas, aunque el discurso meritocrático lo esconda), y no con el trabajo «ordinario» que has podido encontrar, es como llamar «vulgares» en la cara al noventa por ciento de sus espectadores.

A lo anterior hay que añadir que, a pesar de los progresos alcanzados en la primera temporada, todas las tramas de los personajes vuelven a unos problemas enraizados en sus personalidades que les devuelven a sus respectivas casillas de salida. Es en este momento cuando el más interesante se convierte en Víctor, interpretado por Maxi Iglesias, cuyos conflictos y motivaciones se comienzan a desarrollar prácticamente desde cero.

La temporada 2 de ‘Valeria’ está disponible en Netflix.

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