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‘Por trece razones’: lo bueno y lo malo de su segunda temporada

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Alisha Boe (Jessica), Dylan Minnette (Clay) y Justin Prentiss (Bryce). (Fuente: Netflix)

La segunda temporada de Por trece razones llegaba precedida de cierta expectación y algo de controversia. Había dudas por si Brian Yorkey, su showrunner, podría encontrar una manera de continuar una primera temporada que, en su momento, se vio como bastante cerrada, y también había curiosidad por comprobar como respondía la serie a las acusaciones que se le habían hecho de ser peligrosa para el bienestar emocional de los adolescentes.

Los nuevos trece capítulos se pusieron el pasado viernes a disposición de los usuarios de Netflix, y ya podemos comentar todo lo que pasa en ellos. Las críticas, en general, no han sido demasiado benévolas con ellos, tachándolos de innecesarios como mínimo, aunque también hay quien destaca algunos aspectos de la temporada como virtudes.

Ahora que ya hemos tenido la oportunidad de ver qué ocurre en Liberty High mientras se celebra el juicio por la muerte de Hannah (y si al instituto se le pueden pedir responsabilidades de algún tipo), podemos comentar qué ha sido lo bueno y lo malo de esta segunda temporada de Por trece razones.

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Lo bueno

Los caminos de Jessica y Alex

Alex trabaja en superar las secuelas de su intento de suicidio. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

La temporada representa para unos cuantos personajes un camino de aceptación y de recuperación de las cosas que les han pasado. Los traumas que Jessica y Alex llevan a cuestas son los más destacados. Ella está intentando volver a construir su vida tras la violación que sufrió a manos de Bryce, mientras él arrastra secuelas físicas de su intento de suicidio que incluyen lagunas en su memoria.

El ambiente en el instituto no ayuda precisamente a sus recuperaciones, pero los retratos de ambos intentan mostrar sus dificultades, sus frustraciones, sus pequeñas alegrías y que hay una luz al final del túnel si deciden seguir por ese camino. Ambos cuentan con amigos que los apoyan y los entienden, y la reconexión de su amistad, y el reconocimiento de que no se portaron demasiado bien con Hannah en su momento, es uno de los aspectos mejor dibujados de la temporada. No es fácil superar lo que ellos han vivido, pero se puede hacer.

Jessica aprende, por ejemplo, que lo que le pasó es su historia, y que ella es quien tiene que decidir cómo quiere contarla y cuándo. También aprende, gracias a su nueva amiga Nina, que debe encontrar alguien con quien hablar, que no es bueno quedarse rumiando en soledad todos sus sentimientos. La incomunicación como fuente de muchas desgracias es una de las tesis de Por trece razones.

La relevancia de sus temas

Cyrus y Tyler canalizan su rabia hacia el instituto y la tiranía de los deportistas con pequeños actos vandálicos. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

En ese aspecto, la serie está tocando temas que, aunque no sean novedosos, son muy relevantes en el clima actual presente en la sociedad estadounidense, sobre todo: la cultura de la violación imperante entre los equipos deportivos de algunos institutos y universidades, la importancia que ha adquirido en los últimos años estar alerta ante casos de acoso escolar, los tiroteos en institutos (justo el mismo día del lanzamiento de la segunda temporada se producía uno en Santa Fe, Texas, en el que murieron diez personas), la presión de familiares, amigos y de las convenciones sociales para que los adolescentes se comporten de determinadas maneras y entren en ciertos moldes…

Por trece razones pone sobre la mesa todos esos asuntos y, además, añade el tratamiento de las enfermedades mentales a través de Skye, la novia de Clay cuando arranca la segunda temporada. La reacción de él al saber que ella sufre trastorno bipolar deja claro que es necesaria una mayor labor de concienciación hacia estas enfermedades. De hecho, es una lástima que no volvamos a ver a Skye en la segunda mitad de la temporada, porque es uno de los personajes que más prometía.

Katherine Langford, la estrella

La presencia de Hannah se sigue notando en la serie. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

La primera temporada representó el descubrimiento en Estados Unidos de Katherine Langford, la joven actriz australiana que interpreta a Hannah Baker. La humanidad, el humor y el dolor que imprimió a la protagonista en aquellos primeros capítulos eran algunas de las razones por las que funcionaron tan bien. Langford tiene una gran química con Dylan Minnette (Clay), pero funciona igualmente bien con el resto del reparto.

La segunda entrega se resiste a dejarla marchar utilizando como pretexto que es justo lo que le pasa a Clay, hasta ese funeral en el que se da cuenta de que debe dejar de obsesionarse con su fantasma. El recurso para traer a Hannah de vuelta son esos flashbacks que dan más información sobre lo que ella contaba en sus cintas, y Langford vuelve a ser la estrella de la serie, aunque ésta ya esté adentrándose por otros terrenos.

Lo intermedio

La evolución de Zach

Katherine Langford y Ross Butler. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

La primera entrega de Por trece razones abría una puerta a la redención de algunos de los personajes que, al principio, se colocaban más en el lado de los villanos, de los matones del instituto. Uno de ellos era Zach, el deportista amigo de Bryce que se mantenía a su lado por un falso concepto de la lealtad y la amistad. En el fondo, estaba más cerca de Jeff Atkins que de Monty, por ejemplo. Zach es una buena persona, pero es débil. Le pueden más la presión de su madre por tener buenos contactos para asegurar su futuro y la del equipo de béisbol por seguir ciegamente a Bryce como su líder.

Pero no es difícil creerse ese amor de verano entre Hannah y él, o que realmente esté ayudando a Alex porque quiere, porque se considera su amigo de verdad. El camino de Zach en la temporada es el de aprender a hacer valer su voz y enfrentarse a quienes lo presionan para tomar acciones que él sabe que están mal y que van contra sus principios.

