Carey Mulligan es la protagonista de ‘Collateral’. (Fuente: BBC)
Las historias corales siempre me han resultado muy atractivas, no en vano Robert Altman es uno de mis directores favoritos. Las telas de araña y cómo irradian desde dentro hacia fuera, o viceversa, las conexiones entre roles, los vínculos que se implementan o se destruyen, la concatenación de factores, a veces inanes, a veces capitales, y el crecimiento de los personajes, sean protagonistas o secundarios, siempre me ha resultado muy complejo en una narración audiovisual donde confluyen muchos personajes. Nunca sabes, a priori, cuán importante es un detalle, un diálogo o un giro en la trama y menos aún si la relevancia con la que se dota a estos elementos será crucial en el desenlace. Es una apuesta que no siempre arroja el resultado deseado.
Collateral, estrenada en Netflix el pasado nueve de marzo, nos presenta una historia coral de cuatro capítulos, y casi cuatro horas, donde el ovillo a desentrañar se resuelve rápidamente (ya sabrán porqué), y donde el resto de la lana, desperdigada en una maraña aparentemente inconexa, va dando bandazos de aquí para allá, no cosechando el objetivo que David Hare (afamado guionista de Las Horas, El Lector o Página Ocho, entre otras) planteó desde un primer momento.
Collateral, en mi modesta opinión, alterna momentos brillantes con otros dispersos, sembrando en la narración, que no en la trama, agujeros de gran calado.
Situémonos: Londres, en la actualidad. Un repartidor de pizza, al que no le tocaba ese servicio, acude a una casa a realizar una entrega. A la salida, es abatido por dos disparos de una endiablada precisión militar. El caso es asignado a la detective Kip Glaspie (Carey Mulligan), embarazada de seis meses y ex campeona de salto de pértiga (ahí lo dejo). El asesinado es un inmigrante ilegal sirio que tiene dos hermanas, una de ellas embarazada, y que llegaron a Gran Bretaña por medio de una trama organizada de tráfico de personas.
Hay dos testigos del crimen. Una es una inmigrante vietnamita, Linh Xuan Huy (Kae Alexander), drogada, y que mantiene una relación de pareja y convivencia con una sacerdote anglicana, Jane Oliver (Nicola Walker); el otro testigo es la receptora de la pizza, Karen Mars (Billie Piper), ludópata y ex pareja de David Mars (John Simm), miembro del partido de la oposición en el Parlamento con un interés particular en la política de inmigración.
Con estos mimbres, que no son todos y que no desvelo para, como es mi costumbre, no destripar la serie, Collateral nos propone una historia de múltiples aristas, y no sólo por el numeroso elenco, sino por la amalgama de subtramas que confluyen en la que David Hare plantea como la principal: el drama de los refugiados y cómo el ser humano es capaz de aprovecharse de ellos.
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Collateral muestra sus cartas demasiado pronto, cierto, y ahí reside otro de sus defectos, pero también tiene virtudes reseñables. Es dinámica, con una buena banda sonora, en absoluto aburrida y despliega la figura de Londres como un actor más. Si a esto le sumamos un elenco que está entre lo mejorcito de la televisión británica, el resultado es un buen producto. A secas. Y eso que la elección como director recayó en S.J. Clarkson, reconocidísimo realizador de ficción televisiva (cuesta encontrar una serie en la que no haya estado, aunque, para ser justos, también dirigió un capítulo de Vinyl –no digo más-).
Por qué hay que verla: Producto “made in BBC y Netflix”. ¿De verdad, a priori, alguien puede resistirse?
Puntos fuertes: Sin duda, la historia y sus interrogantes. Brillante y creíble coro actoral.
Claves de su éxito: Lo resumiré con el titular que le dedicó The Telegraph a David Hare: “Querida BBC, por favor, después de Collateral, deje de financiar a David Hare”. Ya sólo por esto, el éxito está asegurado.
‘Collateral’ está disponible completa, bajo demanda, en Netflix.