La segunda temporada de ‘La Peste’ ya se ha estrenado. (Fuente: Movistar+)
Cuando se estrenó La Peste nadie se atrevió a decir que, si bien el emperador no estaba desnudo, quizás sí en gayumbos. Gayumbos de marca, carísimos, eso sí. La serie de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos no fue finalmente la primera de Movistar+, pero sí la más cara y la que, a ojos de todos, era el estandarte de esa nueva televisión que querían hacer. Y llegó con mucho ruido, pero dejando la duda de si había funcionado tan bien como esperaba o de si era tan buena como el furor de la crítica jaleaba en principio.
Meses después de su lanzamiento, la plataforma televisiva de Telefónica seguía sacando pecho de su drama histórico y anunciaba que era la más vista de sus series originales. Aunque los datos tenían truco: la habían visto 1.500.000 espectadores, pero en su primer episodio, de modo que no sabíamos si esa audiencia se había mantenido hasta el final de la temporada. Después vendrían otras que ocuparían, ya sin datos específicos, el título de “la serie más vista de Movistar+” en las notas de prensa, como Arde Madrid.
Y ahora vuelve La Peste, casi dos años después, y con una proclama clara en su estrategia de marketing: “es una serie nueva”. Un reinicio nos venden, como si fuese una antología de temporadas independientes. Como si fuese otra La Peste, pero no lo es. Porque a mí me intentaron vender la moto, pero cuando me puse el primer capítulo de la segunda temporada la evidencia saltó: las tramas retoman la continuidad de la anterior entrega y, además, no se aprovecha la oportunidad de hacer una especie de “nuevo piloto” espectacular que pudieras ver sin haber visto lo anterior.
¿Por qué, entonces, ese empeño por vender la segunda temporada de La Peste así? No me queda otra que elucubrar. Y tengo dos teorías. O bien se debe a que ha pasado mucho tiempo y el público se ha olvidado ya de lo que pasaba en la primera temporada o bien Movistar+ tiene los datos de visionado al detalle y saben que mucha gente empezó la temporada, pero jamás la acabó. Mi apuesta personal es que es más lo segundo que lo primero, aunque nunca lo sabremos. Porque digámoslo claramente: la primera temporada de La Peste era un poquito ladrillo. Muy bonita, sí, muy elegante la tenue luz de las velas, vale, pero qué cuesta arriba se hacía.
Y había que hacer una segunda temporada para evitar la sensación de fracaso. Y luego venderla. Como si fuese otra cosa; algo más ligero, más de aventuras. “¡Ey! Dale otra oportunidad que ya no es tan rollo”, parecían decirnos entre líneas. Y ahí que me vi, confiado, el episodio. Devolvedme mi hora, por favor.