¿Debían volver James y Alyssa? (Fuente: Netflix)
Es un error que cometemos a veces, aferrarnos al pasado. Querer que lo pretérito no cambie ni avance, congelarlo para poder disponer de él a voluntad, como un fetiche. Este pensamiento conservador me ha llevado a veces a pensar que tal o cual serie debería quedarse en su primera temporada; que, si los creadores continúan, se la van a cargar. Pero, en la mayoría de ocasiones, es solo eso: un fetiche.
Me pasó, por ejemplo, con Paquita Salas. No era difícil que el carisma ingobernable de su primera temporada despertara esta fantasía posesiva de que “deberían dejarla así para no estropearla”. Pero si no hubiésemos tenido una segunda temporada algo redundante, jamás habría llegado esa tercera entrega, esa que es una de las mayores singladuras pop de la tele española contemporánea. Y lo mismo, sospecho, podría ocurrirle a cualquiera con The End of the F***ing World, que recibió su segunda remesa de episodios hace unos días en Channel 4 (aquí en Netflix). Haceos un favor: sencillamente abrid los brazos a James y Alyssa una vez más.
La serie ya no adapta ningún cómic
Una de las preocupaciones que proyectaban su incómoda sombra sobre la llegada de una nueva temporada de la serie era la del agotamiento del material original. El tebeo de Charles Forsman que The End of the F***ing World adaptó durante los ocho capítulos de su primera entrega acababa justo como lo hacía esta (salvo por una escena extra descartada para televisión que convertía el suspenso de la pantalla en una certeza amarga sobre las páginas). Por tanto, lo que siguiera sería una travesía a ciegas. El problema, creo, está en entender eso como algo malo.
Es cierto que, en lo tocante a los personajes, la historia no delira demasiado. Son traumas conocidos, miedos familiares, los que vuelven a acechar a Alyssa y James, y sus respuestas aberrantes a un mundo insípido no son muy distintas de las que ya habíamos visto. La segunda temporada decide asumir el riesgo de no asumir riesgos y centrarse en lo inmóvil y atorado del dolor de los personajes. El movimiento de la historia, que lo hay aunque es abstracto, discurre por otras laderas.
Los textos culturales, en tanto leídos y releídos por grupos siempre cambiantes, están vivos. Contar la deprimente historia de The End of the F***ing World otra vez parece tan conservador como desear que no la manoseen más, sí; pero puede verse también como un esfuerzo por desandar ese cuento fatídico y soñar con que otros finales son posibles. Que no todo tiene que acabar mal siempre.
La temporada tiene novedades, como la incorporación de Naomi Ackie. (Fuente: Netflix)
En la línea de lo que postula Pedro Vallín en su libro ¡Me cago en Godard! (incendiario y postrero del pensamiento de Walter Benjamin y Fernando Savater), la segunda temporada de esta pequeña joya no es tanto la continuación de una empresa artística encandilada con su propia perfección, sino un humilde ánimo de reescritura, de dar una nueva oportunidad para ver y entender la historia de la pareja de otra manera.
La fábula de los dos jóvenes parias queda, con este nuevo final (que es, en realidad, el mismo y todo lo contrario), adscrita a una función narradora. Hace dos años fue posmoderna; ahora es más clásica. No hay motivos para desdeñar la insolencia palimpséstica de tapar un corte abrupto a negro con un final cerrado que calme las aguas. La serie no balbucea, sino que muda la piel: ha entrado para siempre en el círculo inacabable de los mitos.
Todos los episodios de ‘The End of the F***ing World’ están disponibles bajo demanda en Netflix.
Crítica: ‘The End of the F***ing World’ o si las miradas matasen
Netflix acoge la segunda temporada de la serie de Channel 4, que vuelve igual de dolorosa pero algo más azucaradafueradeseries.com