Wallace, Poot, D’Angelo y Bodie, algunos de los protagonistas de la primera temporada de ‘The Wire’. (Fuente: HBO)
Los barrios del este de Baltimore pueden estar tan lejos de nosotros, geográfica y socialmente, como el distrito de Gangnam de Seúl. ¿Qué se nos ha perdido viendo una serie sobre negros pobres que trapichean con drogas en las esquinas de esa ciudad? ¿Qué se nos ha perdido, directamente, viendo nada ambientado en esa ciudad? La magia de la ficción es conseguir que los personajes de The Wire nos interesen, que queramos que las cosas les salgan bien (o que encuentren su merecido); acabamos empatizando con ellos.
“Para mí, las películas son como una máquina que genera empatía. Si es una gran película, te permite entender un poco mejor lo que es ser de un género diferente, una raza diferente, una edad diferente, una clase social diferente, una nacionalidad diferente, una profesión diferente, diferentes esperanzas, aspiraciones, sueños y temores. Nos ayuda a identificarnos con gente que comparte este viaje con nosotros”. Así consideraba el crítico de cine Roger Ebert que podía ser la labor del séptimo arte y, por ende, puede serlo también de las series. Transparent, por ejemplo, abrió una ventana a la realidad de personas transgénero que parte importante del público quizás desconociera por completo.
Esa visibilidad es el primer paso para que nosotros, como espectadores, tengamos un primer contacto y, después, hasta nos demos cuenta de que, aunque no nos sentimos identificados con esos personajes, sí empatizamos con sus deseos y con sus esfuerzos. Girls recibía mucho vitriolo en internet de gente que afirmaba que no podía identificarse con sus protagonistas, y mucho menos con Hannah, y por eso no sólo no la veían, sino que la odiaban. Esos espectadores perdían de vista lo que buscaba la serie, que no era la identificación. Tampoco la empatía, siendo justos, pero algunas de las cosas que les pasaban a Marnie, a Shoshanna o a los padres de Hannah podían no estar tan alejadas de nosotros como suponíamos.
‘Girls’ no buscaba la identificación del público con sus protagonistas. (Fuente: HBO)
Porque esa generación de empatía no se refiere a que veamos en pantalla personajes que proceden de nuestra misma extracción social o de nuestra misma generación. La gracia es que consigamos, por un momento, ponernos en el lugar de aquellos que no se parecen en nada a nosotros y seamos capaces de entenderlos. Esto no quiere decir que pasemos a amarlos automáticamente, sino que, aunque los detestemos, comprendemos por qué hacen lo que hacen. A lo mejor, hasta nos preguntamos si nosotros actuaríamos como ellos en su situación.
Yo no soy un joven negro con la aspiración de ser bailarín al que sus padres echan de casa por ser gay, pero puedo empatizar con su deseo de encontrar un sitio en el que encajar y ser aceptado, como ocurre en Pose. Y puedo no ser una adolescente con poderes que debe decidir si quiere ser una bruja, pero no es tan complicado comprender su necesidad de ser ella quien elija qué camino tomar, y que esa elección no le venga impuesta.