Sean Bean, como Eddard Stark. (Fuente: HBO)
En Juego de tronos hay dos momentos que impactaron en su momento mucho a los fans, y que todavía se mencionan cuando se habla de las mejores escenas de la serie y las que mejor describen sus puntos fuertes. Uno es la ejecución de Ned Stark casi al final de la primera temporada y el otro, la Boda Roja en la tercera. El segundo fue el gran trauma colectivo de los seguidores de la serie, como ya lo fue en su momento para los lectores de los libros, pero no es el momento que define lo que es Juego de tronos. Ése es el primero, la muerte de Ned.
La primera temporada, hasta que llega a su noveno capítulo, Baelor, es una historia más o menos convencional sobre dos familias que se vigilan recelosas, un rey al que le surgen por todas partes enemigos que es demasiado perezoso para combatir y una joven que quiere reclamar el derecho legítimo de su familia. Las intrigas palaciegas podían ser más o menos interesantes, pero dejaban la sensación de que sabíamos los elementos con los que jugaba la serie.
Eddard Stark era uno de esos elementos. Se nos presenta como el protagonista principal de la temporada, y uno que sigue todos los principios del héroe habitual de estos relatos de fantasía pseudomedieval. Ned es alguien con principios, honesto y leal, que está dispuesto a descubrir la verdad de la sucesión al trono y a luchar contra las injusticias. Aunque a esos personajes los capturen o sufran reveses, estamos acostumbrados a que terminen prevaleciendo. Incluso si los interpreta Sean Bean.
Sin embargo, George R.R. Martin había decidido que Poniente no se regiría tanto por las normas usuales del género, como por lo que dictara la coherencia. Y si Cersei apresa a Ned y lo acusa de traición, lo más lógico es que terminen ejecutándolo.
“En el juego de tronos, o ganas o mueres”. (Fuente: HBO)
Tanto en el libro como en la serie, la sensación que da el cautiverio de Ned es de inevitabilidad. Cersei es una enemiga demasiado poderosa como para que el patriarca Stark pueda vencerla apelando sólo a su honor. Está en juego que sus hijos suban al trono, así que hará todo lo posible por evitar que se sepa que el rey no es su padre. Por eso muere Jon Arryn, la anterior Mano del Rey, muerte que desencadena todo lo que vemos en Juego de tronos. Ned no dispone de aliados en Desembarco del Rey ni nadie que apoye su acusación, así que lo tiene todo en contra.
Los espectadores confiamos en que Ned se salvará a última hora (que Cersei respetará el acuerdo que le ofrece de irse al Muro) porque es a lo que estamos acostumbrados en la fantasía: el protagonista siempre consigue escapar, aunque sea por los pelos. Y aquí es donde Juego de tronos da un golpe sobre la mesa y deja claro que no es como otras obras del género. Si Eddard Stark ha sido condenado a muerte, va a morir, y no va a haber nada que pueda salvarlo.
Ese noveno capítulo de la primera temporada juega con nuestras expectativas, pero sabe desde el principio que Joffrey va a ordenar la decapitación de Ned. No sólo porque sea sádico, cruel e impredecible, sino porque es su enemigo y a los Lannister les han enseñado que todos los que no están con ellos están contra ellos y han de ser neutralizados y derrotados.
Esa escena continúa siendo de las mejores que ha hecho a serie hasta ahora. La desesperación de Sansa, la sorpresa de Cersei, la satisfacción de Joffrey, la resignación de Ned y el shock de Arya, más el gentío que se acumula para ver la ejecución… Todo encaja a la perfección en el momento que lo cambia todo en Juego de tronos, el momento que presenta las verdaderas credenciales de la serie: va a llevar hasta el final sus tramas, ningún personaje está a salvo y no va a perdonar la vida de nadie sólo porque sea uno de los protagonistas.
Baelor es el punto en el que de verdad empieza Juego de tronos.
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