El elenco de ‘Brigada Costa del Sol’. (Fuente: Telecinco)
Jueves por la mañana. Como si Frodo Bolsón fuese, llego de excursión a Mediaset. Nos van a poner el primer episodio de Brigada Costa del Sol antes de su emisión. Lo que no sé en ese momento es cuánto duraría el capítulo. Empieza, se presentan los personajes, se desarrolla la trama, llega al clímax, se resuelve la situación y… la serie continúa.
“Son dos episodios, creo”, me comenta otra periodista, compañera de visionado. ¿Dos de setenta minutos? No puede ser. La historia sigue, las secuencias se suceden y yo ya no sé cómo colocarme en la silla. Siento que podría estar empezando y terminando un doctorado en el tiempo que dura el episodio. Y termina, por fin, y veo en la barra de reproducción cuánto ha durado: dos horas y diecisiete minutos.
“Bueno, la gente en casa lo verá en el sofá, es distinto”, argumentan desde Mediaset. “Sí, pero lo verán con anuncios”, respondo yo. La serie no me parece mala, pero su duración se me hace sencillamente insufrible. ¿Va a aguantar la audiencia tanto tiempo viéndola? “Si ven una película de dos horas en prime time, ¿por qué no una serie?” Es un argumento válido, aunque no termina de convencerme. Las series, aunque resulte obvio decirlo, no son películas.
El público de Telecinco y Cuatro -emitieron Brigada Costa del Sol en simulcast– se expuso ante dos horas y cincuenta y dos minutos de episodio. DOS HORAS Y CINCUENTA Y DOS MINUTOS. Sin embargo, el experimento no fue mal; 2.469.000 espectadores y 18,4% entre las dos cadenas, aunque tampoco sea una cifra de escándalo, y con una curva que demuestra que los espectadores no salieron despavoridos. Si han pasado esta prueba, probablemente les resulte más sencillo seguir la serie en las sucesivas semanas.
Curva de audiencias de anoche. (Fuente: Dos30′)
Pero aun con los datos en mi contra, insisto en que me parece demencial semejante duración. Arantxa Écija explicaba la apuesta de Mediaset argumentando que con otras series siempre tenían la sensación de que el primer episodio era una carta de presentación en la que quedaba mucho por contar y querían asentar mejor las bases de esta ficción en una noche especial. Para mí, un primer episodio debe ser justo lo contrario: que me convenza, pero que lo haga pronto y no me sacie del todo. Una muestra de lo que vendrá después.
Con una oferta de contenidos inabarcable, no tengo la paciencia de aguantar tres horas para decidir si la serie en cuestión me agrada o no. Quiero que me presenten rápido y bien la esencia del producto y, si me convence, ya me encargaré yo de volver a él semana a semana a por más raciones (o le daré al botón de seguir viendo con ansia). Porque la diferencia entre cine y series está ahí: un producto te ofrece una historia larga pero finita y otro un relato a largo plazo articulado en pequeñas dosis que siempre te dejen ganas de más.
Yo, después de dos horas y cuarto de visionado, solo quería café en vena, un ibuprofeno y un masaje. Pero si el público quiere más dosis, suyas serán. Nada que objetar.
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