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Crítica: ‘Devil May Cry’, anime en Netflix, es casi un videojuego malo

La serie adapta la famosa saga videojueguil de Capcom. (Fuente: Madhouse)

Esta crítica se ha escrito tras ver los cuatro primeros episodios de ‘Devil May Cry’ y no contiene spoilers.

No coincido en absoluto con los críticos que condenaron a 1917, la premiada película de Sam Mendes, por querer ser, según alegaban, un videojuego. El flujo imparable que posee la cinta del inglés tiene más que ver, como apuntó con alborozo don José Luis Garci en esa cápsula del tiempo que es Cowboys de medianoche, con cuestiones realistas y de trascendencia de la propia naturaleza del cine como medio de representación de la realidad. 1917 es más cine que mucho otro cine, y poco comparte con la interactividad del software. Pero, como soy humano, me contradigo: Devil May Cry, el anime que recuperó hace poco Netflix, sí que es un videojuego. Uno malo.

La serie, un chorro de doce episodios con el que la compañía nipona Madhouse adaptó la popular franquicia de videojuegos de Capcom del mismo nombre, es en verdad una sucesión de escenarios, casi de tiras cómicas, que no esconden más progreso narrativo que una o dos peleas que dan la sensación de activarse, como en los videojuegos, con la entrada de una banda sonora determinada. Suena música de batalla; comienza una lucha. Esa es toda la complejidad que Devil May Cry es capaz de prometer en su primera hora y pico.

Siendo prácticamente un procedimental centrado en una agencia de caza de demonios y las chapucillas que allí se realizan, y estando anclada con tal fuerza en las diferentes intrigas (aisladas y completamente extrapolables) que vertebran cada capítulo, sorprende que sus conflictos se planteen así: insulsos, revenidos y sacados de la manga. Las aventuras de Dante, el mestizo cazador de demonios que protagoniza los títulos de Capcom y la serie de Madhouse, no salen de ninguna parte ni conducen a sitio alguno.

Devil May Cry (la serie) se emitió en Japón en 2007. Y se nota; parece que llega tarde a todo lo que se propone levantar. Por ejemplo, que ante uno de los personajes femeninos, también cazarrecompensas, un par de policías expresen sorpresa por su audacia “aun siendo mujer”, chirría. Chirría porque, cuando ocurre, es demasiado pronto para aducir que esa mamarrachada está puesta ahí como una burla o exageración: quiero pensar que comentarios como ese pretenden dar cuenta de lo abyecto del mundo en el que se ambienta Devil May Cry; pero es que, para cuando se dice, a ese mundo no le hemos visto el pelo. No se ha presentado nada, no se ha explicado ni sugerido ningún contexto.

En la carrera de fondo que es una serie, esta adaptación abandona la línea de salida asumiendo que el espectador estará interesado hasta el pasmo en su trama. Creo que eso es algo temerario. Los episodios del primer trecho de su recorrido no aportan imágenes sugerentes ni contribuyen a definir el cronotopo en el que se ambienta la historia; ni siquiera la secuencia de opening, último bastión del estilo en el anime de acción baratujo, destaca. Con la de obras cumbre de la animación seriada japonesa que hay por ahí (en el propio catálogo de Netflix, sin ir más lejos), dedicarse a ver esto sería un crimen. Mejor jugar a los videojuegos que adapta.

‘Devil May Cry’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.

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