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Crítica: Heroísmo, horror y afectos en ‘Valley of Tears’

Marco (Ofer Hayun) como ejemplo de heroísmo y rabia (Fuente: HBO España)

Esta crítica se ha escrito tras ver los diez episodios de ‘Valley of Tears’ y contiene spoilers.

De entre los muchos momentos terribles que retrata Valley of Tears (aquí disponible en HBO España), hay uno que se presenta casual, anecdótico, sin ningún énfasis, pero que se estrella contra la conciencia del espectador como un misil. En el sexto episodio, el batallón 87 está brutalmente asediado en un pequeño fortín, en lo alto de la colina que defienden. Los sirios lanzan una granada dentro y un soldado se abalanza sobre ella para absorber con su cuerpo la explosión. ¡Bum! Hecho trizas. ¡Eso es un héroe! La escena encapsula a la perfección la postura moral que Valley of Tears presenta de la guerra: un sacrificio necesario -tantas veces mortal- por el otro, tu hermano de sangre en el frente, tu madre e hijos en la retaguardia.

En el género bélico existen, grosso modo, dos grandes vertientes: la denuncia de sus horrores y el enaltecimiento de su heroísmo. Como es lógico, un buen relato será capaz de combinar ambos, puesto que el alma humana -en un entorno tan terrible- es capaz de conciliarlos. En el frente se pueden encontrar las acciones más valerosas y las más cobardes, los gestos humanos más hermosos y los más detestables. Porque cuando está contra las cuerdas, el hombre es capaz de lo mejor y de lo peor.

Y esa ambigüedad sabe rastrearla Valley of Tears. Aún aguijonea el espíritu recordar cómo Marco se animaliza matando a golpes al soldado sirio (una forma de exorcizar su locura) o produce un incómodo picor el disparo de Yoav al prisionero que compartía inocencia con Avi. No obstante, aunque Valley of Tears no esconda la parte oscura del alma, en el esquema global es ante todo una serie que reivindica el heroísmo de un ejército y las penurias de un puñado de soldados ante una ofensiva que olía a derrota segura. No por casualidad los últimos créditos exhiben una dedicatoria expresa: “En memoria de todos los que murieron en la guerra del Yom Kippur y como dedicatoria a todas sus familias y a quienes les impactó la guerra”.

Esto se traduce en una serie que se afana en exhibir una estética muy de trinchera. Hay mucha sangre, miembros amputados, desorientación espacial, torturas, gritos de dolor insoportable, cabezas horadadas por una bala y bombas que caen como lluvia de acero. El ritmo es, a ratos, frenético. El espectador se empotra en la evasión imposible de los nerds del puesto fronterizo del monte Hermón o sufre la claustrofobia caótica del interior de un vehículo blindado. Y, sin embargo, lo que marca la diferencia es el drama de fondo que atraviesa a todos los personajes. Están los amigos de infancia que, además, pertenecen a una minoría, el superdotado de comunicaciones que logrará hacer amistad más allá de su erizo, por allá danza el joven de origen francés que se alistó para vengar la ausencia paterna, por aquí el enamorado al que la guerra alejará para siempre de su amada…

La serie nos ubica en la primera línea de fuego (Fuente: HBO España)

En esas conversaciones entre un obús y otro, en esos vínculos emocionales que se forjan durante una huida suicida es donde Valley of Tears logra acercarnos a unos personajes tridimensionales, que espolean la faceta dramática que complementa a los tiros y cañonazos de cualquier producto bélico. Los tres ejes argumentales en torno a los que se mueve la historia están bien trenzados, aunque el mayor punto débil es la excesiva suspensión de incredulidad que Meni, Melakhi y Dafna exigen. En un país permanentemente amenazado, donde hay tres años de servicio militar obligatorio, no sería capaz de poner la mano en el fuego, pero me da que el hecho de que un trío vestido de civil se salte controles y se mueva por un cuartel como Noam por su casa en un momento tan excepcional, ay, me choca. La dinámica de ese ménage à trois estratégico-emotivo es, incluso, divertida, pero hay que echarle tragaderas para reubicarlos en primera línea de combate.

