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La mística de la maternidad y sus mitos son desmontados por las series

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Kim Raver y Kevin McKidd en ‘Anatomía de Grey’. (Fuente: IMDB)

Justo esta semana me he encontrado en The Affair y en Anatomía de Grey, dos series que no tienen nada que ver entre sí, y a través de dos personajes secundarios, dos comentarios sobre la maternidad que me hicieron pensar en la importancia de que se hable de ciertas cosas, y que se digan con todas sus letras, en las series de televisión.

Parece que hasta que no sentimos que nos hablan directamente a nosotros, no nos damos cuenta de lo transformadora que puede ser una escena en una serie. A veces solo hace falta una línea de diálogo para que alguien sepa que lo que está sintiendo en determinado momento no es inusual, que le pasa a otras personas, que no está haciendo nada mal, que no tiene que sentirse culpable.

Lo que se dijo en estas series no me llamó la atención porque me sintiera identificada, porque no soy madre, pero no me hizo falta sentir que una experiencia mía estaba siendo representada en pantalla para entender que lo que allí se dijo podía significar todo un mundo para otras espectadoras, porque gracias a esos personajes podrían expresar con palabras sus vivencias y sentirse menos solas.

Quienes sí son madres saben por experiencia propia que, aunque los niños no vienen con manual, sí hay una enorme compilación de reglas no escritas, consejos no pedidos y mitos sobre qué deben sentir y hacer a partir del momento en el que los tienen en brazos por primera vez. Del parto como una experiencia divina de dar a luz a la crianza como la realización personal definitiva, llevamos siglo dándole a la maternidad un aura mística, y es necesario normalizar los retos, los momentos malos, los peores, y esas cosas que algunas no se atreven a decir en voz alta por miedo a que las llamen malas madres.

En el episodio de The Affair del que hablaba al inicio una madre tiene depresión posparto. Está agotada física y emocionalmente, es incapaz de hacer que su bebé deje llorar, se siente inútil y cree que su hijo estaría más seguro lejos de ella. Este tema, que también se ha tratado en otras series, como Jane The Virgin, Girls, Nashville o The Cry, muestra que la experiencia de los primeros días de la maternidad pueden ser diferentes para cada mujer, que no porque ser madre sea algo deseado se produce una gratificación instantánea, que no existe una conexión mágica y sanadora en el contacto de las pieles de madre y bebé (aunque en The Handmaid’s Tale hicieran creer que sí), y que sentir miedo, dudas, frustración o tener depresión en el momento que (se supone) debería ser el más feliz de sus vidas es normal.

Nicole Kidman y Reese Witherspoon en ‘Big Little Lies’. (Fuente: IMDB)

Sobre la realización personal que debería otorgar la maternidad también hay un estigma alrededor de las mujeres que reconocen en voz alta que necesitan volver pronto a la vida laboral, como vimos a través de un personaje en un episodio de la primera temporada de Big Little Lies: Me siento avergonzada por decir esto, pero ser madre no es suficiente para mí. Ni de cerca. ¿Es malvado, verdad? Soy malvada”. ¿Lo es? Claro que no, no hay razón para avergonzarse o sentir culpabilidad, para algunas dedicarse a sus hijos puede ser la máxima aspiración, otras necesitarán algo más, y ninguna será mejor o peor madre por ello.

Así quedó claro en el tercer episodio de la temporada 16 de Anatomía de Grey, en el que una pareja decide que el padre se quedará en casa y la madre volverá al trabajo: “Desde que nació el bebé no te había visto tan feliz y una mamá feliz es mejor mamá”. Si más parejas tuvieran la posibilidad de elegir en la vida real, cambiarían muchas cosas, mientras tanto, es un buen paso que la ficción rompa los estereotipos y empiece a normalizar estas situaciones, para que las madres puedan volver al trabajo sin sentirse culpables y los padres puedan elegir quedarse a cuidar de los hijos sin que la sociedad machista diga tonterías.

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valentina

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