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Crítica: ‘Wayne’, un baño de sangre que, en realidad, es algo más que eso

Los protagonistas, Wayne y Del, recuerdan mucho a los de ‘The End of the F***ing World’. (Fuente: YouTube)

Esta crítica se ha escrito después de ver la primera temporada de ‘Wayne’ y contiene spoilers.

Wayne’s coming! Alguien grita esa frase en el pasillo de un instituto de Brockton, Massachusetts, y los alumnos huyen despavoridos. El tal Wayne es un chaval escuchimizado, paliducho y aséptico que no responde demasiado a los clichés de matón escolar, y que protagoniza la serie homónima que YouTube Premium estrenó en enero de 2019 y que ahora ha aterrizado en Filmin. El adolescente parece aterrorizar también a la propia plataforma, que coloca hasta dos avisos antes de la reproducción de que el contenido de los episodios puede no ser apropiado para cierto público.

Ni Wayne (la serie) ni Wayne (el chaval) se andan con rodeos. Tienen un mensaje que dar, unas cuentas que saldar y lo hacen de forma rápida y eficaz, sin paliativos. El comienzo no puede ser más claro: sobre acordes de guitarra eléctrica vemos al cadavérico joven llegar en bicicleta a la puerta de un cochambroso taller mecánico, reventar un cristal del establecimiento con una bola de nieve, recibir una paliza del dueño, romper el cristal restante y largarse escupiendo sangre sobre la acera. Todo sin mediar una palabra. Si no te parece suficientemente intenso, espera a ver el resto de la temporada.

Tampoco debería extrañar la falta de inhibición de la serie: detrás de ella están Shawn Simmons (escritor de la demente Mr Pickles) y la dupla Rhett Reese-Paul Wernick (responsables del guion de Deadpool y su secuela). Los resultados hablan por sí mismos: una producción intensa que se recrea en la violencia, alérgica a las elipsis cuando la cosa se pone fea y que habla (escupe, más bien) a la cara. Sin embargo, los autores son también muy capaces de detener la maquinaria y hacernos pensar qué sentido tiene todo este desastre.

Pero, ¿de qué va esto? Wayne McCullough (Mark McKenna) es un joven de 16 años que pasa con más pena que gloria por su adolescencia en la ciudad de Brockton. Dentro de su habitual cruzada ultraviolenta contra las injusticias, se embarca con la chica de la que acaba de enamorarse, Del (Clara Bravo), en un viaje por toda la costa este de los EE.UU. para recuperar el Pontiac Trans Am de 1978 que le robaron a su padre.

A partir de ahí, la narración se reparte en cuatro ejes: la pareja protagonista; el padre y los hermanos de Del, que los persiguen convencidos de que Wayne la ha secuestrado; dos policías de Brockton que siguen la pista al chaval, y el director de su instituto y el mejor amigo de Wayne, que tratan de llevarlo de vuelta con vida a Massachusetts. Lo de seguir respirando va complicándose cada vez más para el protagonista, que tropieza con conflictos de toda clase en la misma medida en la que decide resolverlos a martillazo limpio.

La premisa (“Bonnie y Clyde para las generaciones jóvenes”, según IndieWire) recuerda directamente a The End of the F***ing World, que Netflix estrenó no hace tanto. Pero Wayne es capaz de encontrar un espacio propio, con una sensibilidad negra muy a la americana que se desfoga en las escenas de gore y deja la capa más profunda de su discurso (que la hay) para otros momentos. Esos momentos, sorprendentemente íntimos en una producción salvaje que se desarrolla a toda velocidad, permiten rascar ciertas partes claras entre la negrura de los personajes.

Wayne (Mark McKenna) recibe más de una buena paliza en la serie. (Fuente: YouTube)

La serie es consciente de los hábitos de visionado de su público y, desde el primer minuto, planta en el espectador la cuestión de cómo funciona la mente de Wayne y por qué parece no sentir dolor; sin embargo, nunca llega a ofrecer una respuesta concreta. Es como si la producción de YouTube confiase en que tú, consciente de la extravagancia del mundo que se retrata, fueses capaz de hacerte las preguntas correctas para engranar la acción desbocada con el fondo de los personajes.

Durante los diez episodios de media hora que componen la temporada se advierte un mensaje último, esquivo y difuso, y sin embargo hay detalles que apelan a nuestra atención, que te dicen que espabiles y abras más los ojos, porque te estás perdiendo lo importante. El capítulo dedicado a Del funciona así: aunque se plantan unos cimientos emocionales para entender el conflicto de la chica, el nudo del episodio lleva a un clímax, no a un desenlace. El gore gratuito corta con mala baba la narración que se había estado articulando, no porque no tenga importancia, sino para epatar y sacar al público de la zona de confort.

Las formas lo ponen difícil, sí, pero debajo de esa fachada exploitation y los montones de zooms a lo serie B hay una obra tímida con una carga emocional importante. En Wayne, la transición del punk machacón al indie acústico (literalmente) no es suave, es un salto brusco que nos deja preguntándonos si deberíamos estar disfrutando tanto esta odisea sangrienta. Cuando la serie decide darle al play al azucarado himno teen de Vanessa Carlton, A Thousand Miles, mientras un adulto desfigurado y sus dos hijos se lían a palos con 50 alumnos de instituto, esa pregunta encuentra rápidamente una respuesta.

En los Estados Unidos que Wayne retrata, parecidos por momentos a los de Preacher, los afectados por el drama de la serie son los chavales, pero son los adultos los que tienen que comparecer. A donde acaba apuntando Wayne es a la incapacidad de las instituciones para tratar con casos de adolescentes que se salen de los márgenes: aquellos supuestamente encargados de rescatar a Wayne y devolverlo al redil son un policía entrenado como asesino en una cárcel de Tailandia, otro agente con una exitosa cuenta de Instagram sobre sopas precocinadas y un director de instituto infantiloide y pusilánime.

Vista en conjunto, Wayne se muestra como un único viaje: del comienzo vandálico (mencionado arriba) podríamos saltar a la última secuencia de la temporada, con Wayne entrando en la cárcel. Todo lo que ha llevado de ese punto inicial al final es un camino sinuoso pero continuo. El viaje del chaval (también un desplazamiento real, con connotaciones importantísimas) siempre tuvo un destino marcado. Las figuras que debían detectar esos problemas y arrancarlos de raíz se han lavado las manos, y ahora no hacen otra cosa que empujar a un Wayne que camina por el filo de un barranco hasta hacerlo caer.

‘Wayne’ está disponible en Filmin.

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