Si nos retrotraemos a estas mismas fechas de hace un año, estábamos todos intentando asumir que Juego de tronos había emitido su último episodio. Uno de los mayores fenómenos pop a nivel mundial echaba el cierre provocando, por supuesto, reacciones encendidas ante sus últimas escenas y dejando la sensación de que no íbamos a ver otra vez una serie de televisión que alcanzara semejante estatus. Durante seis semanas, millones de espectadores estuvieron pegados al televisor, o a la tablet, evitando spoilers si tardaban el capítulo, diseccionando en Twitter hasta los adornos de las sillas de Invernalia, riéndose de los gazapos que se colaban y protestando de que todo era muy oscuro.
Los debates sobre si el arco de Daenerys había estado bien llevado y si el destino final de Bran tenía sentido consumieron buena parte de nuestro tiempo en los siguientes meses, pero poco a poco, con la llegada de la nueva temporada televisiva, fuimos dirigiendo nuestra atención hacia otras ficciones y otros asuntos. Para cuando ha llegado el aniversario de la despedida, ha hecho mucho menos ruido del esperado. Quizás tenga algo que haber la situación de crisis sanitaria global que estamos viviendo, pero también puede ser que Juego de tronos genere cansancio.
El final decepcionó a mucha gente que ahora prefiere olvidar no ya que vio la serie de HBO, sino que esta existió. La sola mención de si estaba justificada la destrucción de Desembarco del Rey causa pereza, una sensación de “¿esto de verdad le sigue interesando a alguien?”. Las críticas hacia los derroteros que tomaba la serie conforme se acercaba al final ya habían aparecido en la penúltima temporada, pero arreciaron con fuerza en la última. Donde David Benioff y D.B. Weiss, sus responsables, habían sido buenos guionistas que sabían lo que estaban haciendo, pasaron a ser casi dos indocumentados a los que no deberían dejar cerca de un software de escritura de guiones nunca más.
Esa decepción en cómo se manejaron los arcos finales tanto de Dany como de Cersei, sobre todo, ensombreció logros como la gran batalla nocturna de Invernalia y acabó por teñir retroactivamente toda la serie. Tal vez por eso ahora no hay nada que celebrar un año más tarde.
(Fuente: HBO España)
Con Juego de tronos se daba, también, otra circunstancia, y es que una parte significativa de su audiencia la veía para tener algo de que hablar con sus amigos, por puro FOMO. Era la ficción que centraba todas las conversaciones, la que todos los medios querían para sus portadas, la que se usaba para comparar hasta la política nacional. Estaba por todas partes y, aunque podías optar por ir de digno y negarte a ver ni un solo minuto, lo más habitual es que claudicaras y la siguieras por inercia social.
Y, por otro lado, el ruido que se generó a su alrededor llegó a ser insoportable. Merece la pena preguntarse si Juego de tronos ya no es tan relevante por sus propios defectos como serie o porque se quiere evitar la tentación de caer de nuevo en las teorías sobre lo que pasó de verdad, las críticas de “esto debería haber sido así” y las defensas de “es que no habéis entendido nada”. ¿Nos hemos cansado de la serie o de la conversación alrededor de la serie?
El final de ‘Juego de tronos’ o por qué explicar es peor que mostrar
“Cuéntamelo otra vez, Tyrion, que no me he enterado”fueradeseries.com