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Crítica: ‘Jinn’ no consigue desmarcarse como (otra) serie de instituto

Esta crítica se ha escrito tras ver la primera temporada completa de ‘Jinn’ y no contiene spoilers.

Netflix tiene cierta fijación por las series de instituto, y no es para menos: ese tipo de producciones le sirven a la empresa para construir imaginarios muy reconocibles por un sector del público amplio y jugosísimo, que se identifica rápidamente con lo mostrado en pantalla. La ficción adolescente es un instrumento de conexión con los espectadores muy valioso, y la plataforma lo sabe y apuesta fuerte por ella.

En esa línea existe e importa Jinn, la primera producción original de Netflix en Oriente Medio, que retrata cómo cambian las vidas de un grupo de estudiantes de instituto jordanos cuando aparecen en ellas los jinn, unos espíritus que rondan la ruinosa ciudad de Petra. En esa línea y no en otra, porque su trama sobrenatural intenta conectar con una cultura ancestral y mitológica pero no consigue generar ni empatía ni interés. La verdadera trama, por el contrario, ocurre en su práctica totalidad en las decisiones que se toman y los roles que se establecen en los pasillos del instituto.

Donde Jinn es verdaderamente relevante es en el nicho de los dramas de instituto con los que Netflix parece buscar una comunión entre el público estudiante/adolescente apelando, por un lado, a elementos universales reconocibles; y por otro, a las diferencias propias. Así, cabe preguntarse: ¿En qué se parece Jinn a otros originales de Netflix como Élite o Baby? Estas series tienen sus especificidades nacionales y se inscriben cada una en tradiciones genéricas concretas (el trhiller, el fantástico, el puro coming-of-age…). Y, sin embargo, todas encuentran una centralidad en el instituto que conecta con el público de las demás.

El instituto es una parte muy importante en los personajes de ‘Jinn’. (Fuente: Netflix)

Jinn deja rastros de estos mecanismos por todas partes (que, en una producción ambientada en Jordania, el instituto de los protagonistas se llame Seven Hills Academy, por ejemplo). Y esa es su parte más interesante, donde el centro educativo funciona como una herramienta útil para mapear un espacio de estructuras y relaciones de poder entre los personajes. Dentro de esa suerte de estandarización para la exportación, merecen mención especial los sonidos del trap, que asoman la cabeza en ciertos momentos (y que estaban muy presentes en Élite y Baby) actuando como cemento de un cierto espíritu adolescente transnacional.

A partir de ahí, la serie no tiene mucha más gracia: su parte fantástica está delineada con pereza, y provoca esa misma pereza al que la ve. De todo ese supuesto mundo místico paralelo que la serie dice esconder, solo vemos un par de pinceladas y el resto es impostura. La mitología de los jinn nunca es un verdadero ecosistema fantástico en el mundo de la serie, que funcione según otras reglas y que atraiga por su peculiaridad; es solo un apéndice sin gancho.

Más allá de la controversia mojigata que ha levantado en Jordania, la serie no es verdaderamente provocadora en ninguno de sus planos. Sus dinámicas de relato iniciático de instituto las hemos visto ya una y mil veces (y mejor desarrolladas), mientras que su vis sobrenatural apela a unos códigos míticos propios pero parece incapaz de conectar con ellos de verdad y, por tanto, de hacernos conectar a nosotros.

‘Jinn’ se puede ver completa bajo demanda en Netflix.

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