Alba Flores es Nairobi en ‘La casa de papel’. (Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada 4 de ‘La casa de papel’ completa y contiene spoilers.
A estas alturas ya sabemos todos qué es La casa de papel, con sus virtudes y defectos. A mí, por ejemplo, nunca me ha gustado la voz en off que narra y subraya y cojo con pinzas esos momentos en los que los personajes se paran a filosofar en mitad del atraco. Pero son cosas que, como digo, ya sabemos que están ahí y si nos molestan es porque queremos. También conocemos, por supuesto, las virtudes de la serie: ese darlo todo por molar, esos personajes llevamos al extremo y esos giros que te dejan con la boca abierta.
La cuarta temporada, a pesar de haber recibido ciertas críticas (y luego entramos en eso), ha seguido muy en la línea de lo que es la serie, para bien y para mal. Como ya pasó en la anterior, el despliegue económico de Netflix respecto a la etapa de Antena 3 se nota, aunque esta vez a la inversa: si la tercera temporada empezó con fuegos artificiales (aquellas secuencias en Panamá o la llegada de los zepelines a Madrid), la cuarta empieza más comedida y es en su tramo final cuando revienta todo. Ese es el principal problema de la temporada 4 para mí; no comienza de forma verdaderamente espectacular y no es hasta que Gandía la lía parda cuando se pone verdaderamente interesante.
Las críticas que he leído por redes sociales a las que me refería antes son las de aquellos que señalan esta temporada como “de relleno”. Que si la quitas no pasa nada, dicen. Y en cierto modo lo entiendo. Este segmento, del punto A al punto B, no ha cambiado esencialmente ni la situación de los atracadores, pero por otro lado no creo que hiciese falta. Si suponemos que las temporadas 3, 4, 5 y 6 formarán un todo (y esto ya es mucha conjetura), podemos entender esta temporada como parte del nudo de la historia y como tal funciona bien. No hay un cambio drástico pero la bola de nieve sí va creciendo y los personajes se están desgastando. Entre otras cosas, han vivido la muerte del personaje que más le une a nivel emocional y han resistido la tentación de volverse unos sanguinarios como respuesta. Lo importante con esta, desde mi punto de vista, no es llegar al final sino entretenernos por el camino.
Quizás donde más ha flojeado la temporada para mí es en la trama de Palermo, el personaje revelación de la pasada, al que hemos visto dar tumbos y cambiarse de bando (¿Que era lógico que se volviese majara cuando le quitan del mando? Sí. ¿Que llegase al punto de ayudar a Gandía a soltarse? No lo veo) y cuya trama ha sonado a hacer tiempo. Como también parecían minutos prescindibles la trama de Arturito o algunos flashbacks, especialmente los de Berlín. Con Berlín, por cierto, siento que su permanencia en la serie es una especie de lealtad de la productora hacia Pedro Alonso -por haber sido tan importante en la anterior etapa de la serie-, pero que no aporta mucho a estas alturas sino que más bien lastra.
(Fuente: Netflix)
Dónde sí no puedo más que aplaudir es en la resolución de la trama de Nairobi. El cliffhanger de la temporada 3 nos ponía contra las cuerdas: no queríamos que nuestro personaje favorito muriese y, a la vez, sabíamos que una mágica resurrección quedaría chapucero. Así que nos han regalado una resurrección a medias, para que nos dé tiempo a disfrutarla un poco más, y luego la han matado definitivamente en una escena que nos deja absolutamente en shock. Y en un ejercicio de economía, han aprovechado una muerte tan importante para darnos dos golpes: el del final de la tercera y la verdadera muerte. Porque por Nairobi hay que sufrir al menos dos veces. Esa escena del personaje de Alba Flores llegando “al cielo de los atracadores”, reconozcámoslo, se nos metió en el ojo.
La autoconsciencia es otra de las virtudes de La casa de papel. Los guionistas saben perfectamente qué serie hacen (y quieren hacer) y se divierten reutilizando y reinventando sus propias fórmulas. El ejemplo perfecto es la narración del plan París por parte de El Profesor: es un esquema ya utilizado, el de encabalgar el planteamiento con su ejecución, pero introduce dos elementos nuevos; por un lado, la comicidad de ver en el puesto de Tokio, Río y compañía a unos absolutos desconocidos (y feos y anodinos a más no poder), y por otro, hacer cómplice al espectador de que a Sergio se le escapa en todo momento un factor desestabilizador, Alicia.
Con sus cosas, La casa de papel sigue siendo una serie de lo más disfrutona que nos invita a darle al botón de “Siguiente episodio” una y otra vez. Que habrá quien se queje, pero hemos disfrutado como cochinos y nos hemos ventilado la temporada en un fin de semana. Y vuelvo a nombrar a Gandía antes de despedirme, porque ese majara nos ha dado grandes momentos: ¡un brindis por José Manuel Poga!
La temporada 4 ‘La casa de papel’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.