Imagen del piloto de ‘Veronica Mars’. (Fuente: Warner Bros.)
Nuestro referente en esto de las series siempre ha sido Estados Unidos. Hace casi quince años, cuando se despertó nuestro interés por seguir todo lo que allí se estrenaba, no nos bastaba con ver los episodios, también empezamos a aprender todo el proceso y la terminología de la industria, desde que se publicaba la noticia de un proyecto hasta que este se estrenaba (o se cancelaba): pilotos, luz verde, back-nine, parones, season finale, renovación, networks, upfronts, audiencias, premios Emmy, showrunners… Nos interesaba, no solo el producto, queríamos saber quién lo hacía y cómo, por qué se decidía que tuviera continuidad o no.
Relegamos entonces el calendario gregoriano a un segundo plano y empezamos a regir nuestras vidas por el de la producción de series de Estados Unidos, cuyo inicio estaba marcado cada año por los estrenos de otoño: la temporada de pilotos de las networks. Decíamos que era la Navidad seriéfila. Pero el tiempo pasó, y hoy miramos la llegada de esos pilotos con cierto desprecio, o directamente los ignoramos.
Ahora, nos llegan series nuevas todo el año y tendemos a mirar con mejores ojos las producciones avaladas por cadenas de pago o las plataformas de streaming, y a sus primeros episodios no los llamamos pilotos, aunque muchos lo hayan sido, porque casi parece un término de bajo rango. Si bien es cierto que cada cadena tiene sus procedimientos propios, y que hay muchas series que reciben directamente el encargo de una o más temporadas, con la excepción de las plataformas de streaming (Netflix, Apple y recientemente Amazon), las de cable, incluída HBO, continúan encargando pilotos de sus proyectos.
¿Y qué es un piloto de serie de televisión? Una traslación del guion a la pantalla que encarga una cadena para visualizar cómo será la serie: tono, nivel de producción, ritmo, estilo visual, estructura y química entre los personajes. Es realmente un prototipo, como los acabados de un apartamento en un edificio en construcción, o el de un coche antes de entrar masivamente en la línea de producción. Su objetivo principal es convencer a la cadena del potencial del producto para no realizar la inversión a ciegas.
Esos pilotos que ven las cadenas no son los que vemos los espectadores en su estreno. Si buscamos en YouTube “unaired pilot” encontraremos varias escenas o episodios completos como ejemplos. A veces, hay cambios en el elenco, bien porque se decide elegir a otros actores, o porque estos, al no estar contratados desde el principio para la temporada, deciden aceptar otros trabajos. También hay cambios en la estructura, se remontan escenas, se añaden nuevas, se eliminan otras; o se decide rodar un primer episodio totalmente distinto, como ocurrió con Juego de Tronos, o con Dollhouse, piloto que condensaba tramas que luego se vieron en los primeros seis episodios de la temporada. Habría sido una serie totalmente distinta.
Cuando se da el caso de que los pilotos originales no sufran muchos cambios con respecto al episodio que se emite finalmente, tampoco representan necesariamente una muestra fiable de cómo será el resto de la temporada, ya sea por razones presupuestarias (el dinero invertido en el piloto es superior al del resto de episodios y se nota en cosas como el uso de exteriores, de extras o el número de localizaciones); porque se introducen nuevos personajes en el segundo episodio, como Elaine en el caso de Seinfeld; o porque durante la producción, la química entre algunos actores hace que algunos personajes adquieran una relevacia mayor de la que tenían o que surjan nuevas dinámicas en sus relaciones.
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Pero aun con sus defectos, o de que en muchas ocasiones caigan en lo que llamamos pilotitis, esa necesidad imperiosa de querer convencer en el primer intento nos deja algunos primeros episodios que cumplen con el difícil reto de presentarnos la serie y sus personajes. Puede que finalmente no nos interese lo suficiente como para continuar, pero es justo reconocer el mérito de introducir un universo, una historia, unos personajes (con sus relaciones y conflictos) y dejarnos con un cliffhanger que despierte nuestra curiosidad en solo 40 minutos
Hacer un buen primer episodio, con las limitaciones narrativas de pretender llegar a un público generalista, no es fácil. Es realmente un arte del que deberían aprender los grandes de la liga. Los canales de pago y las plataformas de streaming confían en que su marca, sus presupuestos, los grandes nombres detrás de los proyectos, los rostros conocidos delante de la pantalla, o la opción de ver más episodios el día del estreno, son los factores que van a convencernos de seguir viendo sus series.
Y no se equivocan, nos han calado. A otras series les pedimos que nos demuestren su valía en 40 minutos, pero con las series de pago tenemos paciencia y la predisposición de ver siempre más de un episodio, aunque no nos hayan convencido en la primera oportunidad, o ni siquiera hayan sabido dejar claro de qué va la serie (hola, American Gods). Nuestro nivel de exigencia no el mismo con todas las series, y deberíamos tenerlo cuenta cuando hacemos valoración de los estrenos, aunque sean de temporadas completas.
Lo llamemos piloto o no, ¿qué debemos pedirle entonces al primer episodio de una serie? que nos presente el universo en el que viven sus personajes, unos personajes que deberán atraernos por su forma de ver la vida, por cómo se relacionan (o no) con otros y, lo más importante, por aquello que los mueve (o les impide moverse): su conflicto. Las premisas, sobre todo las de high concept, siempre suelen reducirse a un hecho que cambia las cosas, y con eso esperan compranos, pero lo importante no es lo que ocurre, sino a quién, y qué decide ese alguien a partir de ese momento. Es en los personajes alrededor de lo que se deben construir las historias, porque sí, y espero no sorpender a nadie: todas las buenas series son series de personajes.