Esta crítica se ha escrito después de ver la segunda temporada de ‘Lo que hacemos en las sombras’. Contiene spoilers.
En esta época, en la que se adaptan hasta los juegos de mesa, cuando se anuncia una nueva obra derivada, especialmente, en el caso de las películas (no franquicias) que dan el paso a serie de televisión, lo habitual es que dudemos que tengan algo que ofrecer más allá de su premisa. Por eso, cuando se estrenó Lo que hacemos en las sombras, no podíamos imaginar que sus responsables iban a ser capaces de darnos tantas alegrías, por mucho que nos hubiera gustado la obra original.
La primera temporada de la serie ya nos sorprendió a todos, pero la segunda ha alcanzado unos niveles de genialidad al alcance de muy pocos. Su mayor mérito es que para hacernos reír no necesitan giros rebuscados, sorpresas, referencias locas ni bromas elaboradas, lo consiguen con situaciones banales y tontísimas, como el palillo de Jackie Daytona (2×06) o la cadena de emails (2×04). Sobre el papel, esas me parecerían las ideas más estúpidas que se le podrían ocurrir a alguien que quisiera hacer comedia y, sin embargo, los guionistas de esta serie sacan oro de ellas. Sé que es talento, pero a mí me parece brujería.
Entre lo mejor de esta entrega, además del cuarto y sexto episodio que ya hemos mencionado (y la muñeca/fantasma de Nadja), está el desarrollo de Colin y Guillermo. El primero ya nos conquistó el año pasado con su forma de drenar la energía de los humanos, pero este año alcanzó cotas de brillantez con su ascenso en la oficina, con sus intentos de chistes que aburrían mortalmente y con sus cuentas de troll en Internet. Todos conocemos a varios Colin Robinson en la vida real, estamos rodeados de vampiros energéticos.
En el genial cierre de temporada fuimos público privilegiado del teatro de los vampiros, un espectáculo delirante que conservaremos siempre en nuestro recuerdo, junto con el drama de no saber cómo se lava la ropa y Colin Robinson representándonos a todos en nuestras relaciones con jefes ineptos: “Voy a hacer lo que me estás diciendo solo para que te des cuenta de lo estúpido que es”.
(Fuente: FX)
Pero, además de hacernos felices con las aventuras de la semana en cada episodio, Lo que hacemos en las sombras también ha demostrado que sabe aprovechar muy bien la serialización. En ese sentido, Guillermo ha sido la estrella de esta temporada. Desde que descubrió que es descendiente de los Van Helsing de toda la vida y que, ha vivido un conflicto de identidad, porque tiene una habilidad natural para matar al tipo de criatura con la que sueña ser. Y a este lío mental se suma a su descontento y frustración por la indiferencia de Nandoor y, sobre todo, porque no se siente valorado en la mansión en ruinas compartida por los vampiros.
Aunque les cueste reconocerlo, y no sepan nada de Guillermo después de diez años, ni siquiera su nombre completo (Guillermo Billermo, Mickey Guillermo…), no saben vivir sin él. Y, a pesar de lo desagradecidos que son, él no dudó en ir a rescatarlos. Guillermo de la Cruz fue el héroe del último episodio y reveló ante todos su verdadera identidad, protagonizando nuevamente el cliffhanger de final de temporada, como ya ocurrió el año anterior.
En su segundo año, y con solo 20 episodios en total, Lo que hacemos en las sombras ya se ha ganado un lugar como una de las mejores comedias de la historia de la televisión. Es un lugar feliz garantizado que no ha tenido un solo episodio malo, y de la que es muy difícil elegir el mejor, porque todos tienen momentos brillantes.
‘Lo que hacemos en las sombras’ está disponible en HBO España.
Todos somos Guillermo en ‘Lo que hacemos en las sombras’
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