Javier Olivares, showrunner de ‘El Ministerio del Tiempo’. (Fuente: RTVE.es)
Ser showrunner es lo que mola. Es la palabra de moda en el mundo de los guionistas. El cargo más deseado. Porque ser showrunner significa ser el que manda, el autor total y el que se lleva todas las flores. O al menos eso deben pensar algunos en España cuando se autoproclaman así.
Se lleva hablando mucho tiempo de showrunners en Estados Unidos, pero la adopción del término en España es relativamente reciente. Showrunners como tal los ha habido toda la vida aquí -por ejemplo en las series de autor de la antigua TVE-, pero quizás fuese Javier Olivares quién más apostó por utilizar esta palabra para determinar su figura dentro de El Ministerio del Tiempo, serie que había cocreado junto a su hermano Pablo. Pero antes de hablar sobre qué no es un showrunner, dejemos clara una cosa: Olivares SÍ era el showrunner de El Ministerio del Tiempo con todas las de la ley.
Por definir de una forma más española en qué consiste eso de ser el showrunner, podríamos decir que es, a grandes rasgos, la persona que lleva la serie a sus espaldas. No es solo el creador de la idea o ni la persona que más manda en su empresa, sino es el que más sabe de la serie y el que da el cayo, quien está detrás de las decisiones creativas relevantes tanto sobre papel -guion- como ante las cámaras -producción y dirección-. Esto no quiere decir que el showrunner tenga que ser un hombre orquesta, ni que tenga que ejercer como realizador necesariamente (Olivares no tiene créditos como director en su serie, pero mantenía estrecha relación con el director Marc Vigil). La implicación en la producción es determinante.
Para entendernos, un coordinador de guion no es un showrunner si no está implicado en lo que pasa con la serie después de que se entreguen las últimas versiones de los guiones, pero tampoco lo es el CEO de la productora, que tal vez haya trabajado en la gestación del proyecto pero que no ha formado parte de su desarrollo como miembro del equipo de guion, ya que en ese caso será simplemente un productor ejecutivo. Todas estas figuras, huelga decirlo, son igualmente válidas y cada proyecto se construye de diferente manera y sustentado en la estructura humana que requiera. Pero no banalicemos el uso de la palabra showrunner.
Muchos grandes nombres de la industria televisiva norteamericana no son showrunners y no pasa nada. J.J. Abrams ha creado o ayudado a poner en marcha multitud de títulos que luego ha dejado en manos de otros: por ejemplo, para Demimonde, la serie de ciencia ficción que prepara para HBO, ha escogido a Bash Doran (The Looming Tower) para llevar las riendas. Esto se debe a que su trabajo como productor y director de otros proyectos no le permite llevar el día a día de esta ficción. La todopoderosa Shonda Rhimes supervisa todas sus series, pero ya no es showrunner: en Anatomía de Grey es Krista Vernoff quien lleva la batuta desde la temporada 14 y también asumió ese cargo en Estación 19 a partir de la temporada 3.
Otro caso sería el de actores o actrices que impulsan, desde sus empresas, sus propios proyectos. Sarah Jessica Parker quería hacer una serie sobre una mujer de su edad en crisis y para ello buscó a Sharon Horgan, que venía de Catastrophe, y así nació Divorce. La actriz, además de protagonista de la serie es su productora ejecutiva, pero el crédito de creadora y showrunner no se lo quita a Horgan. Nicole Kidman y Reese Witherspoon también tienen mucho del mérito de que Big Little Lies exista; ellas se interesaron por la novela de Liane Moriarty, se hicieron con los derechos y movieron cielo y tierra para llevarla a la pantalla, pero es David E. Kelly quien figura como creador y showrunner, puesto que ellas producen pero no escriben.
Desde fuera es difícil (si no imposible) decir quién sí es un showrunner de su serie y quién no, ya que no podemos evaluar el grado de implicación de quien dice serlo, cuánto ha delegado en otros o qué áreas de la producción ha tocado; aunque bien es cierto que hay casos que llaman la atención, en los que parece que alguien se intenta subir al carro de este ansiado extranjerismo. Al final es una cuestión de autocrítica y consciencia: ¿realmente eres un showrunner, querido?