Manuela y Teresa, resistiendo. (Fuente: Michael Oats/TVE)
Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada 2 completa de ‘La otra mirada’.
La sororidad y la lucha por los derechos han sido dos temas que La otra mirada ha tocado desde su principio. La importancia de que las mujeres se apoyen unas a otras y de que peleen para que se reconozca su igualdad con los hombres en temas laborales y legales se ha tratado a menudo en los episodios de la serie, que terminó anoche una segunda temporada que, teniendo en cuenta sus audiencias, bien podría ser la última. La incertidumbre sobre el futuro ha llevado a que sus responsables hayan optado por un final mucho más cerrado que el de la primera entrega mientras, al mismo tiempo, se dejan flecos abiertos que pueden abrirse si la academia de señoritas de Sevilla regresara el año que viene.
Ese final ha mostrado el enfrentamiento definitivo entre Rafael Peralta (aún todavía un concepto de villano, un símbolo del patriarcado opresor y retrógrado) y una Manuela que ha sido llevada al límite durante toda la temporada. Ha tenido que tomar una decisión imposible detrás de otra, optar siempre por lo que ella creía correcto aunque se equivocara o se ganara las críticas de su madre y de media Sevilla. Ha terminado siendo el pilar sobre el que se asentaba la serie; sus esfuerzos por seguir sus principios y su decencia eran fácilmente identificables.
También lo es su intento por ganar independencia, por salir de la sombra de su madre, primero, y de su marido después para tomar las riendas de su vida. Lo difícil que eso podía ser para una mujer de la época se ha retratado con más dureza en Flavia, cuya trama ha permitido a La otra mirada hablar sobre la libertad para decidir un aborto enfocándolo de todas las maneras posibles. Flavia sabe que no quiere ser madre en ese momento y no con su marido, y está tan desesperada, que arriesga su vida con tal de mantener la pequeña parcela de independencia que le otorga estudiar en la academia.
Porque esa libertad de decisión es la que inculcan a las alumnas y la que, al final, es el gran tema de la serie. Manuela hace un homenaje explícito a las mujeres de los años 20 que abrieron camino en las reivindicaciones feministas actuales, pero La otra mirada aterriza esos conceptos en las experiencias personales de cada una de las alumnas. La igualdad es que tengan la misma capacidad de decidir qué quieren con sus vidas que un hombre, y que no se les juzgue por ello.
(Fuente: Michael Oats/TVE)
La confrontación final, con su encierro y su amago de asalto de la academia por parte de la policía, ha puesto un broche un poco más expeditivo de lo habitual a esa exploración. Manuela opta libremente por ese sacrificio ante Peralta para salvar la institución y lo hace con esa libertad, y ese saber afrontar las consecuencias, que se ha reivindicado desde el inicio de la serie. Todos los personajes tienen que apechugar con el peso de sus decisiones, desde Carmen arrepintiéndose demasiado tarde de haberle hecho el trabajo sucio a Peralta a Margarita o Roberta dándose cuenta de que se han portado de una manera infantil y cruel con Inés.
En sólo ocho capítulos, a la temporada le ha dado tiempo a hablar sobre el racismo, el sometimiento total al marido que sufrían las mujeres de la época, la obligación de esconder la homosexualidad, la falta de conciencia en las familias de que sus hijas podían valer para más en la vida que para casarse bien y tener muchos niños, la incipiente participación femenina en el deporte, hasta los escasos escrúpulos de los hombres de negocios que se veían impunes ante la ley. De alguna manera, la entrega se ha visto cohesionada y ha conseguido que sus historias tuvieran interés, aunque de muchas pudiéramos adivinar cómo iban a terminar.
El factor sorpresa no es lo que busca La otra mirada. Lo suyo es más la ficción activista, reivindicar la importancia de la educación y de conocer de dónde venimos para no repetir los errores y aprender y mejorar. Hasta ha tenido tiempo de sumarse a esa tendencia en las ficciones nacionales de este año de tratar las enfermedades mentales sin morbos. La relación entre esa Margarita que tiene buenas intenciones detrás de su afán por saberlo todo y ser perfecta y Elías, el jardinero esquizofrénico, ha sido un retrato de lo difícil que es convivir con esa dolencia que no ha ido por el camino del efectismo, aunque haya habido intento de suicidio y todo.
La serie ha querido mirar de frente todos los asuntos que tocaba, y por eso destaca. También tiene un grupo de personajes a los que no te cansas de ver compartiendo pequeños momentos y conversaciones. Desde luego, una webserie sobre las peripecias de Roberta, Teresa y Manuela en París sería más que bienvenida.
(Fuente: Michael Oats/TVE)
Al final, ha habido aspectos de la temporada que no han acabado de funcionar del todo, como una Carmen que se ha quedado demasiado enigmática en su rol de creadora de problemas y, como decimos, unos Peralta que son unos villanos muy unidimensionales. Pero detalles como la cada vez mayor presencia del negro en el vestuario conforme se acercaba el episodio final, presagiando que algo muy malo iba a ocurrir, y la dinámica a prueba de bombas entre Teresa y Manuela también han destacado para bien.
Las audiencias veraniegas del prime time español han sido deprimentes, por decir algo suave, y las de La otra mirada no han sido especialmente buenas. ¿Merece mejor suerte esta serie? Evidentemente, que diría Malu Moreno.
La temporada 2 de ‘La otra mirada’ está disponible en el servicio A la carta de la web de RTVE.
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