Tyrion Lannister, voz de los guionistas de ‘Juego de tronos’. (Fuente: HBO)
Una de las grandes críticas que se le ha hecho al cierre de Juego de tronos es que la evolución de Daenerys no se ha entendido o, cuando menos, se ha percibido como apresurada. La otra, la elección de la persona que se sentaría en el trono de los ahora Seis Reinos de Poniente, que se antojaba la más improbable de todas. Dos giros que pocos espectadores vieron venir, que muchos no aceptaron y que para justificarlos se han usado excesivas palabras.
La que hasta hace poco estaba llamada a ser la libertadora de Poniente, a quien habíamos acompañado en su camino heroico por la Bahía de los Esclavos, de repente se perfilaba como la gran amenaza para el pueblo que había que detener a toda costa. Y Jon lo haría, claro; era la primera gran sorpresa giro del episodio final. Pero antes de darle matarile, la narrativa se hizo de lo más evidente: Daenerys daba un discurso de inspiración hitleriana (la propia Emilia Clarke ha asegurado que vio discursos del Führer para prepararse), Tyrion la abandonaba como Mano y, más tarde, daba a Jon y al espectador las explicaciones pertinentes de por qué la reina por la que apostó durante tanto tiempo ahora merecía cuchillo.
Ahí está el verdadero problema del episodio 8×06 de Juego de tronos. No se trata de que hayan decidido hacer esto o aquello con los personajes -ahí los espectadores no tenemos voz ni voto- sino cómo lo han hecho. Benioff y Weiss emplean más de ocho minutos en contar a través de la conversación de Tyrion y Jon en la celda por qué Daenerys es ahora malvada, por qué antes sí la respaldaban y por qué todas las ejecuciones a los esclavistas y los fogonazos de dragón que hizo previas a su irrupción en Desembarco del Rey no estaban mal, pero la última sí. Explicación, explicación, explicación, por si el espectador no lo ha visto y entendido por sí mismo.
Si hay algo que se aprende pronto en un curso de guion, o que te cuenta cualquier manual sobre escritura televisiva, es que siempre es mejor mostrar con acciones que contar con palabras. Es preferible presentar a un personaje con una escena representativa que con una voz en off que nos diga quién es, del mismo modo que se aconseja que percibamos sus intenciones, anhelos y objetivos por sus acciones en vez de porque las verbalice en una conversación. Sutileza, en definitiva. Y de eso ha tenido bastante Juego de tronos… hasta el final.
Tampoco fue sutil la justificación de la elección de Bran Stark como rey. La escena de Pozo Dragón parece ideada para que el personaje favorito, Tyrion Lannister, una vez, más convenza a los espectadores -representados por unos señores nobles que vagamente recordamos, además de las hermanas Stark- de que la decisión de los guionistas es válida, de que aquello tiene sentido. “Bran tiene la mejor historia”, dice un Tyrion Lannister a punto de romper la cuarta pared, cogernos por los hombros y jalearnos para convencernos: “¡No había mejor opción! ¿Me oyes? ¡Es un gran final para la serie!”.
La estrategia de Benioff y Weiss era un poco burda, pero hasta cierto punto efectiva. ¿Quién no va a creer a estas alturas, tras ocho largas temporadas, que lo que dice nuestro querido enano no es atinado? Ya sabéis, él solo bebe vino y sabe cosas, así que quiénes somos los demás para contradecirle.
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