Romola Garai y Anya Taylor-Joy, en ‘La casa de las miniaturas’. (Fuente: BBC)
El abuso del poder, la arbitrariedad de la religión, los convencionalismos sociales, la opresión de la mujer, la persecución de las relaciones sexuales injustamente llamadas contra natura o el racismo son temas recurrentes en la vida real y, por ende, en la ficción. Independientemente de la época, sin duda. De hecho, en la actualidad, aún vivimos dichas lacras a pesar de la evolución; es como si no aprendiéramos de los errores y nos empeñásemos en transitar una y otra vez por un bucle perverso, donde la memoria es desterrada, para sólo recurrir a ella cuando es demasiado tarde. “Sólo aquél que no conoce la historia está condenado a repetirla”, dijo Herodoto de Halicarnaso hace ya la friolera de dos mil quinientos años. Y así nos va.
La casa de las miniaturas o The Miniaturist, como prefieran, es un claro ejemplo de que poco importa el continente (aunque en este caso es sublime) y sí el contenido cuando se abordan estos temas universales. Basada en el libro de Jessie Burton, La casa de las miniaturas nos traslada a una época inusual en la ficción y a una ciudad tan bella como inquietante, donde los ojos de una mujer de dieciocho años nos muestran un universo conocido, pero novedoso, a través de un juego misterioso.
Situémonos: Ámsterdam, finales del siglo XVII. Petronella –Nella- Oortman es una joven de dieciocho años educada para ser una señora. Sin padre y con su familia agobiada por las deudas, su única salida es desposarse con un hombre de posibles. El candidato ideal es Johannes Brandt, un rico comerciante de la ciudad. Después de un romance improvisado a tres (con la madre ejerciendo como carabina), se llega rápidamente a un acuerdo: boda y traslado a la casa de Brandt, a pesar de que éste ha de salir de viaje para Venecia por negocios y no estará cuando Nella llegue al que será su hogar.
La ausencia de su recién estrenado marido provoca que Nella conozca a la hermana de Johannes, Marin, a la criada, Cornelia y al criado negro, Otto. Desde el primer momento, Nella descubre que el poder en la casa lo ejerce Marin, apoyada sin reservas por ambos criados, a golpe de austeridad, rectitud moral y normas inflexibles. El flamante hogar a orillas del canal se revela diferente a como Nella había creído; su alegría por el flamante enlace contrasta con la rigidez de la casa Brandt. Nella cree que todo cambiará cuando su marido regrese de Venecia.
Nada más lejos de la realidad. La llegada de Johannes Brandt supone un punto de inflexión inesperado para su esposa. De trato exquisito, el rico comerciante le dispensa favores y dádivas a su esposa pero le priva de relación marital alguna; lejos de acercarse, se aleja, arguyendo excusas y pretextos. Para intentar paliar el disgusto de Nella, le regala una casa de miniaturas, objeto muy codiciado y prestigioso en aquellos años. Nella no acaba de entender muy bien tal regalo, ni la falta de interés de su marido, pero acepta en pos de captar su atención. Decide recurrir a un miniaturista para conferir vida a su regalo y le confecciona una lista.
Cuál será su sorpresa cuando recibe el encargo y descubre que el miniaturista ha fabricado unas figuras que no estaban en la lista, pero, sobre todo, cuando el último de los pequeños paqueteas que recibe de ese encargo es una cuna. Nella realiza otro encargo y, de nuevo, el miniaturista confecciona figuras y enseres diferentes a los solicitados. Nella sospecha que está siendo vigilada y decide tirar del solitario hilo del ovillo.
Paralelamente, Johannes se ve envuelto en un grave problema de negocios al ejercer como intermediario en una venta de azúcar en Italia. La convergencia de ambas tramas desvela a Nella que la casa donde habita y la familia, que es la suya, esconden secretos que nunca hubiera imaginado.
Los protagonistas de ‘La casa de las miniaturas’. (Fuente: BBC)
A través de tres capítulos de, aproximadamente, una hora cada uno, esta miniserie de BBC, que trae Filmin a España, nos transporta a uno de los epicentros sociales y económicos más importantes de Europa en el siglo XVII; una ciudad gobernada por los gremios de comerciantes, los síndicos y la recalcitrante y reaccionaria iglesia calvinista. La moral y el poder son los ejes indisolubles de una sociedad donde las apariencias lo son todo.
La casa de las miniaturas es una de esas pequeñas rara avis en el mundo de las series. Sólo tres capítulos, casi tres horas de metraje, ambientada en una difícil época; un diseño de producción como sólo los británicos saben y pueden, un departamento de arte meticuloso hasta la saciedad, rodaje en exteriores reales del casco antiguo de Ámsterdam. Un vestido perfecto para una historia atemporal, donde la narradora es una mujer y el protagonismo, y el peso del coraje, corren a cargo de mujeres.
El trío femenino que sustenta la serie es capital. Anya Taylor-Joy (Nella Oortamn) me fascinó en la potente y cautivadora La bruja (2015), y aquí, en otro registro muy diferente, ha vuelto a hacerlo. A Romola Garai (Marin Brandt) la conocía de Los Últimos Días en Marte (2013) y de Sufragistas (2015), pero, sinceramente, en esa ocasión se ha superado ampliamente. En cuanto a Hayley Squires (Cornelia), reconozco que ha sido todo un descubrimiento. Alex Hassel encarna a Johannes Brandt y, para mi gusto, cumple con solvencia su papel, sin excesos ni alardes.
Guillem Morales: “En ‘La casa de las miniaturas’ hay algo muy moderno”
El director de la miniserie, disponible en Filmin, nos habla sobre el proyectofueradeseries.com
Puntos fuertes: El elenco femenino, la dirección de la serie y la ambientación.
Claves de su éxito: El éxito de la novela disparó las expectativas cuando se anunció la creación de la serie. Y estas no se vieron defraudadas.
‘La casa de las miniaturas’ estará disponible en Filmin a partir del 13 de febrero.