Si sopesamos esa esquirla, la fuerza de los conflictos internos queda bien engarzada con lo agónico de un momento en el que un país se enfrenta a una guerra donde se juega su supervivencia o su extinción. Y ahí es admirable el fair-play de los creadores. Especialmente la subtrama de los “Panteras negras” airea cuestiones políticas internas que se presentan como críticas evidentes. Sin embargo, los mizrajim Marco, Melakhi y Asufi se dejan literalmente la piel por defender a su país. Es una muestra interesante de anti-maniqueísmo: se pueden criticar unas cosas y defender otras. La vida es compleja. El anclaje entre política y patriotismo también. Porque estos tres valerosos “Panteras negras” son tipos capaces de morir por su país al mismo tiempo que se muestran muy críticos con su gobierno y su estructura social. Una forma estupenda de diferenciar lo sustancial de lo accesorio, de separar las lealtades inquebrantables de las legítimas disensiones políticas, de diferenciar, ay, entre la aspiración y la realidad.

Esto ya se aprecia en los hipnóticos títulos de crédito. El color ajado de las imágenes domésticas de dicha y asueto con la que comienzan — una playa atestada, unos niños jugando en el parque, peña en un concierto — contrastan con el blanco y negro de las sirenas, los aviones, los tanques y los soldados. Hay una extraña, punzante nostalgia en esas imágenes, como de punctum barthesiano, de felicidad imposible. La misma que se remeda en la inolvidable clausura del angustioso quinto episodio, donde toda la tensión acumulada salta por los aires — literal en un caso, metafórica en otro — en el tiempo de descuento, cuando toca recoger los frutos del esfuerzo inhumano desplegado. No hay descanso del guerrero porque la batalla se antoja perpetua.

Por eso la serie concluye de manera tan agridulce. Por los libros de Historia sabemos de la victoria hebrea en la península del Sinaí y en los altos del Golán, pero el relato prefiere la elipsis. Ni siquiera contemplamos la rotundidad del triunfo militar. Al contrario: los creadores optan por un final no explícito en el que la misma maldición cíclica que reflejan los créditos se abalanza sobre los personajes. Tras diez horas de relato, la sugerencia narrativa funciona porque somos conscientes de que los personajes presos caerán heroicamente: tras su odisea, a Avi le han crecido un par de pelotas y no dirá una palabra, mientras que el amor de Dafna y Yoav no será más poderoso que la muerte. La poesía solo podrá cantar el dolor. Al mismo tiempo, no necesitamos más hazañas de los tanquistas, puesto que hemos comprobado que sobrevivirán por enésima vez. Y, casi lo peor, sabemos que la amistad por la que se han jugado la vida ya no volverá a ofrecer lazos irrompibles.

El realismo y la espectacularidad armamentística de las escenas (Fuente: HBO España)

Así, la vertiente psicológica de Valley of Tears juega con las contradicciones de la tensión lampedusiana. “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Les ocurre a todos los personajes: la contemplación del abismo y la brutalidad les obliga a inspeccionar su interior con más profundidad. Del drama emerge un mayor compromiso, un crecimiento, una lealtad más sólida entre amigos, amados, padres, hijos, ciudadanos… Por ahí encuentra explicación la simbólica escena poscréditos, con el fantasma de Yoni visitando a un reformado Meni en la yeshiva: la muerte obliga al bon vivant a replantearse su lugar en el mundo, a buscar la trascendencia. Una vez más, son el horror y la pérdida los mayores acicates para el hombre en busca de sentido.

Una de las máximas más repetidas del célebre tratado de Clausewitz es que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. La estupenda Valley of Tears le insufla una paráfrasis al militar y teórico prusiano para exhibir que la guerra es también la continuación trágica de los afectos… por otros medios.

‘Valley of tears’ está disponible en HBO España.

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