Shangela, Bob the Drag Queen y Eureka. (Fuente: HBO España)
Uno de los asuntos que más me interesa de la crítica televisiva es analizar la capacidad de representación que tienen las series y los programas. Como hemos comentado otras veces, la ficción es una máquina de generar empatía, nos acerca realidades con las que quizás no hemos tenido ningún contacto y puede ayudar a romper estereotipos y a familiarizar al público con colectivos que, por desconocimiento, generaban prejuicios. Por eso es importante que se vean en las series españolas, por ejemplo, besos entre dos mujeres en ficciones de sobremesa o que la hija del protagonista esté colgada de su compañero de instituto, que resulta que es negro, o que haya un personaje musulmán en el que su religión no sea la característica principal que lo define.
Los reality shows son una potente herramienta en esto de la visibilización. Queer Eye puede ser un programa de cambio radical en el que esa labor se realiza a través del contraste entre los cinco protagonistas, todos homosexuales, y los sujetos que quieren cambiar sus vidas, que suelen ser heteros. El otro programa que podríamos definir como “de autoayuda”, aunque exactamente no lo sea, que también visibiliza al colectivo LGTBI es We’re here, pero ahí se baja de verdad al barro de lo difícil que es saberse diferente en entornos rurales, pequeños y muy conservadores.
La “mecánica” es bastante sencilla: tres drag queens muy reconocidas, como son Shangela, Bob the Drag Queen y Eureka, viajan todas las semanas a una pequeña ciudad del interior de Estados Unidos a echar una mano a diferentes personas del colectivo, o aliadas de él, que quieren hacer drag para dar un giro a sus vidas o, simplemente, para autoafirmarse frente a una comunidad que no los acepta. Aquí está el quid de la cuestión.
Lo que We’re here muestra es un pedazo de lo que llamaríamos la América profunda que está gobernado socialmente por las iglesias y las normas sociales más rígidas. Impacta ver, por ejemplo, que la autopista que va a Branson (Missouri), el destino del programa en el tercer episodio, está dominada, cual anuncio del toro de Osborne, por una gigantesca cruz blanca y que en el pueblo existe una potente industria del entretenimiento “familiar”, lo que quiere decir que representan obras y conciertos que se ajustan a los valores cristianos del llamado “Cinturón de la Biblia”. Impacta aún más ver que, mientras Shangela, Bob y Eureka buscan un recinto para su espectáculo, vestidas de calle, alguien llama a la policía para que las echen de la acera delante de uno de los teatros.
Los protagonistas de We’re here son los hombres y mujeres que se ponen en manos de ellas tres para que el drag sea una herramienta que les ayude a sobrevivir en ese entorno. A los espectadores nos muestra lo que implica ese término de “small town America” que encapsula toda una forma de pensar y de convivir en sociedad. Es como si, en España, se mostrara lo que es vivir como persona LGTBI en un pueblo de Soria, o de Castellón, o de Jaén en lugar de en Madrid o Barcelona.
La capacidad de resistencia, el empoderamiento, la necesidad de afirmar, como dice el título de la serie, que están aquí y que no van a irse, que sea una manera de demostrar que no tienen que pedir perdón por ser como son… Todo eso es lo que el drag hace por esas personas. Sus vidas no van a cambiar de la noche a la mañana, pero tienen una vía de escapismo o de afirmación si la necesitan. Y nosotros, una ventana a una realidad que también forma parte del mundo, aunque creamos que no tengamos contacto directo con ella.
P.D.: We’re here tiene también una de las mejores canciones de créditos de la temporada: I am America, de Shea Diamond.
Dejémoslo claro: la diversidad no está metida con calzador
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