Lo malo

Bryce, el malo de caricatura

Bryce y Chloë centran el final de la temporada. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

Para transmitir su tesis y demostrar que el instituto tiene, realmente, un ambiente tóxico y que el sistema es profundamente injusto, Por trece razones pinta a sus “villanos” con una brocha demasiado gorda. Bryce es, claramente, un tipo despreciable, porque actúa pensando sólo en lo que él quiere. Es la encarnación perfecta de lo que en Estados Unidos se conoce como el privilegio blanco: es un hombre heterosexual caucásico de clase alta que, sólo por eso, cree que tiene derecho a ser el deportista estrella, a acostarse con las chicas que le apetezcan y a tener la vida de éxito que la sociedad le debe.

Como concepto, es muy relevante. Hay quien identifica buena parte de los motivos tras la elección de Trump en ese sentimiento. La ejecución de ese concepto es otro asunto, porque Bryce nunca tiene más matices más allá de que cuide a sus compañeros si estos le son leales. Su arrogancia, su desprecio por quienes considera inferiores, su tendencia a la intimidación para lograr sus propósitos… Todo es demasiado obvio, demasiado unidimensional. Y que sus “secuaces” tampoco tengan otro retrato que el de ser, precisamente, sus secuaces no ayuda; cuando intentan explicar el comportamiento de Monty diciéndonos que tiene un padre abusivo y que considera al equipo su única familia, es demasiado tarde.

El protagonismo de Clay

Clay y Justin. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

Los nuevos episodios de la serie son algo más corales al repartir el protagonismo entre más personajes y no centrarlo casi todo en Clay y Hannah, como ocurría en la primera temporada, pero Clay sigue siendo el catalizador de buena parte de la trama. Y el gran problema es que se ha vuelto un chico bastante insufrible. La culpa lo consume y lo lleva a adoptar un complejo de salvador que nadie le ha pedido y que, realmente, sólo va haciendo daño a sus compañeros.

Clay actúa sin pensar en las consecuencias y, cuando esas consecuencias vuelven a morderle el culo, ni se le ocurre darse cuenta de que él puede tener parte de culpa; los culpables siempre son los demás, ya sean Bryce, sus padres, el instituto y hasta Hannah porque no le contaba cada segundo de su vida cuando no pasaba el rato con él.

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El ejemplo más claro de su miopía es su filtración de las cintas de Hannah. Llevado por la rabia porque cree (con razón, en este caso) que nada va a cambiar, decide hacer públicos los pensamientos de Hannah sin consultar con Jessica si quiere que todo el mundo especule si ella es la chica a la que violan en la novena cinta, sin pensar que les arrebata a otras víctimas de la cultura tóxica del instituto la posibilidad de contar su historia. Se le llena la boca afirmando, por ejemplo, que quiere que se haga justicia con Jessica, pero no tiene en cuenta su opinión para nada. Y la serie lo trata como el héroe incomprendido de la historia cuando los que llevan la razón son los demás personajes que le piden que escuche a alguien antes de actuar, porque quizás no está haciendo lo correcto.

El juicio de Hannah

Kevin Porter, el psicólogo del instituto, durante el juicio. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

Esa rabia que siente Clay está motivada por el juicio que proporciona su impulso a la temporada. Los Baker demandan a Liberty High por haber ignorado el ambiente hostil de sus instalaciones que acabó llevando a Hannah a quitarse la vida y, para dilucidar si eso fue así, defensa y acusación llaman a declarar a todas las personas que Hannah mencionaba en sus casetes. Esos testimonios están tratados con todos los clichés de las peores historias de juicios.

La fiscal es presentada como una mujer sin corazón que se dedica a buscar excusas para el instituto y a insinuar que Hannah se buscó todo lo que le ocurrió, los testigos siempre ofrecen alguna revelación que lo cambia todo y de la que nadie sabía nada y todas las sesiones se muestran bajo un maniqueísmo muy poco favorecedor y que se traslada al retrato que se hace del director del instituto como alguien preocupado sólo por el que dirán.

Que el psicólogo, el señor Porter, sea el contrapunto no es una mala idea, porque es muy lógico que sea el más afectado por la muerte de Hannah y el intento de suicidio de Alex y que no quiera que algo similar vuelva a pasar. Pero su conflicto con el centro está demasiado forzado, del mismo modo que lo está el enlace entre su despido, la decisión que el director toma con Tyler y que éste acabe queriendo convertir Liberty High en Columbine.

El cliffhanger final

Tyler pasa de acosador a víctima y, finalmente, a agresor. (Fuente: Beth Dubber/Netflix)

La historia de Tyler en la segunda temporada, realmente, es un gran punto de partida para iniciar una conversación sobre la cultura de las armas en Estados Unidos y las razones que pueden llevar a un adolescente a tirotear a sus compañeros. Su progresivo aislamiento del resto de los alumnos, su dependencia excesiva de Cyrus como su tabla de salvación, su incapacidad para comunicar lo que le ocurre (y la de sus padres para darse cuenta de que está ocurriendo mucho más serio de lo que parece)… Todos son puntos que realmente resultan interesantes.

Lo que no lo es es que esa maniobra a la desesperada de Tyler constituya el cliffhanger de la temporada, y mucho menos que Clay Jensen, continuando con su complejo de salvador, tome la última decisión estúpida: en lugar de deshacerse del arma que acaba de quitarle a Tyler, se la queda en las manos para que la policía lo detenga a él. Y ya está construido el puente hacia la tercera temporada de una manera artificiosa.

La segunda entrega de Por trece razones toca temas de gran relevancia social, pero lo hace optando, en general, por la manera más maniquea y efectista posible.

marina

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